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TOUR 2000 21ª y última etapa

La confirmación de Armstrong

El estadounidense gana su segundo Tour consecutivo en una carrera que ha asistido a la revelación del español Beloki

Carlos Arribas

Los puristas insisten. No, todavía no. Hasta que todas las orinas del Tour no sean descongeladas allá por los meses de invierno y sometidas al nuevo método de detección de EPO no podrá decirse que Lance Armstrong ha ganado el Tour, que Jan Ullrich ha vuelto a ser segundo y que Joseba Beloki ha cerrado el triángulo del podio. Pero sólo son los puristas.Evidentemente ese pensamiento no estaba ni en la cabeza de Armstrong ni en la de Ullrich ni en la de Beloki cuando ayer ascendieron solemnemente los escalones y contemplaron París desde las alturas, en los Campos Elíseos. La segunda victoria consecutiva para Armstrong, de 28 años, que ya iguala a Bartali, Coppi, Thévenet, Fignon, Petit-Breton, Lambot, Bottecchia, Frantz, Leducq, Magne y Maes; que ya se coloca a una de Bobet y LeMond, a tres del cuarteto mítico, Anquetil, Merckx, Hinault, Induráin. Para Ullrich, el ganador del 97, el hombre de 26 años a quien el paraíso le había sido prometido, es la tercera dolorosa ascensión al segundo peldaño, ya tantas como Poulidor (tres veces segundo, cinco tercero, nunca primero), pero lejos aún de Zoetemelk (seis veces segundo, una primero, nunca tercero). Para Beloki, el español que vive su sueño, es su primer Tour, es su primer podio.

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Ha sido el Tour de la renovación, se empeñan en decir los optimistas amantes de etiquetar cuanto antes; el Tour de los españoles, añaden otros optimistas, dando primacía al carácter competitivo, pero secundario (en lo que respecta a la lucha por la victoria final), del ciclismo español; ha sido el Tour del Kelme, proclaman algunos olvidando quizás que si el Kelme ha sido, sí, el equipo más fuerte, el perejil de todas las salsas, el animador de todas las etapas de montaña, el guionista de los puntos fuertes del Tour (y de los puñetazos sobre la mesa de Armstrong), también ha sido una decepción desde el momento en que ha dilapidado todo el capital (ha andado tanto el Kelme que ni siquiera León, que había pedido permiso para ser el farolillo rojo, ha podido quedar el último) en apuestas secundarias (dos etapas, la montaña, la general por equipos, tres entre los 10 primeros finales): no ha tenido en ningún momento un diseño de grandeza, un sueño a la altura de sus medios, nunca ha protagonizado un intento desestabilizador, no ha intentado provocar un terremoto, y, sobre todo, ha pasado por alto que Botero era, junto a Armstrong, el más fuerte del Tour. Ha sido, finalmente, y solamente, el Tour de Armstrong. El segundo Tour del hombre biónico, del hombre que no siente el dolor (físico) y que sólo ha mostrado un punto débil: el orgullo.

El ciclismo español ha cumplido en el Tour 2000 un relevo generacional infrecuente. Coincidiendo con la marcha atrás de Escartín (aunque ha sido octavo) y Olano, los puntas de lanza de los últimos años, ha llegado en tropel la gente joven. Debutantes como Beloki y Heras, más expertos aunque chavales como Mancebo, novatos, novatos como Iván Gutiérrez, Otxoa y Cañada. El aficionado español ha tenido que borrar viejas caras de su memoria y hacer hueco a las nuevas. Y aunque no ha habido candidato para la victoria final, como país ha sido el más fuerte: tres etapas (ONCE, Otxoa y Txente), la general por equipos (Kelme) y cuatro entre los 10 primeros de la general (Beloki, Heras, Escartín y Mancebo), y siete entre los 15 (más Beltrán, Otxoa y García Casas). Más fuerte aún que Italia (cinco etapas, sí, con Pantani, Commesso, Bettini y Zanini), pero sólo Nardello (10º) con un puesto digno en la general. Holanda ha sido sólo las escapadas de Dekker, Bélgica los sprints de Steels, y Francia la fuga de Agnolutto y el regreso de Virenque. En ninguno de los países tradicionales se apunta una renovación como la española. Triunfó, a su estilo, el Kelme, y fracasaron, también en cierta manera, el Banesto y el ONCE, los contrarios del Kelme. Llegaron con líderes pensando en la victoria final y ni Zülle, Jalabert ni Olano estuvieron a la altura. Se van con ligeros consuelos: la contrarreloj por equipos y el fugaz amarillo de Jalabert para el ONCE; la etapa de Txente, el papel de Mancebo para el Banesto.

Y sobre el podio, Armstrong. Induráin y Merckx en mezcla explosiva. Compartiendo la filosofía ciclista del navarro, su técnica mortal: con un solo golpe, pero bien dado, vale para ganar el Tour; el resto, trabajo de conservación. En la décima etapa, en la extraordinaria subida de Hautacam, llegó el golpe. En 500 metros, Ullrich, el que había llegado corto de forma, Pantani, el que no sabía cómo estaba, Zülle, el que sufría desde la contrarreloj por equipos, Jalabert, Olano... Todos KO. Fuera de combate. En el Ventoux remachó el clavo y del monte calvo salió el podio de París. Luego, sólo se trataba de gestionar los más de cinco minutos de ventaja (siete desde el Izoard). Eso, como Induráin. Y ganar la contrarreloj final para enseñar el valor del maillot amarillo. Pero Armstrong es también Merckx (su padre deportivo) y su rabia de ganador, su orgullo y su soberbia. Y enredado en sus juegos de hombría con Pantani, el desestabilizador, dio interés a la última semana. Y también estuvo a punto de dejarse llevar por la desesperación den la Joux Plane y perderlo todo. Con él, como el año pasado, se han acabado las distinciones entre escaladores y contrarrelojistas: Armstrong, como todos los grandes, es el hombre que anda rápido, muy rápido, en todos los terrenos. El hombre que no sería ciclista si no pudiera ganar el Tour.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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