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Frío jolgorio imperial

El emperador Carlos V se dio anoche un garbeo por la Plaza Mayor de la capital con afán de revivir los fastos del año 1549 en la Grande Place de Bruselas. Lució un cortejo enorme de nobles, caballeros, músicos, malabaristas, zancudos y campesinos bailarines, como entonces. Pero 451 años de distancia son demasiados, a juzgar por la fría reacción del público que acudió ayer a presenciar el desfile. Les pudo enfriar el tiempo transcurrido y un par de gradas gigantescas y atestadas de invitados que condenó al resto de espectadores a apiñarse detrás de unas cuantas vallas colocadas a los lados del escenario principal. "No hay derecho a esto; tenían que haber quitado las gradas de los enchufados y haber dejado toda la plaza libre para que nos colocáramos", comentó una mujer, enfadada.El cortejo de L'Ommegang, recordatorio de la fiesta colosal que María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos, dispensó a su hermano Carlos V en la Plaza Grande de Bruselas, empezó puntual, a las 22.00. "Que estos son belgas, que no se parecen a los pesados de los españoles", dijo con ironía una joven a sus amigas.

El narrador del acto invitó al público a viajar en el tiempo con ayuda de la imaginación. Abrieron boca unos abanderados que hicieron piruetas mientras sonaron el himno español y el belga. Tras su estela fueron apareciendo gobernadores, nobles, burgomaestros, concejales, trompeteros, caballeros, arropados sólo por los aplausos de los espectadores de asiento reservado en las gradas. Los que aguardaban de pie, sin embargo, no terminaban de encontrarle la gracia al desfile, que no había hecho más que comenzar.

Ocho de los 280 artistas del grupo belga L'Ommegang pasearon a lomos de caballos engalanados con escudos en tela; otros cuantos danzaron, "animadísimos", según el presentador, al estilo antiguo de la corte, y hubo incluso una pequeña procesión con marionetistas ambulantes por mitad de la plaza.

La poca épica del desfile la puso una decena de zancudos -de todas las edades y estaturas- con trajes coloristas que batalló en medio del escenario, golpeándose con la cabeza, los hombros y a patadas de madera. Aun así no convencieron demasiado al público del gallinero: "Tongo, tongo, para mí que la lucha estaba amañada", especulaba un joven con perilla y mucha guasa.

La otra pizca de emoción la aportó una tropa de malabaristas, esquiadores de pega (cuatro personas haciendo un peculiar esquí de fondo) y unos acróbatas que jugaron con fuego. "Yo con todo lo mala que dicen que es la televisión, hubiera preferido estar hoy delante de la caja tonta", sentenció una mujer conforme abandonaba la plaza al acabar la fiesta.

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