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No le digan a mi madre que soy progre

Cuando los actuales dirigentes del PP iniciaron su asalto al poder (iba a decir la conquista del Estado, que tendría sus resonancias vallisoletanas) entre otras cosas se entregaron en manos de empresas de asesoría de imagen que se convirtieron en los verdaderos ideólogos y líderes en la sombra de esa formación. Debía ser por su afán de privatizarlo todo, pero al fin y al cabo no soy de los que se alarman por las privatizaciones. El caso es que los asesores de imagen creaban eslóganes que todos repetían machaconamente hasta que les aconsejaban cambiar de mensaje. A la historia me remito, y estoy seguro que ustedes recuerdan sobradamente ejemplos de esta afirmación.El dominio de tales empresas era tal que, según me contó uno de los escasos afiliados al PP con sentido del humor, el hoy presidente de la Generalitat en su época de aspirante se pasaba en Madrid un día cada dos semanas recibiendo clases de oratoria y no sé de cuántas otras cosas de esas que componen el liderazgo. En honor a la verdad, creo que al menos en oratoria parlamentaria, esas empresas han tenido éxito y Zaplana ha perdido ese relamido engolamiento del que hacía gala en los primeros debates. Es cierto que esos asesores han tenido algún que otro sonoro fracaso como ha sido la imposibilidad de sacarle brillo a las intervenciones de Ripoll, pero hay que reconocer que la tarea era harto difícil y como quiera que ha sido necesario elevarlo a vicepresidente para quitarle de portavoz, el afectado ha terminado sacando provecho del fracaso, y por lo tanto, no puede quejarse de la labor de los asesores. Otras enseñanzas desde luego son más discutibles, y digo esto porque otro miembro del PP me contaba que tenía instrucciones de su líder autonómico de responder en los debates que era falso cualquier hecho o cualquier dato que perjudicara sus argumentos. Y la verdad que se hagan economías con la verdad -como dicen los ingleses- porque una empresa de marketing así lo haya ordenado, me preocupa bastante.

El caso es que ahora han inventado una nueva consigna encaminada a descalificar cualquier propuesta, cualquier opinión procedente de las filas socialistas. Cuando se critican las anunciadas reformas de la Ley de Extranjería, cuando se muestra el desacuerdo con las desafortunadas declaraciones de ese genio de la política que es el alcalde de Madrid sobre las uniones de hecho, cuando se hacen propuestas relativas a las pensiones o a la reforma del pacto de Toledo, y cuando se pactan listas unitarias, desde las filas del PP todos al unísono en bien calculada coincidencia responden, con un molesto tono entre despreciativo y condescendiente, que esas son "cosas de progres". Algunos de ellos, más informados por lo visto, añaden "progres del 68" ignorando que como acaba de recordarnos Carandell, existen grandes diferencias entre los progres españoles y los franceses. Cómo será la presión ejercida que hasta el inefable Fraga, tan poco dado a seguir consignas que no haya dado él mismo, ha decidido subirse al carro y ha manifestado que las opiniones contrarias a Álvarez del Manzano por esos comentarios suyos relativos a las ventajas del matrimonio -y si es canónico mejor- sobre las uniones de hecho, eran "críticas de progresistas".

Si rebobinamos un poco la película que el término progresista se haya convertido en un insulto resulta inconcebible. Hasta hace bien poco una cierta parte de los miembros del propio PP, reclamaban para sí el calificativo de progresista e incluso algunos de los tránsfugas pretendían justificar el cambio -normalmente cambio remunerado- aduciendo que en el PP "hay muchos progresistas". Si tal es así, y lo es, hay que preguntarse qué es lo que está pasando para que un mismo adjetivo que antes se tomaba como alabanza, se considere ahora como un insulto. Y pueden ser varias cosas.

En primer lugar que como consecuencia de determinadas cosas, y entre ellas posiblemente el desarme ideológico en el campo de la izquierda, los valores de la sociedad están cambiando, y cada vez la población se siente más conservadora, es decir, menos progre. Si se analizan las encuestas del CIS sobre los valores más apreciados por la sociedad española -y particularmente por los más jóvenes- se puede comprobar cómo van avanzando las ideas conservadoras. En segundo término, se quiere, desde las filas de la derecha, ridiculizar a toda una generación que se forjó en la oposición al franquismo y ha gobernado en España, y también en la Comunidad Valenciana y en la inmensa parte de sus ayuntamientos, durante los años ochenta y buena parte de los noventa. Para hacerlo se les quiere presentar como una especie de hippies mal reciclados, gente que realiza propuestas, tal vez bien intencionadas, pero en cualquier caso poco realistas.

Finalmente es posible que la traducción del pensamiento único en versión del PP consista en afirmar que los valores de solidaridad, los valores libertarios de rebeldía de mayo del 68, en definitiva los valores de justicia y de liberación, la confianza en la política como medio de transformar la realidad, son cosa del pasado. Deberíamos preguntarnos cómo es posible que las ansias de solidaridad de los jóvenes se orienten hacia fórmulas distintas de los partidos políticos. Es cierto que buena parte de la responsabilidad la tenemos los partidos de la izquierda tradicional, pero no debe olvidarse que tras diversos intentos de otro orden, en Europa se está produciendo un retorno a la confianza en la acción política como medio transformador. El hecho de que un personaje como Daniel Cohn-Bendit ocupe un escaño en el Parlamento Europeo debe permitirnos sacar consecuencias.

Al final voy a llegar a una conclusión. Visto el número de ex-comunistas -versión estalinista, además- que hay en el PP, al final me voy a convencer que este desprecio de lo progre va a resultar un ajuste de cuentas contra un movimiento como el de Mayo del 68 que los partidos comunistas, en su día, ni comprendieron ni asumieron. Y yo la verdad, como sigo sintiéndome progre, llevo muy mal que ese término se haya convertido en insulto y por ello levanto mi protesta al grito de: "Confundo la realidad con los deseos porque mis deseos son reales".

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