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Triunfo entre las sombras

Marla Runyan, mediofondista y ciega legal, consigue un puesto en el equipo olímpico estadounidense

En la tierra de la lucha constante por la superación personal y del infatigable combate contra la fatalidad, Marla Runyan es el último ejemplo de gran triunfo del esfuerzo sobre la naturaleza. Runyan, 31 años, 1,70 de altura, 52 kilos, escueta como un espátula, es legalmente ciega. De frente apenas distingue manchas de color que se mueven. Y las seguirá viendo en Sydney como miembro del equipo femenino norteamericano que disputará la carrera de 1.500 tras ganarse ese derecho el domingo en las pruebas clasificatorias de Sacramento. El año pasado, en los Mundiales de Sevilla, Marla Runyan acabó décima en la distancia.Runyan centró la atención de los 23.000 espectadores largos del Hornet Stadium de Sacramento casi tanto como la lucha por la cabeza entre la veterana Regina Jacobs, que ganó, y Suzy Favor Hamilton, también acosada por la desgracia: toda su actual temporada se la dedica a su hermano, su principal alentador deportivo, que se suicidó hace unos meses. Tras ellas, despegada de la cabeza, entró Runyan tras una emocionante aceleración final que la hizo pasar del sexto al tercer puesto que da el derecho a viajar a Sydney.

No era la lesión en la rodilla de la mediofondista, que le impidió hacer los ejercicios de calentamiento, lo que atraía la atención de las tribunas. Era la odisea de una mujer que competía con las mejores en el terreno de las mejores al concluir el viaje que la había llevado de los 100, 200, 400 y la longitud de los paralímpicos de Barcelona y del oro en el pentatlón de los paralímpicos de Atlanta hasta Sydney vía Sacramento. El drama estuvo a punto de estallar al principio de la carrera, cuando la corredora tropezó y tuvo que apoyarse en otra para no caer. Luego se produjo el asentamiento, la colocación y el sprint para conseguir el pasaporte con 4.06,44 minutos.

Entrar en el equipo olímpico "es impresionante", dijo la corredora tras su triunfo personal, que presentó como milagroso no por la ceguera sino por la lesión en la rodilla. "El problema de la vista es algo que me ocurrió y no lo considero como un obstáculo. Yo nunca he dicho que quisiera ser la primera atleta legalmente ciega en participar en unos Juegos Olímpicos. Yo sólo quería ser olímpica".

Runyan empezó a notar que no veía a los nueve años. El encerado de la clase era cada vez más borroso. Le fue diagnosticada la enfermedad de Stargardt, equiparable a la aparición de un agujero en el centro de la mirada. Ahora, Marla dice que tiene un 5% de visión en el ojo derecho y un 7% en el izquierdo. Si mira de frente en una carrera, los competidores son manchas de color. La meta es invisible. La corredora tiene un sitio en Internet (www.marlarunyan.com) y allí explica cómo se defiende en la pista y en la vida cotidiana. Ve por los lados y si mira hacia abajo, capacidades que pone a pleno rendimiento en las carreras. "Mi visión periférica está intacta y eso me permite defenderme muy bien", escribe. "Puedo andar o correr sin ayuda y manejarme en una habitación llena de gente. Pero en esos casos no puedo reconocer a la gente que me rodea. Así que aunque puedo correr en la pista (...) puede que no vea a mi entrenador que está a tres metros de distancia".

Marla sólo puede leer algún material con ayuda de una lupa y para otros casos usa un aparato, parecido a un ordenador, que amplía la imagen y el texto 16 veces. Para escribir, usa un sistema que le lee lo que ella teclea. La televisión la ve pegada a la pantalla. En la pista de Sacramento no tenía nada de eso a mano así que cuando se le entregó el formulario a cumplimentar para pasar la prueba antidopaje a que se someten todos los clasificados para Sydney, Runyan se llevó el papel a la punta de la nariz y tuvo la primera confirmación documental de que había ascendido al Olimpo. "Sólo quería estar en el equipo olímpico, yo , Marla".

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