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Reportaje:

Una francesa en el reino flamenco

La historia comienza hace 19 años. Dominique Abel tenía 16 y había ido a Estambul donde su hermano daba clases de Filosofía. Éste le puso una cinta donde oyó una voz que la estremeció. La bella Dominique no sabía nada de español, ni quién era ese Camarón que cantaba una música dolorosa y remota que llamaban flamenco. Pero el temblor ya no se lo iba a quitar nadie. Poco después, en París, vio un espectáculo de Gades y Aurora Vargas. Allí nació su destino.Y como la familia Abel nunca ha tenido miedo a la aventura, la joven Dominique pidió 20.000 pesetas a su hermano para llegar a aquel país donde vivían hombres y mujeres capaces de cantar y bailar así. "Me fui a Madrid porque era la capital y pensé que allí debían saber algo", recuerda ahora con la belleza más serena, hablando un español de palacios y tabernas y tan flamenca "hasta en horarios y pasiones" como esa voz que la llevó a España.

De aquella muchacha que entró tímida en el Casa Patas y el Candela y lidió machismos y normas no escritas, queda intacta la pasión. Por ese flamenco "que se está perdiendo", que ya es lección profunda de vida por encima incluso de su valor artístico.

"Era tan pobre entonces que la habitación donde vivía no tenía ni luz ni agua, así que me compré un aparato a pilas muy chiquitito donde escuchaba las cintas que pillaba en El Rastro; una de ésas era de Agujetas y desde entonces me dejó marcada su voz salvaje y antigua", recuerda.

Dominique, que sabe callar cuando el duende aparece, se ganó respeto por respeto en los círculos flamencos mientras su rostro le ganaba dinero como modelo. Entró en la compañía de Gades, aprendió a bailar, se compró una casa en Barbate (Cádiz) donde hoy vive y fue gestando la idea de hacer una película sobre aquel guerrero que escuchaba a oscuras. El cantaor vivo más salvaje: Manuel de los Santos Pastor, Agujetas Hijo; Agujetas de Jerez.

Hace ahora poco más de un año Dominique estrenó su documental en el Festival Internacional de Cine de Praga y se llevó el premio. Su retrato en blanco y negro de "un hombre que nació sin mando y es libre y morirá libre", un herrero gitano indomable casado sin papeles con una japonesa que despierta por igual temor y admiración en los aficionados -"cuando a Manuel le sale el duende hay que irse corriendo", afirma en la película un cabal admirador- ha cautivado a quienes lo han visto. La última vez en el Festival de Cine de Málaga.

"Pude ponerla por primera vez en Andalucía a gente que entiende lo que allí se contaba; me han emocionado sus silencios, risas y aplausos", asegura Abel, que admite ser a veces "tan salvaje, tierna, rebelde y cabezota como el propio Agujetas".

El éxito de la película ha permitido a Dominique -quien hace poco presentó un libro sobre su vida de modelo, Camaleona, publicado por Planeta- iniciar otros documentales. Ya ha terminado uno en Granada sobre la transmisión del flamenco entre familias y prepara otro sobre el barrio de Las Tres Viviendas de Sevilla.

Porque Dominique, la barbateña, la mujer que supo entrar en el reino de Agujetas y aguantar su mirada de guerrero, sabe de lo que habla. "Yo tuve que aprender todo lo que sé de flamenco sola, desde la sinceridad y el respeto; hoy quiero contar esta forma de vida única, dónde está el flamenco verdadero que no es esa cosa light que venden a la gente; el flamenco de verdad no pertenece a esta época", dice. ¿Y qué es lo que ha aprendido del flamenco? Y sin pestañear afirma: "que nunca, nunca, hay que tener miedo a ser libre".

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