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Siete días sin rastro de Jonathan

200 familiares viajan a Madrid desde toda España para buscar al niño gitano

desaparecido en un hipermercado

La chiquilla se agarra al pecho y chupa frenética e inútilmente. "¿Qué va a sacar si se me ha retirado la leche desde que pasó esto?", se queja Rosa Barrull, de 21 años, mientras intenta apartar de su seno a la pequeña Carmen, de 15 meses. Un calco de su hermano Adolfo. Y también de su hermano Jonathan -tres años, pelo rubio e intensísimos ojos azules- que desapareció el pasado sábado en un centro comercial de San Fernando de Henares (Madrid). Desde entonces, nada. Ni el menor rastro. Los Barrull y los Carbonell han apelado a los ancestrales lazos de sangre y a su llamada han acudido decenas de gitanos de Sevilla, Málaga, Barcelona, Oviedo, Murcia... Todos buscan a Jonathan por los alrededores de Madrid y Guadalajara. De día y de noche. Han pegado, en las gasolineras existentes entre Madrid y Guadalajara, rudimentarios carteles con la foto del chiquillo. Pero sin éxito.

"Desde que llegamos aquí todo han sido desgracias", se lamenta Inmaculada Carbonell Heredia, de 38 años, abuela materna de Jonathan. Aquí es el poblado de Las Castellanas, un barrizal salpicado de casuchas inhóspitas, de tejado de uralita, abrasado por el sol, habitado por unas 50 o 60 familias. Los perros, indolentes y tan flacos que el pellejo deja traslucir perfectamente su costillar, ni ladran ni siquiera entreabren un ojo ante la llegada del forastero. Quizás se han acostumbrado al trasiego de coches y furgonetas de la última semana: desde que Jonathan desapareció el pasado sábado, cuando fue al hipermercado Pryca con dos primitos y su tía Isabel, de 17 años. "Cuando salimos, el Jonathan no estaba", recuerda la joven.

"El Yoni es un niño muy guapo y muy bonito y pa mí que le ha cogido alguien que no tiene hijos. ¿Por dinero? Esto es tó lo que tenemos. ¿Quiere verlo?". Inmaculada, tan flaca como los perros que sestean fuera, invita a pasar a la chabola en cuya puerta alguien ha escrito a brochazos Olibo número 3. El panorama es desolador: dos habitaciones malolientes y oscuras por falta de bombillas, cuyo único mobiliario es un camastro, un viejo sofá desproporcionado y una televisión también desproporcionada. Pero en la cocina apenas hay nada comestible. Tanto que una bandada de moscas revolotea sin saber dónde posarse.

"A cualquier noticia que aiga, todos salimos corriendo. Y así llevamos ya siete días. Es un sinvivir", se queja Inmaculada, a la vez que se aleja andando hacia la otra parte del poblado, dividido en dos por las obras de explanación de la futura M-45. "Es que mi Rosi, la madre del Jonathan, está en la otra casa, pendiente del otro teléfono ¿sabe?", explica entre el estruendo de los motores de un Jumbo a punto de aterrizar en Barajas.

"Ahora estamos más tiempo aquí... Es por el porchao", se excusa Rosa Barrull, mientras señala el tejadillo que cubre, a modo de porche, la entrada al chabolo, convertido en un horno por el sol que cae a plomo.Una pintada en la fachada, a brochazos rojos, señala que sus inquilinos son la "familia Vega Barrull".

"Ha venido la alcaldesa y otro señor de la Comunidad", le informa Inmaculada a su nuera, mientras ésta pugna por arrancar de su pecho a la pequeña Carmen. "¡Ahora se preocupan!", grita con rabia otra mujer. "¿Y qué querían?", inquiere Rosa. "Ná, que si necesitamos algo que se lo digamos", responde Inmaculada, mientras le alarga un folio con membrete del Defensor del Menor.

El defensor, Javier Urra, y la alcaldesa de San Fernando de Henares, Monserrat Muñoz, son las únicas autoridades que se han pasado por el barrizal desde que desapareció Jonathan.

La familia dice que apenas ha ingerido un sopicaldo durante estos días de angustia, mientras intenta desesperadamente hacer más carteles con la foto desde la que brillan los ojos azules de Jonathan. Pero, claro, esto cuesta dinero.

"Hay que hacer más fotocopias para las gasolineras", dice Rosa, viuda desde que su marido, Marcelino Vega, murió el 7 de agosto de 1998 en un accidente sufrido en el kilómetro 17 de la carretera N-II. Precisamente el rumor de que iba a cobrar en breve 25 millones de indemnización por la muerte de Marcelino ha hecho pensar que ésta era la explicación a la desaparición de Jonathan. Sin embargo, la familia niega que vaya a cobrar ese dinero y descarta que el móvil del secuestro sea económico. ¿Y una venganza? "Tampoco. Nunca hemos tenido peleas con nadie, ni debemos nada a nadie", afirma Inmaculada Carbonell. "Nosotros vivimos de lo que sacamos de la chatarra".

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