'La mare sempre em deia: no' aborda la incomunicación entre madres e hijas
Doris, Margaret, Jackie y Rosie pertenecen a cuatro generaciones de una misma familia con un problema común: la incomunicación entre madre e hija. Entre cada eslabón de esta cadena existe un grueso muro que marcará la vida de cada mujer como un pesado fardo del que no puede desprenderse. Su historia personal es a la vez la de un fragmento del siglo XX, y juntas conforman un documento de la evolución en esa época. Éste es el resumen argumental de La mare sempre em deia: no, una obra de Charlotte Keatley que se estrena mañana en la sala Artenbrut de Barcelona, donde estará hasta el 6 de agosto.
La pieza tiene su origen en una preocupación de la autora, nacida en Londres en 1960, que ha ejercido como actriz y crítica teatral: después de ver en un año más de cien espectáculos en todo el mundo, se dio cuenta de que no existía ningún texto que profundizara en los vínculos entre madre e hija. Por eso se decidió a escribirlo ella misma. En su versión original se estrenó en 1987 en Manchester, desde donde pasó a diversos teatros británicos, y de allí a numerosos países.En su adaptación al catalán, el montaje de esta historia de mujeres lleva la dirección de Lurdes Barba. A sus órdenes han trabajado Anna Güell, Fina Rius, Mercè Anglès y Judit Lucchetti, las actrices que, de la más anciana a la más joven, interpretan a las cuatro generaciones descritas en la obra.
Son a la vez testigos directos de la revolución industrial, la II Guerra Mundial, Mayo del 68 y la época actual. "El texto explica cómo la relación madre-hija determina la vida de cada una de ellas, de cada uno de nosotros. Desmitifica esta reacción, habla de la dificultad de comunicar las cosas calladas, de decir lo que deseas decir", indica la directora. Barba se siente especialmente atraída por la estructura de la pieza, dividida en tres actos y con constantes saltos temporales. "Keatley retrata que el pasado no tiene cronología, los recuerdos no nos vienen en orden, no sabemos si esto ha ocurrido antes que aquello o al revés", interpreta la directora.
El planteamiento de la obra no es realista, y la autora se permite una licencia dramática para hacer que, en algunos momentos, todas las mujeres confluyan y se entiendan en el territorio de la infancia: en diversas escenas de transición, todas ellas son niñas, juegan y, por un momento, pueden comunicarse. "Cuando son niñas las vemos en un espacio irreal. Entonces hablan, pactan, lo cual indica que podrían haberse entendido, pero la diferencia generacional provoca la incomunicación", afirma Barba.
En el espectáculo, todas las mujeres tienen una relación dispar con su pasado, y mientras que algunas lo aceptan, otras sienten rechazo hacia él. La directora reconoce que la obra es difícil para las actrices. No sólo porque pasan continuamente de niñas a adultas, sino porque su discurso tiene una profunda carga que se transmite a través del subtexto y no del texto. Barba señala al respecto que "es una obra amable, con una estructura que le da ligereza y de una forma muy sencilla, sin decir las cosas, sitúa perfectamente al espectador".
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