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CULTURA Y ESPECTÁCULOSFERIA DE BILBAO

Apuntilláronlo

El segundo toro se sentó y apuntilláronlo. Ésta es la noticia: un toro apuntillado por sentarse. No es que sea para parar las máquinas, pues ya ha ocurrido otras veces, pero la corrida no tuvo ninguna otra cosa digna de mención.Venirse a estas alturas contando que los toros se caían ya no impresionaría ni a las asociaciones pro integridad física y promoción social de los animales. Porque en esas estamos: todos los toros de la vida se caen cada tarde de Dios en los cosos hispanos, inexorablemente.

Este fenómeno de la caída inexorable de los toros nadie con autoridad lo explica, otros sin autoridad no lo hacen de forma convincente, y a los públicos ha acabado por traerles sin cuidado los toros, sus cuernos, sus caídas y la madre que los parió.

Puerto / Ponce, Rivera, Abellán

Toros de Puerto de San Lorenzo, bien de presencia, discretitos de cabeza, inválidos en general (2º, apuntillado en plena faena por este motivo), aborregados.Enrique Ponce: media estocada caída (silencio); estocada trasera baja -aviso- y cae el toro tras larga agonía (ovación y salida al tercio). Rivera Ordóñez: apuntillado el 2º por inválido (bronca al torero, al ganadero y al palco); siete pinchazos, media perpendicular trasera -aviso- y descabello (pitos). Miguel Abellán: pinchazo hondo trasero, ruedas de peones en distintos terrenos y descabello (silencio); bajonazo, rueda de peones, cinco descabellos y se echa el toro (silencio). Plaza de Vista Alegre, 21 de agosto. 3ª corrida de feria. Cerca del lleno.

Y así está la fiesta.

Lo grande de esta fiesta es que sus exégetas, a algunos de los toreros que la habitan los proclaman maestros, ídolos, fenómenos de época, y no mencionan la ruina de toro que torean. Al toro que le den morcilla.

Miles de toreros, a lo largo de la historia, no llegaron a figuras, muchos ni siquiera podían vivir de la profesión, porque les frenaba el toro poderoso que habían de lidiar en todas las plazas. Muchos sufrieron cornadas que les obligaron a retirarse; otros rindieron en las buidas astas de aquellas fieras la vida. Y resulta que según los exegetas del actual sucedáneo de fiesta, aquellos héroes eran pobres de pedir al lado de estos cursis de ahora proclamados gratuitamente fenómenos, que en realidad se irían de vareta si les obligaran a torear el toro entero y verdadero.

En sentido contrario, es difícil imaginar qué habrían hecho aquellos toreros acostumbrados a bregar con torazos fieros si de repente se encontraran delante de los borregos inválidos que ahora se llevan, con el beneplácito del público y unos exegetas encantados de lamerles lo que no se debe decir. A lo mejor les habría dado una alferecía, de la impresión. O a lo mejor se hubiesen puesto a pegar derechazos, como la terna especiosa del día de autos. Quién sabe: quizá los toros inválidos y los derechazos tienen una unidad de destino.

Enrique Ponce se abstuvo de torear al primer toro. Resultó que, aun siendo inválido, embestía, y a Ponce no le inspiró ninguna confianza semejante actitud. De manera que crispado en sus frustrados intentos de torear al natural, temeroso en los que ensayó al derechazo, se apresuró a matar. El cuarto debió parecerle noble (y lo era) pues le aplicó la faena de siempre, la de los derechazos desligados, la de los naturales fuera cacho, la de los molinetes, la de los pases de pecho embarcando desde lejos con el pico para volcarse sobre el costillar una vez salvado el embroque, la de nunca acabar... Y le enviaron el consabido aviso.

Cuanto se ha dicho no es para presumir y, sin embargo, constituyó lo único aproximadamente torero de la tarde ya que Miguel Abellán resultó incapaz de ligar y templar los pases a sus aborregados toros, Rivera Ordóñez de reunir la sarta de derechazos que le pegó al quinto. Al segundo ni eso pues en plena faena el toro se sentó, le dieron espasmos y convulsiones, entró en estado cataléptico. Y apuntilláronlo. Y el público protestó pero se le pasó rápido el enfado. Y aquí paz, después gloria.

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