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GREC 2000

La Beckett acoge una obra sobre el odio y la pérdida de la inocencia

Comunión y sangre

El caso de las niñas de Alcàsser, el secuestro de la farmacéutica de Olot, los hechos de Puerto Hurraco. Estos tres sucesos, que han ocupado muchas páginas en los medios de comunicación durante la última década, inspiraron al dramaturgo Enric Nollà para escribir Hurracan. La obra, una historia de ambientación rural sobre el odio y la pérdida de la inocencia, se representa en la Sala Beckett de Barcelona, dirigida por Rafel Duran.Con el material extraído de la realidad, Nollà escribió una historia totalmente inventada. "Hurracan es absolutamente ficción, pero de entrada reúne todas las coordenadas para poder identificarla con nuestra realidad", afirma el autor. En el texto evocó también numerosos recuerdos de su padre, nacido en una pequeña localidad catalana de sólo un centenar de habitantes. "En los pueblos la gente no puede evitarse, el conflicto es mucho más latente. Si odias a alguien, lo ves nada más abrir la ventana de tu casa", subraya. Por eso ha querido un escenario rural para esta historia sobre una familia marginal de un pequeño pueblo. Es un relato contado por mujeres -el reparto está compuesto por seis actrices, entre ellas Lourdes Barba, Mercè Arànega y Sílvia Ricart, que debuta como protagonista- sobre cómo el odio se instala en una familia y, por extensión, se amplía al vecindario.

En Hurracan, una niña que vive con sus tías se descubre como vidente en los momentos anteriores a su primera comunión. Sus premoniciones le hablan de hechos convulsos envueltos en sangre. En plena ceremonia, la niña tiene su primera menstruación, mancha el vestido y sus tías la castigan. En la obra hay violaciones de niñas, el misterio de un secuestro quizá jamás ocurrido y, como una sombra amenazante, el recuerdo de la abuela de la pequeña, un espectro que sólo ella ve, muerta en un incendio provocado por una familia rival del mismo pueblo. Estimulada por las mujeres, la niña se irá empapando del odio que ellas sienten y con el que ha convivido durante toda su corta vida. "Escogí este título para el texto porque imaginé la obra con la estructura de un huracán, e hice un juego de palabras con Puerto Hurraco. Es un nombre que en principio suena mal, pero se recuerda", señala Nollà. El director considera que el hecho de que la historia suceda en el mundo rural es un gran atractivo "porque el teatro suele hablar de lo que pasa en las grandes ciudades". También le atrae la visión del autor, que huye de la imagen del campo como escenario primitivo carente de interés en una historia definida por Duran como "una tragicomedia". Nollà, por su parte, reconoce que el texto es una forma para enfrentarse con sus propios miedos: "La idea era reírme del odio a partir del miedo que genera en mí por su capacidad de destrucción".

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