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La nueva sabiduría convencional.

A partir de los resultados electorales del 12 de marzo, en nuestro país se ha ido creando una percepción generalizada, ampliamente reproducida en los medios de información españoles, de que tal elección significó "el colapso de las izquierdas", reflejando un cambio histórico en el comportamiento electoral del país, con un movimiento muy significativo del electorado hacia la derecha (llamada centro) que ha dado la mayoría absoluta en las Cortes españolas al partido conservador. Es más, este movimiento del electorado hacia la derecha se considera representativo de un movimiento en el mismo sentido por parte de la mayoría de la ciudadanía española, puesto que incluso la abstención se interpreta como signo de satisfacción con la gestión del partido gobernante, el PP. En este sentido, la derrota del PSOE asume ser el resultado de que este partido está perdiendo las clases medias, satisfechas con la situación económica y política del país y asustadas por su supuesto giro a la izquierda (traducido por su pacto con IU). De ahí que sectores de la dirección del PSOE y varios candidatos a su secretaría general estén pidiendo, una vez más, el movimiento hacia el centro de tal partido.En esta interpretación se ignoran varios hechos elementales que permiten una lectura distinta de lo acaecido el 12 de marzo. Veamos. En primer lugar, para medir el ascenso o descenso electoral de un partido político no es suficiente con comparar los porcentajes o el número absoluto de votantes que apoyan a tal opción en dos elecciones consecutivas. Lo que debe hacerse es comparar el porcentaje o el número absoluto de votantes sobre el censo electoral, es decir, sobre el número total de personas que votaron, más los que no votaron pudiendo hacerlo, corrigiendo tal censo por los cambios demográficos que han ocurrido durante las dos elecciones consecutivas. Pues bien, cuando se hacen estos cálculos, se ve que en realidad el crecimiento de votantes del partido conservador en el año 2000 fue sólo un 1% del censo electoral. Me parece un tanto exagerado construir toda una tesis que supone un cambio de cultura política y derechización del país en base a este crecimiento.

El segundo hecho ignorado en esta sabiduría convencional es que debido al dominio de las derechas en el proceso de la transición de la dictadura a la democracia, considerado de manera errónea como modélico, España tiene uno de los sistemas electorales más discriminatorios contra las izquierdas en la UE. En muchas partes del país se requirieron incluso seis veces más votos para elegir a un candidato de izquierdas que a uno de derechas. Dicho sesgo electoral explica que un mero cambio de un 1% de aumento en el censo electoral de votantes del PP creara el 12 de marzo una gran mayoría de diputados de tal opción política en el Parlamento. Soy consciente del argumento de que el PSOE también consiguió mayorías absolutas y que la base discriminatoria -que se reconoce existe- es más territorial que política. Pero en España, lo territorial es en general político. Costó sólo 15.000 votos elegir a un parlamentario del PP en Soria, un territorio tradicionalmente conservador, mientras que en Barcelona, un territorio tradicionalmente progresista, costó más de 100.000 votos conseguir un parlamentario de izquierdas. En realidad, las mayorías del PSOE son de improbable reproducción debido a la creciente dispersión de su voto, a no ser que las izquierdas se presenten en coalición o en alguna fórmula que permita complementar sus votos.

La explicación de la victoria del PP no puede limitarse, sin embargo, al aumento de un 1% del voto en el censo electoral al PP ni tampoco al sesgo discriminatorio del sistema electoral, sino que debe incluir también el análisis del descenso del voto de izquierdas (un 9% del censo electoral), el cual se debió primordialmente al aumento muy notable de la abstención junto a una transferencia de votos del PSOE e IU al PP, la cual fue más acentuada en áreas de clase trabajadora no cualificada que en sectores de clases medias y adineradas, como quedó constancia en el cinturón de Barcelona, donde las políticas lingüísticas del PP y sus políticas de inmigración percibidas como hostiles a los inmigrantes extranjeros, motivaron en parte aquel trasvase del voto entre un electorado en el que la inseguridad es una constante en su vida. La abstención y el voto en blanco eran principalmente un voto de protesta a los partidos de izquierda, y un rechazo a los comportamientos de las direcciones de tales partidos, que alienaron a un número creciente de sus votantes. Es un error creer que las elecciones se ganen o pierdan durante la campaña electoral. En realidad, lo que está ocurriendo ya ahora está configurando cómo la población va a responder en las próximas elecciones. Creerse que la abstención se debió a la satisfacción con la situación actual, reproducida con el mensaje de que España va bien, es asumir que las clases populares, y sobre todo la clase trabajadora no cualificada (que es la que experimentó mayor crecimiento en su abstención), estaban más satisfechas que las clases medias de renta alta, puesto que las primeras se abstuvieron mucho más y su crecimiento de la abstención fue mayor que las segundas. De nuevo, el incremento de la abstención fue mucho mayor en los barrios trabajadores de Barcelona (como La Sagrera y Nou Barris) que en los barrios profesionales o de clase media alta (como Sarrià o Gràcia). Y hay muchas más Sagreras y Nou Barris en España que Sarriàs y Gràcies. El crecimiento de la abstención fue, pues, más una protesta y frustración con los comportamientos de tales partidos que no un indicador de mayor satisfacción con la gestión de gobierno del PP. Tal frustación, compartida por las bases de los partidos de izquierda, se debe a las constantes luchas internas fratricidas, a fin de sostener un continuismo en sus direcciones que, cuando salían de sus luchas internas era para centrarse en temas del Estado, lejos de las preocupaciones no resueltas de la cotidianidad. Estos hechos han conducido al inevitable descrédito de tales instrumentos.

Por otra parte, la continua división de las izquierdas y su sectarismo, reproduciendo su división, han sido responsables del retraso del Estado del Bienestar en España. Es en los países donde las izquierdas son fuertes y unidas y las derechas están divididas (como en los países nórdicos de Europa) donde encontramos los Estados del Bienestar más desarrollados en Europa. En España, la posición es inversa; las derechas están unidas, y las izquierdas, sumamente divididas, y ello a pesar de que a nivel programático no hay diferencias sustanciales en lo que proponen los dos partidos mayoritarios de la izquierda para

resolver los problemas de la cotidianidad, tales como la enseñanza, la sanidad, la creación de empleo, las pensiones, los servicios de ayuda a la familia y otros temas que las encuestas muestran como los más importantes para la población.

Sería injusto, sin embargo, no señalar que también hubo contribuciones positivas de las izquierdas. Una explicación que se reproduce acríticamente en esta nueva sabiduría convencional es que las izquierdas perdieron porque no tenían propuestas nuevas atrayentes. En realidad, sí que las tuvieron, y muchas de ellas fueron copiadas por el PP. El problema no fue la ausencia de propuestas innovadoras sino la falta de credibilidad de los instrumentos políticos de las izquierdas. Me explicaré. Hace ya un año que el entonces candidato Borrell me pidió que le ayudara a diseñar en el PSOE las propuestas de reforma y expansión del Estado del Bienestar español, un Estado que reproduce una polarización social en el que las clases populares utilizan los servicios públicos (sean los servicios sanitarios o las escuelas) y las clases medias y altas recurren a los servicios privados. En España no ha cristalizado todavía la alianza de la clase trabajadora con las clases medias, alianza básica para el desarrollo de un Estado del Bienestar de calidad, estableciendo unos servicios en los que las clases medias se encuentran satisfechas, reteniéndolas en el sector público. El reto en España, por lo tanto, es diseñar un Estado del Bienestar en el que las clases medias, que tienen unas expectativas más elevadas, se encuentren cómodas. De ahí que propusiera al partido socialista que en su propuesta sanitaria se comprometiera a ofrecer en el Servicio Nacional de Salud una cama por habitación (con derecho a una cama extra para miembros de la familia). Tal propuesta fue aceptada por el PSOE, lo que creó una respuesta hostil inicial del PP, acusando al PSOE de irresponsable, asumiendo que era irrealizable por razones económicas. Al ver la popularidad de tal propuesta, sin embargo, el PP la hizo suya (como pasó con muchos otros elementos del programa social del PSOE). El Gobierno conservador actual se ha comprometido por lo tanto a realizar tal medida, así como a llevar a cabo otras propuestas de las izquierdas, como la generalización de los servicios de ayuda a las familias, tales como jardines de infancia y servicios domiciliarios para los ancianos y personas con discapacidades. Si el PP cumple sus promesas (y es de desear que lo haga) el país se beneficiaría de ello. Dudo, sin embargo, que se cumplan sus compromisos sociales. Éstos entran en clara contradicción con su objetivo de rebajar todavía más el gasto público (de los más bajos de la UE), gasto que ha ido descendiendo como porcentaje del PIB desde 1994, y que se ha producido sobre todo a costa del gasto social (también de los más bajos de la UE), pasando este último de un 22% del PIB en 1994 a un 19,8% en el presupuesto del año 2000. Esta reducción del gasto está deteriorando la calidad de vida de la ciudadanía en sus aspectos cotidianos. Un ejemplo, entre muchos otros. El gasto sanitario público como porcentaje del PIB es de los más bajos de la UE (5,6%), cifra que adquiere incluso mayor dramatismo cuando se excluye de tal gasto el farmacéutico, que es particularmente elevado como resultado del gran poder de la industria farmacéutica. En tal caso, el gasto sanitario público no farmacéutico es 4,4%, el más bajo de la UE. El promedio del gasto sanitario público total en la UE es 6,8%. Esta escasez de recursos es lo que explica en gran parte la masificación de los servicios sanitarios, la frustración y desmoralización del personal sanitario y las largas listas de espera. La protesta popular que estamos viendo hoy acerca de estas últimas es una prueba más de que la sabiduría convencional que asume una satisfacción generalizada con el Estado de la Nación es errónea.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra.

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