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Casos de diseño

He viajado mucho en autobús, aunque últimamente (más acobardado o cansado) procuro usar el taxi, y conozco las estaciones, que han sido muy dignificadas: ya no son aquellas cocheras para multitudes de individuos solitarios como sólo se puede llegar a serlo en una estación de autobuses. He usado las salas de espera de las estaciones y me he sentado en los sillones de la estación de Málaga, vencidos o rotos o cosidos con alambre. No los derrotó el tiempo ni el peso de los viajeros exhaustos, sino la impericia del fabricante, que montó una extensión de rejilla metálica sin capacidad de resistencia, condenada a partirse por la mitad.Es posible sentarse en los sillones arruinados de la estación de Málaga. Pero, si, en la misma ciudad, prefieres coger el autobús en el andén del Muelle Heredia, descubrirás que el viajero de los autobuses debe tener una dureza especial. El fabricante de los bancos para esperar en el andén probablemente entienda que alguien que se sube a un autobús es un individuo heroico, de hierro, y ha montado unos bancos torturadores y mentirosos: la vista los aprecia, y ese discernimiento rápido que es el gusto dictamina que están muy bien, escuetos, perfectos. Pero disfrútalos con los ojos, no te sientes. Porque, si te sientas, una barra de hierro se te clavará en el centro de la espalda. Son bancos de carácter disciplinario, educativo, que te obligan a mantener el torso erguido o a ponerte en pie inmediatamente. Yo he leído mucho, muy derecho, en esos bancos.

Son las extravagancias del diseño industrial: sillones que se rompen si te sientas, bancos en los que es imposible acomodarse sin dolor. Recuerdo estas cosas mientras leo la información de Margot Molina sobre la exposición de diseño industrial andaluz que se celebra en una nave de Sevilla, diseño industrial fabuloso, idealista, pues no había industria que fabricara los objetos que proyectaron durante años los diseñadores de Andalucía.

El diseño industrial ha tenido en Andalucía la grandeza de lo imposible. Los diseñadores son casi los últimos artistas contemporáneos que practican un arte que exige aprendizaje y pericia técnica, y no dependen únicamente de alguna idea genial, como puede ser reunir doce cubos de cinc llenos de agua y doce llenos de arena, iluminados individualmente, en una habitación negra y cúbica, sin ventanas.

El diseño exige la prueba del uso: las vajillas de la Cartuja, los todoterrenos de Santana, el envase monodosis de aceite de oliva para comidas de avión y hotel, una bombona de butano (nuestro mundo es doméstico y rural), objetos expuestos en Sevilla, han demostrado o deberán demostrar que son prácticos, como esas grises y bellas cafeteras decaédricas en las que hacemos el café por las mañanas, o los bancos de la estación de autobuses de Granada, que acogen al viajero-lector en la amplia luz natural que llega del techo. Las columnas de este edificio son un extraño homenaje al tabaco en una sala de espera: inmensos cigarros, esbeltos y blancos, con filtro plateado, como un cigarrillo de los años en que las estrellas fumaban esplendorosamente en las películas.

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