Cosas de chicas
¿Está usted hasta las narices de esas mujeres que se pasan la vida quejándose de que están solas porque los hombres no dan la talla y se achantan porque ganan menos dinero que ellas o porque les asusta su portentosa inteligencia? ¿Considera usted que Bridget Jones y Ally McBeal son dos pedorras que han contribuido a empeorar las ya complicadas relaciones entre hombres y mujeres? ¿Está harto de esas neofeministas de discurso banal que le perdonan la vida mientras se ofrecen a guiarle con sus sabios consejos por el mundo del siglo XXI? Pues ármese de paciencia, amigo, porque la sociedad ha decidido rematarnos con Carrie Bradshaw, otra treintañera guapa, rica e imbécil, cuyo programa de televisión, Sexo en Nueva York, lo tiene todo para ser un éxito.Carrie Bradshaw escribe una columna en un diario de la Gran Manzana y recopila sus temas entre sus amigas, que pertenecen a ese modelo de mujer insoportable que considera que los hombres no dan la talla porque se asustan ante cualquiera que no sea una modelo descerebrada. Carrie y sus amigas se pegan la gran vida, pues esta serie habla de una América en la que, como decía la canción de Randy Newman, los ricos cada vez son más ricos y a los pobres no hay ni por qué verlos.
Para que veamos lo listas que son, la guionista las retrata maltratando a los hombres (unos idiotas mezquinos), yendo a una discoteca en busca de carne fresca (¿no es eso lo que hacemos, en nuestro patetismo, todos los hombres sin excepción?), compartiendo cenas de solteras en las que una dice que no le gustan sus muslos, la otra se queja de su incipiente celulitis y la de más allá considera la posibilidad de pasar por el quirófano (¡guau, menudas intelectuales, qué miedo nos dan!) o quedando con su mejor amigo, que, casualmente, es gay (¡sorpresa, sorpresa, eso no lo habíamos visto en ninguna parte!).
Todas estas pampringadas nos son comentadas por Carrie, cuya voz en off adopta un tono que pretende ser ingenioso y audaz, pero que resulta banal y un punto monjil. Ese tono, por cierto, impregna todo el producto, dejándonos con la impresión de que esas mujeres teóricamente independientes son, en el fondo, unas ilusas que siguen esperando a su príncipe azul.
De acuerdo, ya sabemos que no todas las mujeres de treintaitantos años son como Bridget Jones, Ally McBeal o Carrie Bradshaw. Y que no todos los hombres son tan estúpidos, egoístas y mezquinos como los que aparecen en Sexo en Nueva York. Pero todos estos engendros en nada pueden contribuir a la necesaria armonía que debería reinar entre hombres y mujeres. Aún diré más: series como Sexo en Nueva York no es que saquen al exterior al machista que todos los hombres llevamos dentro, sino que lo fabrican con cada concepto, cada idea, cada frase y cada chiste.
De hecho, nos hallamos ante un nuevo subgénero literario y audiovisual: el resentimiento humorístico seudofeminista. Un subgénero en el que mujeres tan encantadoras como Annie Hall o la Elaine de Seinfeld no tienen cabida. Paciencia.
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