Hablábamos de pobreza
Hace cinco años, los representantes de 186 países, de ellos 117 jefes de Estado y de Gobierno, se reunieron en Copenhague, bajo el patrocinio de Naciones Unidas, para hablar de la pobreza. Se trataba de llegar a compromisos para conseguir que en 2015, entrado el nuevo siglo, la Humanidad pudiera vanagloriarse de haber reducido en un 50% el número de personas que vivían en condiciones de extrema miseria. El objetivo parecía realizable. Muchos expertos confiaban en que el proceso de globalización, que ya se desarrollaba de manera imparable, y las rapidísimas innovaciones tecnológicas tuvieran un impacto positivo también en las áreas menos desarrolladas. La nueva economía ofrecería extraordinarias oportunidades de desarrollo económico y social.Han pasado cinco años y las noticias, para los pobres, no son buenas. Es cierto que algunos países en vías de desarrollo han conseguido mejorar sus niveles de vida, pero no parece que el objetivo de 2015 esté hoy más cerca que entonces; desde luego, no para África, donde la pobreza relativa ha aumentado en lugar de disminuir. Y el runrún, el malestar ante esta nueva constancia del fracaso del mundo desarrollado para ayudar a sacar del hambre, la pobreza radical y la enfermedad a casi 3.000 millones de personas, vuelve a dejarse sentir en medios intelectuales, religiosos y humanitarios. Esa irritación ayudó al fracaso de la cumbre de Seattle y está provocando una cierta inquietud en medios financieros y políticos.
La inquietud se ha hecho presente en los trabajos preparatorios de la nueva Cumbre Mundial sobre la Pobreza (Copenhague+5), que se inaugura el próximo lunes 26 en Ginebra, y en la que la globalización va a tener un gran protagonismo. El propio director de Naciones Unidas para Política Social y Desarrollo, John Langmore, lo ha expresado claramente: "Hasta ahora, la globalización ha ayudado a los ricos a convertirse en más ricos. Necesitamos nuevas reglas en el nuevo juego global para asegurarnos de que las necesidades básicas de salud, educación y salario digno siguen siendo exigibles y alcanzables".
Los documentos iniciales de la cumbre incluyen una buena definición de globalización: "Un fenómeno que se refiere esencialmente a las fuerzas que empujan para lograr la extensión del libre mercado en todo el mundo y a sectores de la economía que hasta ahora han estado regulados, en particular los mercados financieros internacionales". El comité preparatorio ha constatado también que mientras algunos países, como China, Corea o India, han sido capaces de conectar sus economías y su futuro a la inevitabilidad y a los beneficios de la globalización, grandes grupos de la población mundial se mantienen marginalizados, con el riesgo de empobrecerse aún más.
Frente a esa realidad, los expertos de la ONU proponen, además de la ya clásica reducción de la deuda exterior, un mayor compromiso del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en la lucha contra la pobreza. "Los Gobiernos y el FMI -afirma una de las propuestas para la cumbre- deberían asegurarse de que los planes de ajuste estructural en esos países no provoquen recesión económica ni exijan recortes agudos en el gasto social".
Dos de las propuestas más interesantes proceden de medios intelectuales de EE UU: una plantea la responsabilidad social del sector privado en sus relaciones no sólo con clientes, suministradores y empleados, sino también con otros grupos que representan los valores y necesidades de la sociedad en la que trabajan; y otra, la necesidad de que se desarrollen estrategias para permitir que los pobres exploten también el potencial del mercado, y no sólo quienes ya poseen el capital necesario. Este último exigiría fácil acceso a recursos productivos, pequeña empresa, microfinanzas, apoyo a las cooperativas... Algo que la globalización podría asimilar e incluso facilitar, desde luego mucho más que el impuesto sobre transacciones financieras (o tasa Tobin, en honor del Nobel que la ideó), del que los representantes del primer mundo no quieren ni oír hablar en Ginebra.
solg@elpais.es.
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