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La noche más larga

Miquel Noguer

Cientos de personas evacuadas por el fuego pernoctaron en polideportivos o en las playas

Las noches intensas suelen dejar resaca. Y mal sabor de boca. La del domingo, en el Alt Empordà, no fue una excepción. El olor a tierra quemada, las cenizas y el ruido de los hidroaviones despertaron con el alba a las cerca de 150.000 personas, en su mayoría turistas, que en pleno agosto se alojan en la zona afectada por el incendio del Cabo de Creus.El despertar fue un suplicio. Sobre todo para los habitantes de las urbanizaciones desalojadas y los turistas que hasta ayer dormían en el cámping L' Ombra de Llançà. En este complejo, nueve caravanas y varias tiendas de campaña desaparecieron engullidas por las llamas. Sólo quedaron hierros. "¿Ve esta ceniza? Era la caravana de unos clientes de toda la vida". Quien así lo decía es Marc, hijo del propietario.

Desde primera hora de la mañana el chaval paseaba por el cámping hablando con los turistas, los periodistas y los curiosos que se acercaban hasta allí para ver cómo había quedado la zona después del incendio. Su padre estaba consternado. "Fíjese en esta ventana. Se ha doblado" mostraba un hombre que, afortunadamente, salvó casi todas sus pertenencias. "He tenido más suerte que mis vecinos. Ellos lo han perdido todo. Hasta la ropa".

A media mañana, la vida en el cámping se normalizó. Los niños volvían a montar en bici, la gente esperaba para ducharse y algunos se fueron a la playa a relajarse. Había prisa para olvidar. En el camino de acceso, varios charcos testimoniaban que, unos metros más arriba, dos camiones de bomberos remojaban la zona. "No queda nada por quemar, pero el fuego aún está cerca" alertaba un bombero.

Los desalojados de las urbanizaciones tampoco tuvieron un buen despertar. Unas 300 personas pasaron la noche durmiendo, o intentándolo, en el polideportivo de Roses. El ayuntamiento se encargó de organizar la acogida. Muchos de los vecinos acudieron allí hasta dos veces. "A mediodía ya nos desalojaron. Nos trajeron aquí y más tarde volvimos a casa. Por la noche nos volvieron a evacuar". Las idas y venidas fueron una constante.

En la pista del polideportivo se dispusieron varias decenas de colchones. No había para todos, pero nadie se quejó. "No estamos acostumbrados a estas situaciones, pero lo hemos hecho tan bien como hemos sabido" aseguraba Silvia Ferrer, concejal de Bienestar Social.

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Dos kilómetros más al norte, el fuego ardía sin control. Las carreteras estuvieron cerradas casi toda la noche. Los Mossos d'Esquadra escoltaron a aquellos que tenían que circular por ellas, pero con cuentagotas.

Otros optaron por pernoctar en la playa. En Llançà y Port de la Selva la noche se vivió al lado del mar. El humo lo invadía todo y sólo el agua proporcionaba cierta tranquilidad. El resto del núcleo urbano permanecía desierto y sin luz. Con el amanecer, el humo empezó a ascender con más verticalidad. La tramontana dejaba de soplar y los bomberos se mostraban más optimistas. "El viento está aflojando. Esto se acaba".

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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