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Alicante se mueve

Una vez más, la nit de Sant Joan en Alicante. Para los ciudadanos que se quedan y para los visitantes que acuden en tropel, ello significa fogueres, belleas del foc y un estado de exaltación que han ido acariciando largamente durante todo el año. Para los que se van, un merecido adelanto de las vacaciones estivales. Para este modesto glosador de la actualidad valenciana, en cambio, ni lo uno ni lo otro. Tan sólo, y ya es bastante, la intrusión del tema alicantino en nuestro horizonte de expectativas y la ocasión de comentar su significado.No teman. Mi propósito está lejos de las habituales glosas costumbristas. Tampoco tiene que ver con los proyectos municipales y provinciales que en fechas tan señaladas suelen aflorar a las páginas y a las pantallas de los medios de comunicación. Todos sabemos -los ediles que se pronuncian al respecto, también- que al año que viene para las fiestas se volverá a hablar de estos proyectos en parecidos términos y que, sin embargo, todo seguirá más o menos igual. Es como los brindis de Nochevieja, un rito propiciatorio de propósitos que sabemos irrealizables.

Si me ha parecido interesante entrar al trapo del tema de Alicante con ocasión de las fiestas patronales es porque, últimamente, los alicantinos se han dedicado de verdad "a coger el trébole la noche de San Juan" y, al parecer, la suerte que sus sépalos anuncian se les presenta propicia. No es un secreto para nadie que el peso de Alicante en el conjunto de la Comunidad Valenciana no ha hecho más que crecer en los últimos años. Ya no se trata tan sólo de que entre los responsables políticos, económicos y culturales cada vez sean más los provenientes de las comarcas del sur. Este es el efecto, no la causa. Lo que sucede, más bien, es que los planteamientos meridionales han ido cobrando peso en el sentir de los ciudadanos valencianos y que la imagen de lo que podemos ser, de lo que nos interesa y de lo que no nos importa, ya no será nunca la de hace un cuarto de siglo. Por entonces, Alicante iba claramente por libre -era, por definición, la "provincia"- y la Comunidad Valenciana parecía un futurible político de singladura tormentosa. Hoy vemos las cosas de otra manera y, sobre todo, empezamos a verlas en Valencia y en Castellón con ojos alicantinos o, si acaso, alicantinizados.

La dialéctica norte-sur cruza la visión del mundo de casi todos los países de Europa y en los países mediterráneos suele saldarse en beneficio de los planteamientos septentrionales. Es lo que pudiéramos llamar el sortilegio del norte. Francia es -en política, economía, literatura y hasta en la moda- lo que ocurre en París, de manera que el Midi no pasa de ser un sitio pintoresco, paraíso turístico, refugio de la mafia marsellesa y foco de potenciales brotes fascistas en Toulon, todo al mismo tiempo. En Italia el modelo se repite: al empuje del Milanesado -eso que ahora llaman la Padania- se opone un Mezzogiorno con turistas, mafiosos y predominio de partidos neofascistas, la trilogía inevitable. En Grecia y en Croacia las connotaciones políticas son diferentes, pero la dualidad persiste. Similar ha venido siendo históricamente el modelo español: un norte industrializado y democrático frente a un sur pobre, retrasado y caciquil. No es de extrañar que las propuestas de futuro hayan emanado generalmente de aquél.

¿Era esto necesario? Evidentemente la superioridad del norte tiene que ver con el vuelco histórico que el protestantismo supuso en la Europa septentrional y con el fracaso de dicha ideología (que no se reduce a las tesis de Lutero, sino que es el fermento de la revolución industrial y de toda una ética del trabajo) en la Europa meridional. Pero, hoy en día las cosas han cambiado. Los valores de la economía de mercado son, para bien o para mal, los de la aldea global. Y al calor de esta mundialización hemos ido asistiendo a la emergencia del Silicon Valley en California y de Atlanta en Georgia, es decir, al triunfo de los estados del sur sobre los del norte en los EE UU. Y hemos visto cómo Hong Kong revertía a China marcando desde el sur las pautas de lo que hay que hacer en todo el inmenso país. Lo que importa ya no es la ética del business -que todos de una o de otra manera, aceptan-. Lo que importa es una sociedad capaz de desarrollarla sin compromisos preestablecidos. Pero estas sociedades son, precisamente, las sociedades multiculturales.

El que crea que el multiculturalismo es tan sólo un valor ideológico se equivoca. Además, y sobre todo, la mezcla de gentes dispuestas a no sorprenderse de costumbres, lenguas o religiones ajenas constituye el tipo de sociedad más preparado para encarar los retos de la nueva economía. Todo aquél que se muestre capaz de aprender de los demás y de no torcer la nariz ante lo que no entiende está igualmente capacitado para enfrentarse a un nuevo programa de ordenador cada mes. Los EE UU han marcado, en esto como en otras cosas, la pauta: un país en el que el 40% de los informáticos son de origen hindú, en el que la música tiene un inequívoco tufillo hispano o africano y en el que las universidades politécnicas están siendo tomadas al asalto por coreanos y vietnamitas es, con todos sus defectos, un país situado en la línea de salida para la carrera del futuro.

En España, lo queramos o no, ha sucedido algo parecido. En los últimos 50 años asistimos al estancamiento del norte y al auge paralelo del área mediterránea. ¿Cuál es el problema de las regiones norteñas? Muchos, desde luego, pero, por encima de todos ellos, que carecen de mezcla de gentes, bien porque no han tenido inmigración, bien porque les estorba y no la consideran suya. En el este de la península ha sucedido todo lo contrario y los resultados saltan a la vista. Sólo que dentro de cada una de las regiones mediterráneas hay zonas multiculturalmente más avanzadas que otras. Dentro de la Comunidad Valenciana, este es el privilegio de Alicante, un territorio que recibe el ferry de Orán, en el que viven numerosos jubilados del norte de Europa y al que han ido acudiendo inmigrantes del interior en cantidades crecientes. Tengo para mí que, si toda la Comunidad Valenciana estuviera hecha sobre el mismo patrón, otro gallo nos cantara. Como el gallo que despertará a los festeros de la nit de Sant Joan: un gallo que anuncia el verano y la explosión de la vida. Pero no todo son parabienes. Los intolerables sucesos de Almoradí demuestran que el racismo y la intolerancia también anidan entre nosotros. Ojo con la bestia fascista, no resulte que los prejuicios mediterráneos a que aludíamos arriba vayan a estar bien fundados.

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Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. angel.lopez@uv.es

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