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Tribuna:CUADERNO DE TEATRO
Tribuna
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El relato de la señora Zittel MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez

1. Zittel / Zerline. ¿Ganó El Sur, de Erice, cuando, por un recorte de producción, se quedó sin la segunda parte? Una segunda parte que, en el guión, transcurría precisamente en el sur del título; un sur en el que debían desvelarse algunos misterios de la primera. Seguro que fue una putada para Erice, pero la película, que acababa con su protagonista a punto de viajar al sur, creció en intensidad. Veíamos a los personajes que no llegaríamos a conocer porque su evocación, reconcentrada, nos los había dibujado con fuerza en la memoria: misterios de la narrativa. Para mi gusto, todo Plaça dels herois está en su primer acto. No necesito más. Plaça dels herois, que se acaba de estrenar en el Nacional, es la última obra de Thomas Bernhard. Se estrenó en el Burtheater de Viena en 1988, poco antes de su muerte. Como suele suceder con casi todos los escritores reiterativos, y Bernhard hizo de la reiteración exasperada una figura de estilo, lo mejor está en sus botes pequeños. Yo les cambio ahora mismo todo el ciclo de El origen por las 100 páginas de El sobrino de Wittgenstein, donde basta con decir cinco o seis veces las cosas en vez de 327. De la misma manera, compro ahora mismo el primer acto de Plaça dels herois y muy gustoso les regalo los otros dos. Con ese primer acto, salgo del teatro (es un decir) convencido de haber visto una obra completa, redonda, muy parecida a A la meta, otro de mis bernhards preferidos. El resto ya lo conozco. Demasiado.Como es frecuente en Bernhard, alternan aquí dos tonos: la elegía y la imprecación. Una hora de elegía y dos de imprecación, más o menos, aunque a ratos se entremezclan un poco. La elegía, elegía neurótica, en el fondo muy chejoviana (todo "lo que pudo haber sido y no fue", como en el bolero), corre a cargo de la señora Zittel. "Señora Zittel, mayordoma del difunto", dice la acotación del personaje. No dice más. No sabemos su nombre. Del mismo modo que no sabíamos el apellido de la servante Zerline de Hermann Broch, que montó Grüber con Jeanne Moreau. ¿Se acuerdan de aquella maravilla de función, en el Principal "recuperado"? Yo pensé mucho en la Moreau y en el texto de Broch viendo a Rosa Novell y Cesca Piñón levantar el primer acto de Plaça dels herois. La criada Zerline, la señora Zittel. Dos mujeres que evocan a un hombre perdido que, además, era su amo. El primer acto de Plaça dels herois transcurre en el enorme "cuarto de la ropa" de la casa del profesor Schuster, judío, que acaba de suicidarse saltando por la ventana que da a la Heldenplatz, la plaza de Oriente vienesa, donde Hitler proclamó la anexión de Austria. La casa está a punto de cerrarse. Hay maletas por todas partes. La señora Zittel selecciona y plancha las prendas que heredará Lukas, el hijo del profesor; Herta, una criada pueblerina, de pocas luces, limpia torpemente los zapatos mientras escucha el monólogo de la mayordoma. Un monólogo de unos 45 minutos, en el que Bernhard, por boca de la señora Zittel, nos dibuja la historia de la familia Schuster a lo largo de 50 años y perfila el hueco dejado por el difunto, de quien vamos conociendo sus pequeñas y grandes manías, sus obsesiones, sus relaciones con Oxford y con Viena, y la locura de la viuda, que todavía sigue escuchando los cantos nazis en la Heldenplatz, y, sobre todo, la historia que no se cuenta, la secreta historia de amor, de complicidad, entre la señora Zittel y el profesor Schuster.

Lo que hace Rosa Novell interpretando a la señora Zittel, con el contrapunto perfecto de Cesca Piñón como Herta, y bajo la batuta aquí expertísima de Ariel García Valdés, no se ve todos los días. Me hizo muy feliz ese primer acto: la felicidad que da, en teatro, ver tensarse una estructura narrativa poderosa, puro nervio, nada de grasa, y ver con qué fluidez, con qué elegancia de sentimiento se deslizan por ella los actores. Cuando renuncia a encantar, probablemente porque el director la persuade de que no le hace ninguna falta, Rosa Novell vuela muy alto. La última vez que la vi volar así fue a las órdenes de Joan Ollé en De poble en poble, de Handke, otro austriaco. Y otro tour de force: un monólogo de veintitantos minutos. Ya sé que las comparaciones, sobre todo entre actrices, son odiosas, pero para situarles un poco les diré que Rosa Novell, siendo "ella y nada más que ella", como en el corrido, recuerda aquí a la mejor Espert y tiene la gracia punzante y la vena de locura de Amparo Soler Leal en Paris-Tombuctú. Es una gran, gran interpretación, que te tiene interesado todo el rato. Y, ojo, viendo a la Zittel, prendido en la red del relato de la Zittel, sin que se nos anteponga -y ahí está la grandeza- la interpretación de la Novell.

2. Bilis the Kid. Acabado ese soberbio primer acto, mi interés se desvanece. Casi ninguno de los personajes que aparecen en los siguientes actos me dice nada nuevo sobre lo que me ha contado la señora Zittel. Otra razón: en el primer acto hay sentimientos, y narración, y personajes; en los otros, casi todo son opiniones, opiniones en forma imprecatoria, y las imprecaciones tienen para mí un interés dramático muy relativo.

Si han leído a Bernhard, sabrán que las dos cosas que le daban más asco eran: a) Austria y los austriacos, y b) casi todo lo demás. No logro tomarme yo tremendamente en serio las imprecaciones de Bernhard. Porque podemos apostarnos algo a que si hubiera nacido en Toledo, el punto a) se convertiría en Toledo y los toledanos y porque, como discurso, la igualación a la baja suele suscitarme una reacción irónica: no nos parece muy convincente el orate que vocifera igual ante el fascismo que ante un cuello mal planchado, aunque puede persuadirnos la fuerza expresiva de su malestar. En ese campo juega Bernhard: o se le toma o se le deja. Y Plaça dels herois me parece a mí una exasperación última absolutamente deliberada. Empezando por su duración: casi tres horas. Literalmente, hace pensar en lo de "si no quieres caldo, tres tazas". Hiperconcentrado de caldo vienés para sus queridos vieneses. "Me largo, pero ahí queda eso. Por si no me habíais oído bien. Por si no lo había dejado clarito. Que os zurzan, pandilla de nazis". Un poco como Pasolini al final de su vida: "¿Os tragasteis la Trilogía de la vida porque salían culos? A ver si os tragáis ahora la mierda, la locura, la muerte de Salo". ¿Respuesta? Hubo un poco de movida tras el estreno en el Burgtheater y me temo que ahí se acabó la cosa.

En cuanto a la capacidad profética de Bernhard, tampoco me jugaría yo los cuartos, lo siento: recuerda a esos viejos cascarrabias que se pasan el día diciendo que todo saldrá mal y que, por lógica matemática, siempre ven cumplidas algunas de sus predicciones. Quizá tenga yo una primavera optimista, pero me cuesta creer que todo vienés, por el hecho de serlo, oculte a un nazi en su armario. Otra cosa es que esa exasperación te haga más o menos gracia estéticamente. Con algunos taxistas pasa igual.

3. 'Schustersachër'. Volvamos a la obra, excelentemente traducida, por cierto, por Feliu Formosa. En el segundo acto conocemos a Robert Schuster (Jordi Dauder), el hermano del suicida, y a las dos hijas del muerto, Anna (Laura Conejero) y Olga (Montse Germán). Hay un pequeño guiño a El jardín de los cerezos, aquí con carretera y manzanos, pero se abandona rápido. Como Robert y Anna parecen dos trozos del mismo pastel, el Schustersachër, con más o menos acíbar, el personaje que más me interesa es el de Olga, por curiosidad, porque parece el menos contaminado por el nihilismo familiar y hasta sonríe de vez en cuando, pero, quizá por eso, Bernhard le da poquísimo papel.

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Tengo un problema con los actores en ese segundo acto: no me parece que Dauder, Laura Conejero y Montse Germán estén a su altura acostumbrada. Lo de Dauder es lo más raro. Compone el personaje de Robert Schuster en ese segundo acto, lo hace casi pintoresco, un poco como si quisiera hacer Erland Josephson y le saliera Burgess Meredith, pero en el tercero es un personaje completamente distinto. Se hace el amo de ese acto, de esa cena final; parece que ni siquiera le hacen falta las muletas; se ha sacado 20 años de encima. No acabé de entender eso. Laura Conejero está hierática, como si estuviera haciendo tragedia, y a Montse Germán la vi opaca, pero quizá por esa poquísima tela que cortar que le ha dado Bernhard. Bueno, y hablando de poca tela que cortar, lo de los personajes nuevos del tercer acto ya parece directamente una putada del maestro a los actores del Burgtheater. Y de rebote, claro, a los de aquí. Tenemos a Mingo Ràfols (Landauer), que tiene como seis frases; a Josep Minguell (profesor Liebig), que por cierto está clavado a Freud y tiene otras tantas, y a Carme Fortuny (señora Liebig), que debe de tener tres. Luego llegan, ya a punto de cerrar la cosa, Òscar Intente (Lukas, el hijo), que cuenta su caso en dos minutos, y Montserrat Salvador (la viuda), que apenas tiene tiempo de decir algo, escuchar los cantos nazis, poner cara de yuyu y fin del chiste. ¿Qué puede decir un crítico de esos trabajos? Hombre, que muy lucidos no son. Lo que recomiendo, encarecidamente: un maravilloso primer acto. Y el poderío recuperado de Dauder en el tercero.

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