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Retratos de época

Hasta el 10 de septiembre, en la Fundación Cultural Mapfre (General Perón, 40, entrada gratuita) pueden ver los madrileños una amplia antología de retratos hechos por Daniel Vázquez Díaz (1882-1969). Impresionante desfile de personajes que cubre una holgada mitad del siglo XX. La mano mágica del artista agarra la personalidad ajena bien mejor que el más agudo objetivo fotográfico. Es la diferencia entre el pasajero fogonazo y el tiempo reposado que va del ojo a la mano, del trato al lienzo, al papel, con una mirada distinta y generalmente certera.Nace el pintor en las minerales tierras de Huelva, pero tira el Norte con fuerza, con parada y fonda en Madrid y en París, que es la reválida. Adopta la amplia boina y se deja querer por la húmeda geografía guipuzcoana que le da un aire de vasco light, como de Salvador Dalí dijo Eugenio Montes, que era un Bosco codorníu. Hombre tocado por la suerte de conocer a lo más granado de su siglo, o sea, a casi todos los notables del tiempo, la espuma entre quienes dejaron memoria perdurable.

Ahí están, de esas paredes colgados, Rodin, D'Annunzio, Anatole France, poetas y poetisas como Rubén, Gabriela Mistral, Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Gerardo Diego, Aleixandre... Las efigies de Blasco Ibáñez, Galdós, Unamuno, los Baroja y esos individuos que, no se sabe por qué, conservan un tratamiento de respeto: don Armando Palacio Valdés, don Santiago Ramón y Cajal, don Pedro Mourlane Michelena. Algunos conocimos, de refilón, con el don por delante, a don Eugenio D'Ors, don José Ortega y Gasset, don Jacinto Benavente, don Gregorio Marañón. Y Pérez de Ayala, Ramón Gómez de la Serna, el senatorial mecenas, Adriano del Valle. Aparecen los colegas plásticos, Benlliure, Sorolla, Picasso, Regoyos, Echevarría, Zubiarre, los Solana...

Puede creer el lector que emociona escribir tan larga y esclarecida nómina. En muchos aspectos podríamos ir a la deriva, siglo enigmático y febril, no en esa pléyade asombrosa que ni durante el Siglo de Oro se dieron en tanto número y calidad. Contemporáneos, sobresalientes en las Artes y las Ciencias, preciosa resaca de un país que se deshacía de los últimos andrajos de la púrpura. Ahí los tenéis, cautiva su fuerza creadora por el lápiz de un denodado pintor, que vivió 87 años en la amistad y sociedad de los verdaderos grandes de España. Retrató a los políticos, el duque de Maura, Alcalá-Zamora, Indalecio Prieto, Melquiades Álvarez, Romanones, Primo de Rivera.

Es algo más que realismo lo que percibimos en los retratos. Quizá, como también se revela en otros pintores, el descubrimiento de un trasfondo verídico, una muestra de por qué esa gente destacó y cuya obra, literaria, pictórica, musical, era incluso minusvalorada o deficientemente entendida. La interpretación de la mirada, el aspecto apresado en el retrato puede hacer que rectifiquemos un juicio entregado a nuestras propias entendederas. No son reproducciones galantes ni elogiosas, sino algo muy sutil que nos lleva a revisar algunas impresiones personales. En general, el hombre es el Caín y el Abel de sí mismo, la cuestión reside en estimarle desde un equilibrado punto de vista. Al menos tal es la impresión que nos queda tras una visita reposada a esta antológica de retratos.

Daniel Vázquez Díaz -como pocos, como los mejores- ha dejado definido con el lápiz, al óleo, con grafito, a la tinta, el espíritu, la entraña de los más ilustres coetáneos. Podemos darnos mejor y más cabal idea de cómo fueron repasando esta galería que, presumiblemente, no volverá a verse reunida. Para remate biográfico, Vázquez Díaz también fue articulista y deja constancia de su agudeza en los artículos que publica, entre 1956 y 1966, reproducidos en el catálogo de la exposición. Nos habla, de primera mano, de quienes fueron sus amigos, desde Juan Ramón a Manolete, pasando por Zuloaga, Modigliani, Juan Gris, José Clará, Renoir, Utrillo, Degas, Toulouse-Lautrec, Cézanne, Gauguin, Matisse, compañeros de la esplendorosa bohemia parisiense, de la vida literaria de Madrid, de la intimidad de quienes nos miran por encima del hombro. La sola enumeración le colma a uno de secreto orgullo y reconcilia con la especie zoológica a la que pertenecemos. Vayan a ver la exposición: es gratis.

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