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Congreso políticamente correcto

Un buen amigo, en lo que fue un intento de artículo nunca publicado, lo bautizó con un pomposo "elogio del caos". Milito en la misma idea. A diferencia de muchos pensadores y seguidores de la izquierda que están francamente asustados con lo que está ocurriendo en can socialista, una servidora cree que está pasando lo pertinente. Es decir, lo que tiene que ocurrir si esto de la izquierda respira verdadera vocación de recuperar las riendas, quiere volver a ser creíble y, sobre todo, quiere reconstruir su deshecha autoestima. ¿Que han aparecido más candidatos de los predecibles y, sobre todo, más de los recomendables? Señal de que estaban ahí las legítimas ambiciones, agazapadas a la espera de su momento, y ¿qué mejor momento que un momento de catarsis? ¿Que puede haber una situación de conflicto? ¿Y desde cuándo el conflicto dialéctico es una mala gramática de la sensibilidad progresista? ¿Que puede dar sensación de caos? Que venga el caos después de tanto orden de aparato y mando. Que al fin y al cabo, tal como van las cosas en el paraíso pepero -lavando cada día más blanco-, lo que le va a sobrar a la izquierda va a ser tiempo. Tiempo para enfrentarse, para aclararse, para reencontrarse. Tiempo para ser valiente con sus propias contradicciones. Quizá, y espero que suene a esperanza, este paréntesis sea un lujo que no se va a volver a producir fácilmente. De manera que estoy convencida de que hay que aprovecharlo a fondo, sin miedos ni cortapisas, dando el oxígeno necesario para que todas las familias -a veces familias maltratadas- y todas las sensibilidades se encuentran en su espacio y se reencuentren. Y si para ello es necesaria una buena dosis de catarsis griega, que bailen las palabras, los candidatos, las ideas; que salgan a la luz las contradicciones, incluso los enfrentamientos; que no se vuelvan a larvar los instintos básicos de tantos socialistas indignados. Si ahora no pasa lo que tiene que pasar y unos no se dicen a los otros lo que se tienen que decir, no sólo se habrá cerrado en falso un debate fundamental; se habrá abortado el punto de inflexión que tiene que recuperar a la izquierda de sí misma. ¿Momento histórico? A tenor de los Blair y los Jospin, con seguridad. Pero con más seguridad aún si uno piensa que de dudas shakespearianas ya no vive el voto progresista. Habrá que dar respuestas creíbles, habrá que convencer, y para ello previamente los socialistas tendrán que superar el miedo a hacerse preguntas.Preguntas que, para su suerte, no parecieron necesarias a las almas de la izquierda catalana que poblaron el congreso del PSC. ¡Qué oasis de virtudes! ¡Que discursos de la formalidad y la cortesía! ¡Si más que un congreso parecía un simposio de damas ricas enseñando buenas maneras! El congreso del PSC, adonde todo llegó atado, pactado y bien repartido, no sólo fue la antítesis del caos español, sino también el paradigma del silencio políticamente correcto. Y si me permiten preguntar a lo impertinente, ¿fue de tal guisa porque así de bonito es el paraíso catalán o porque así de frágil es la izquierda catalana? Personalmente creo que el PSC perdió la oportunidad más notoria de su historia reciente para enseñar una diálectica inteligente, más cercana a la ebullición de las ideas que al reparto de comedora y papeles. Es de Bohigas la feliz frase de que los "capitanes han pasado a ser generales", y no osaré desmentir al maestro, pero aún hay más dilecto pensador. No solo pareció una especie de encaje de bolillos para que todos estuvieran contentitos con su parcela de poder, sino que además se consolidaron los estereotipos e incluso los maniqueísmos que sustentan dichas parcelas. Un poco de liberales, un mucho de aparato, un más menos de mujeres y casi un nada de debate a fondo, de manera que nada se regeneró porque nada se consideró regenerable.

"La cortesía me mata los pies", decía una vieja dama de muchos blasones y poca nómina. Y así andamos, con unos juanetes catedralicios y sin rechistar porque toca pacto y toca silencio. Pero, queridos colegas de la izquierda catalana, ¿de qué nos sirve congresuarnos si nos callamos los juanetes? Mandan los mismos, reformateados, eso sí, que hasta parecen más guapos. Lejos de debatir las diferencias, que haylas, nos montamos un tándem para que nada se mueva y nos inventamos la teoría de la fusión entre los nuevos y los viejos catalanes, con la esperanza de que el personal se haya vuelto definitivamente estúpido. ¿Pero alguien se lo puede creer? ¿Alguien puede creer que un debate de fondo, que toca de cerca tanto los modelos de Estado como el sentido de los símbolos o la propia definición de la catalanidad, se resuelve con un simple aquí aliño con Montilla, aquí salpimento con Maragall? Cuando un tándem no nace de la mezcla compleja y cómplice de las ideas, de las ideas debatidas, sino del estómago del poder, que tiene hambre de reparto, sólo sirve para consolidar la paz de los cementerios. Pero no renueva. No ilusiona de nuevo. Lejanamente convence.

Y así nos hemos quedado, con esa cara de tontos aplaudiendo fuegos de artificio, nosotros que creíamos ver la luz de las ideas. Lejos suenan los conceptos: partido transversal, nueva catalanidad, discurso de regeneración, ciutadans pel canvi, pero sólo es el eco de nuestras fútiles apetencias. Ni transversalidad, que para eso está el generalato; ni regeneración, que para eso está el PCUS al completo; ni mucho canvi, ni menos ciutadà, que ya los dejamos divertirse en el Parlament, y lo mucho que marean. Pero sobre todo nada de nuevo discurso, nada de nueva izquierda, nada de nueva catalanidad, que si ahondamos mucho quizá descubramos que no decimos lo mismo cuando decimos que hablamos de la izquierda. Por eso es mejor callar, pactar el silencio y repartirse el poder. Así nadie sabrá bien qué piensa nadie, y todos felices. Lo único malo es que tampoco lo sabrá el votante. Y ése quizá ya no se siente tan feliz...

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