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El enésimo combate de Solozábal, un rebelde indomable

El bético, adorado por su gremio y detestado por los directivos, lidera el motín contra Lopera

"Salgan de aquí, tenemos que hacer los ejercicios de estiramiento". La selección española de fútbol acababa de conquistar el oro olímpico y los vestuarios del Camp Nou comenzaban a poblarse de directivos federativos y personalidades varias, todas ávidas de protagonismo, de un hueco en la foto del triunfo. Pese al barullo y la euforia, el "salgan de aquí" sonó demasiado tajante como para discutirlo. Y eso que no procedía del seleccionador, Vicente Miera, sino de un chico que a sus 23 años parecía el indiscutible jefe de tan particular territorio. Así que, pese a los murmullos de "pero éste quién se cree que es" y "los que mandamos aquí somos nosotros", los altos cargos abandonaron a regañadientes el escenario del que se querían apropiar y la plantilla celebró su victoria en la intimidad. El chico, Roberto Solozábal, era el capitán de aquel equipo y, pese a su edad, ya también el actor principal de unos cuantos incidentes contra el poder establecido. Denuncias, reivindicaciones y la voz siempre alta, incluso en los lugares donde la sensatez acostumbra a recomendar silencio, han convertido a Solozábal en un personaje tan apreciado entre el gremio de los futbolistas como detestado por la clase dirigente. Así ha sido siempre. En sus orígenes, cuando se atrevió a unos cuantos cuerpo a cuerpo con el Jesús Gil más terrorífico para reprocharle su comportamiento dictatorial o reclamarle el pago de unas cantidades a compañeros más dóciles. Y también ahora, en el final de su carrera, cuando Manuel Ruiz de Lopera quiere apartarle del equipo -hoy probablemente se lo comunicará- tras señalarle como el principal responsable del reciente plante-denuncia de los futbolistas del Betis ante las deudas del club.Pese a su aparente palmarés -el oro olímpico en 1992, una Liga, tres Copas del Rey y unas cuantas internacionalidades-, en el currículo de Solozábal, más que sus títulos y sus poderes futbolísticos -defensa muy táctico, de carácter, de un valor más fácil de reconocer dentro del campo (por compañeros y entrenadores), que desde la grada-, sobresalen sus gestos de rebeldía, su pose revolucionaria, sus inagotables desplantes. Fortalecido por una madera de líder indiscutible y por su compromiso y valentía a la hora de defender las cuestiones de grupo, el jugador madrileño ha logrado generarse fidelidades extremas en todos los vestuarios que ha integrado. Incluso, como se ha visto ahora, en el del Betis, donde por antigüedad y peso futbolístico le ha tocado asumir un papel secundario.

Lo que diferencia a Solozábal de otros futbolistas sindicales es su decisión y firmeza para conducir sus peleas al límite. Desde el punto de vista político es un competidor incómodo porque no se detiene a medir las consecuencias de sus aventuras, porque no le asustan las represalias. Tiene un concepto muy personal y radical, casi fanático, de lo que es justo o injusto -que a veces choca frontalmente con lo que es adecuado o inadecuado-, y lo defiende hasta las posiciones más extremas. Lo mismo le da negarse a jugar de lateral izquierdo si considera que el entrenador que se lo ordena lo hace intencionadamente para perjudicarle, que promover, como asegura Lopera, que toda una plantilla se niegue a jugar un amistoso hasta que sus directivos no salden sus deudas.

Lleva sus pulsos tan lejos, que sus rivales en ellos lo son para toda la vida. Radomir Antic, a quien le reprochó en varias ocasiones y delante de compañeros algunas actuaciones, no paró hasta verlo fuera del Atlético. Incluso cuando Solozábal aterrizó en el Betis, Antic se encargó de hacer llegar hasta Sevilla unos informes durísimos. "Eres un personaje destructivo, ya me lo avisó Antic. Me dijo que ibas a destrozar el vestuario", le soltó Lopera al jugador madrileño en uno de los escalofriantes duelos dialécticos que ambos han sostenido durante los dos últimos años. Presidente y jugador se han cruzado insultos, amenazas, desafíos... Y a Jesús Gil aún hoy nadie le quita de la cabeza que Solozábal, uno de los primeros futbolistas que se atrevió a responderle, es "un niñato malcriado".

El caso es que a Solozábal nada le produce vértigo, ni le intimida. Ni el dinero. Sabe que ha ganado lo suficiente -"para que vivan de ello mis descendientes de tercera y cuarta generación", acostumbra a decir- y por eso, en lo que todavía resulta más desconcertante, le da igual liderar una amenaza de plante ante unos Juegos si la federación se niega a asignar al equipo los incentivos que consideran merecidos, y luego donar su parte a una institución benéfica. Que nadie se extrañe si ahora, después de haber sido acusado de acaudillar uno de los motines más sonados del fútbol reciente, vuelve a hacer algo parecido.

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