Dos contra el presidente
A lo mejor, hasta es verdad que un día sintieron afecto el uno por el otro. Pero ahora resulta difícil creer que entre ellos sólo exista la rivalidad de la política. "Nos hemos hecho daño. / Y la juventud dorada era de nieve". Tal vez fuera de nieve, como escribiera Felipe Benítez Reyes, y todo se perdiera, nieve hecha agua, entre los dedos. Cristina Almeida, presidenta de PSOE-Progresistas, se lo dijo a Alberto Ruiz-Gallardón, presidente de la Comunidad de Madrid, en el debate de investidura, el 6 de julio de 1999:-Si yo he estado con usted, y, encima, me respetaba; incluso, me quería, y, ahora, de repente, soy una tonta inútil que no me entero.
¿Se puede decir más claro? La política -está visto- no sólo acaba con amistades, incluso hace perder el respeto del uno hacia el otro. Pero les enfrentan muchas cosas.
Ruiz-Gallardón habla como un magistrado, seguro y hasta docente. Y -Dios me perdone- un poco con resabios de primero de la clase. Es el alumno aventajado que, a pesar de ello, juega con el más golfo del colegio a capar cortapichas en el patio y, en momentos tontos, es capaz de competir por ver quién llega más lejos. Por eso, tal vez, Almeida, en aquel debate le dijo:
-Estoy poco acostumbrada a gente como usted: que insulte desde lo más duro y, sin embargo, luego ponga cara de que no ha roto un plato.
Cristina Almeida habla muy a la pata la llana. Eficaz y cariñosa.Con mensajes cortos y verdades como puños -cerrados-. Es la vecina cálida a la que elegirías como presidenta de la comunidad, pero a la que no encargarías que te cuidara las plantas. Su compañero del PSOE, el portavoz, Pedro Sabando, recién estrenado en la Asamblea, no se parece a ninguno de ellos. A él sí le dejarías las llaves de tu piso en verano y hasta sin pedirle su opinión ni darle instrucciones para el riego.
Dos legislaturas después, Ruiz-Gallardón sigue recurriendo al pasado, más que para defenderse de la oposición, para sacarle los ojos. Es lo que hizo en aquel debate de investidura. A Almeida se las tiró con bala. Que si había hecho su campaña electoral desde un escaño que era de IU, que si la alianza con los socialistas había sido un fracaso, que si tal y que si cual. Y remató:
-De los tres grupos, el único en el que la representante del Grupo Socialista no ha estado ha sido en el nuestro.
Lo que pasa es que a eso ya había contestado la diputada antes, cuando aclaró que durante toda su vida había estado trabajando en la izquierda, que era lo que contaba.
La verdad es que Almeida le había llamado " hipócrita, cínico y hasta misógino". A él, aparentemente, no le importó, pero se lo echó en cara en cuanto tuvo ocasión. Ruiz-Gallardón es hábil en el cuerpo a cuerpo. Y, como buen espadachín, busca siempre el escalón de arriba. Por ejemplo, el 16 de marzo de 2000, Cristina Almeida preguntaba por la opinión que tendría el presidente del Gobierno, José María Aznar, por la sala de venopunción y aprovechó para decirle a Ruiz-Gallardón:
-Le quiero recordar, no con ningún ánimo de protagonismo,que no fue una idea de su Gobierno. Usted sabe que ésta es una idea que la propuso este grupo en la campaña electoral.
Vamos, que no se apuntara el mérito. El presidente, al cerrar el debate, dijo que de eso, nada.
-No es verdad; no está en su programa electoral, ni nada de eso se dijo por parte del partido socialista.
Y le aclaró que ella sólo había pedido que se expendiera heroína a los que estuvieran en situación terminal. O sea, que a cada uno, lo suyo.
Y otra vez, cuando Almeida se interesó en una pregunta parlamentaria por la aplicación de la ley de menores y pidió que se pusiera en marcha cuanto antes, Ruiz-Gallardón le dijo que a ver si se ponía de acuerdo con sus compañeros socialistas, que le habían pedido que el tema se retrasara lo más posible. Como queriendo decir que entre ellos ni siquiera tenían las cosas claras.
Con Pedro Sabando, portavoz que sustituyó a Jaime Lissavetzsky en el Grupo Socialista, lo mismo. El presidente siempre dice que siente mucho afecto por éste o por el otro, pero hay cariños que matan. El 13 de abril recibió al nuevo portavoz con palabras de arrope. Que se alegraba mucho de que ocupara la portavocía, que estaba convencido de que iba a ser una colaboración magnífica... Daba gusto. Y, a la primera, zás, un revolcón.
Y es que Sabando se estrenó anunciando que, cada semana, iba a preguntarle por el paro. Así que Ruiz-Gallardón se lo agradeció mucho. Se lo dijo. Le dijo: "Le agradezco mucho que me pregunte usted por el paro". Sonaba a ironía, pero iba en serio, porque el paro, el empleo, vamos, era de las cosas que mejor iban. Y Sabando insistió y se puso un poco melodramático para hablar de las familias sin empleo. Ruiz-Gallardón le vino a decir, sin decirlo, aquello de Max Estrella y Don Latino: "No te pongas estupendo". Y utilizó, otra vez, lo del pasado de los socialistas y le dio cifras y datos para demostrarle que entonces las cosas iban peor.
Lo del pasado es muy socorrido por parte del Gobierno popular. Pero Sabando es un hombre de palabra. Y, a la semana siguiente, se interesó por la cobertura de desempleo. Ruiz-Gallardón, incansable, le repitió que con el Gobierno de Joaquín Leguina, del que formaba parte Sabando, los parados andaba con el cielo protector y poco más.
Ya no le pregunta de eso. Sabando se interesa por asuntos más suyos: la sanidad. Pero el presidente se sigue colocando en el escaño de arriba. Y, siempre, sale airoso por comparación. Por eso, tal vez, hay diputados en la Asamblea de Madrid que no quieren preguntar nada a Ruiz-Gallardón. Saben que siempre será el último en hablar y, que si se pone, es capaz de pasarles por la izquierda. A veces el silencio no gana batallas, pero evita alguna que otra derrota.
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