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Las familias socialistas buscan un nuevo acuerdo

Enric Company

Tirios y troyanos se han conjurado para que el noveno congreso del PSC, que se abrirá el día 16 en el nuevo Palacio de Congresos de Cataluña, sea una balsa de aceite. Ha sido concebido como la escenificación de un triple pacto entre Pasqual Maragall, el aparato y las minorías, para dejar claro que frente a la confusión y las incertidumbres que el pospujolismo crea en CiU hay una alternativa sin fisuras.Pero eso no significa que no haya habido sus más y sus menos, que no haya posiciones confrontadas ni aspiraciones en pugna. Los 30.000 afiliados socialistas han elegido ya a 847 delegados que van a tener la opción de refrendar el acuerdo que Maragall, José Montilla y Narcís Serra preparan desde hace dos meses.

Visto en perspectiva, este congreso culminará el asalto a la dirección del partido iniciado hace ya seis años en el séptimo congreso, celebrado en Sitges, cuando una nueva generación de cuadros medios estratégicamente colocados en los puestos de control de la organización defenestró a Raimon Obiols de la primera secretaría. A aquellos jóvenes dirigentes se les llamó entonces capitanes. Ahora quieren ser coroneles y, alguno, Montilla, va a ponerse las estrellas de general como primer secretario.

Aquel conflicto fue mal cerrado, y cuando Maragall anunció el pasado 16 de mayo que quería ser el líder del PSC, afirmó que, ante todo, el próximo congreso debía "consolidar la diversidad interna" y "cerrar heridas históricas".

¿Qué diversidad? ¿Qué heridas? Cuesta identificar un ala derecha y un ala izquierda en el PSC. Aunque es bien cierto que Maragall, por ejemplo, se define como liberal y preconiza la apertura de su partido a los empresarios y, en cambio, José Borrell se hizo con la abrumadora mayoría de votos de los afiliados en las primarias de 1998 definiéndose estrictamente como socialdemócrata. El secretario de organización de la federación de Barcelona, Joan Ferran, uno de los que ahora aspira también al generalato en el partido, sostiene que la mayoría de su organización, y él mismo por supuesto, se identifica como socialista a secas, y ahora, más jospiniano que blayrista. En cambio, el primer secretario de la federación de Girona, Manuel Nadal, defiende abiertamente una opción de centro izquierda, única forma, en su opinión, de que el PSC pueda traspasar sus actuales fronteras organizativas y electorales.

Hay también una linea divisoria interna entre los socialistas de cultura política catalanista y los que proceden de la cultura política del PSOE. Esa divisoria coincide en muchos casos, aunque no siempre, con otra de tipo nacional, cultural e incluso territorial. No es lo mismo el personal socialista de Santa Coloma de Gramenet, por ejemplo, que el de Igualada o el de Girona. Por un lado están los Maragall, Reventós, Obiols, Armet, Nadal, Royes, etcétera. Por el otro, los Corbacho, De Madre, Montilla, Santiburcio, Bustos, Martínez Fraile.

Esto tiene que ver con las viejas heridas de las que habló Maragall el 16 de mayo. Es la historia de la ruptura del núcleo dirigente fundacional del partido, ocurrida en el congreso de Sitges. Dicho de forma esquemática, en aquella batalla Maragall dejó de desempeñar un papel, Serra jugó por unos y Obiols, abandonado por Josep Maria Sala, por otros. El resultado fue el estallido de la dirección y un avance en toda la línea de la generación de cuadros medios que ahora se apresta a tomar el poder.

Pero la política tiene paradojas imprevisibles.

La noche de la segunda derrota a manos de Aznar, el 12 de marzo, los dirigentes territoriales del PSC decidieron que había llegado la hora del cambio generacional en el partido. Consideraron que quienes lo habían gobernado durante el felipismo habían agotado ya sus opciones, su momento. Apostaron por el relevo, con una excepción: la de Maragall, que pese a formar parte de la generación de fundadores sigue siendo una opción de futuro y ha de llevarles a gobernar la Generalitat.

Se cruzaron entonces dos debilidades. Los impulsores del relevo controlaban la organización, pero carecían de un líder potente. Maragall, que sí tiene las condiciones de líder, carece de un equipo propio para dirigir el PSC, y menos aún para controlar efectivamente la organización, el aparato. Por añadidura, el ex alcalde de Barcelona ha defendido durante años una concepción de partido enfrentada abiertamente con la del aparato. Maragall propugna un partido de estilo norteamericano, en forma de constelación de grupos, plataformas y organizaciones diversas unidos por la adhesión a un líder: él. Los capitanes son lo contrario: son los políticos cuya fuerza deriva de controlar férreamente organizaciones locales que les proporcionan los delegados necesarios para ganar los congresos del partido, y para controlar al líder.

La necesidad obliga, y se impuso el pacto. Maragall ha renunciado a imponer sus ideas sobre el modelo de partido. Ha garantizado a los capitanes que podrán ascender a coroneles y generales, a cambio de que acepten que se gobierna desde el ala derecha, y de aceptar que él lleve a su modo la batalla para la presidencia de la Generalitat.

Para que la operación se produjera en paz, sin chirriar por ninguna parte, se requería sin embargo el aval de los fundadores y las minorías. Por eso, en la mayor parte de las agrupaciones de la federación de Barcelona, por ejemplo, las listas de delegados han sido pactadas y se ha garantizado la presencia de obiolistas y otras minorías en ellas.

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