Diputaciones provinciales
Los presidentes de las diputaciones provinciales valencianas no son una excepción por sus ínfulas de notoriedad. Entre los de su ramo y en el marco español suelen descollar tipos singulares que confunden la corporación con un emirato árabe por el gasto que hacen y la prepotencia que ejercen. Quizá sean conscientes de que gobiernan unos tinglados caducos y se aplican a exprimir sus recursos y a meter bulla para disimular el anacronismo retrasando en lo posible su amortización. En este aspecto hay notables similitudes entre los titulares de estos entes administrativos, y los del País Valenciano, como queda dicho, no desentonan.El martes pasado, sin ir más lejos, y desde esta misma columna, mi colega José Ramón Giner glosaba un desahogo retórico de Carlos Fabra, que preside la corporación de Castellón, y le reconvenía en clave irónica por la ligereza con que había calificado a los sectores nacionalistas de la Universidad Jaume I, suscitando el enfado generalizado del estamento docente. El citado presidente, lejos de asimilar el correctivo -¡bueno es él!-, reiteró la andanada y se quedó tan pancho, además de ganarse unos cuantos titulares de prensa, gratificantes o no, que eso le es irrelevante. Lo importante es cacarear. Con los mismos o parecidos mimbres, el compañero Giner hubiera podido cortarle un traje a Julio de España, que preside el ente alicantino, por su habilidad para estar siempre en candelero, ya sea por convertir la Diputación en un comedero de enchufados -que denuncian los sindicatos-, ya por practicar en dosis crecientes el autoritarismo.
Y como el de Valencia no ha de ser menos, sino más, Fernando Giner se ha montado estos días unos cuantos números que de poco no acaban en traca. Como al parecer ya no le quedan procesiones patronales que presidir por esos pueblos de su jurisdicción, el hombre se ha lanzado a ahormar a su imagen y semejanza el área cultural que administra la Diputación. Sin encomendarse a Dios ni a Eduardo Zaplana (¿o sí?) ha postulado un director para la institución Alfons el Magnànim, habiéndoselo de envainar por la oposición cerrada de partidos e intelectuales ajenos al PP e incluso no pocos de esta cuerda. Por cierto -y permítasenos esta digresión- ¿por qué se impugna con tanto celo al propuesto profesor Juan Ferrando y, en cambio, la comunidad política y pensante calló como una muerta cuando se eligió al paracaidista y transitario Andrés Amorós para dirigir el referido instituto?
No vamos a cuestionar el derecho que le asiste al mencionado presidente para ocuparse de la parcela cultural que financia y gestiona la corporación, ni tampoco su libérrima opción de subvencionar con largueza entidades lingüísticas secesionistas y meramente pintorescas. Al fin y al cabo, barre para su casa, para el sector tronado con el que se homologa. No vamos a cuestionar ese derecho, decimos, pero sí que nos será lícito preguntar por el papel que le incumbe a este caballero en el horizonte ideológico del PP, adalid como es de iniciativas y pronunciamientos notablemente reaccionarios. ¿Acaso está ahí para cubrir y templar es flanco del PP? En tal caso ya podemos anticipar en qué parará la otrora potente y brillante proyección cultural de la Dipu. No es un consuelo, pero al menos no faltaran motivos para el regocijo. Aquí, en Alicante y en Castellón.
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