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Alarma en la Gran Manzana

Nueve asesinatos en cuatro meses. Nueva York, que pensaba haberse librado de la indignidad de ser considerada una ciudad sin ley, ha vuelto a ser el escenario de una inexplicable serie de crímenes. Desde principios de este año, nueve taxistas han sido asesinados en extrañas circunstancias ante la total impotencia de la policía de la Gran Manzana. La última víctima, Manuel López, un conductor de origen dominicano, fue descubierta en la madrugada del pasado 28 de abril, sin que el cadáver aportara pistas sobre sus agresores.El 24 de abril, todo indica que intentaron robar a punta de pistola a José Olivares, otro conductor latino, que finalmente fue ejecutado de un tiro en la cabeza cuando intentaba efectuar una maniobra para librarse de sus agresores. La policía detuvo a cuatro personas, tres hombres y una mujer. Pero las fuerzas de seguridad reconocen que los cuatro sospechosos no pueden ser los responsables de todas las muertes que se han producido hasta ahora. Hay incluso quien apunta la hipótesis de que un asesino en serie anda suelto.

Las circunstancias de los asaltos son muy parecidas: suelen ocurrir de madrugada, en los barrios más pobres y peligrosos de Nueva York -Bronx, Queens y Brooklyn-, y todas las víctimas pertenecen a servicios de tele-taxis que operan por la zona. Contrariamente a los vehículos amarillos de Manhattan, estos conductores sólo pueden coger a clientes que llaman por teléfono. Pero por costumbre y necesidad económica, muchos de ellos se saltan las normas a la torera. Son unos 46.000, la mayoría pertenecientes a compañías latinas o indias, y los únicos que se atreven a circular por estos barrios, lejos de la mano de Dios y del transporte público. Sus medidas de seguridad son menores que las de sus colegas amarillos y están mucho menos regulados.

Aunque estos conductores no suelen llevar mucho dinero encima, la policía baraja el móvil del robo para encontrar explicación a los crímenes. Pero Manuel López fue encontrado en una esquina del Bronx, de madrugada, con un tiro en la cabeza, el motor del coche encendido, las puertas abiertas y ocho dólares en su bolsillo. También José Olivares se hallaba en circunstancias similares.

Otro taxista, Ovidio Camilo, ha dado la pista más fiable hasta ahora de las que siguen las fuerzas del orden: el mismo día del asesinato de López, se paró a pocas manzanas del suceso ante un hombre y una mujer. Al ver la mampara de seguridad del coche de Ovidio, el hombre se puso nervioso y le pegó dos tiros. El conductor resultó ileso. Un testigo presencial oyó a la mujer preguntarle a su compañero: "¿Pero por qué tenías que disparar a este hombre?". El extraño incidente ha disparado todo tipo de especulaciones.

A falta de mejor alternativa, el alcalde Giuliani ha puesto en la calle a 300 agentes, algunos de ellos de paisano, para que patrullen por los barrios de más riesgo. Pero las asociaciones de taxistas y el propio Ayuntamiento reconocen que la medida es insuficiente para una ciudad tan grande. Asimismo, Rudolph Giuliani prometió, tras la séptima víctima, una partida de cinco millones de dólares (algo menos de 1.000 millones de pesetas) para instalar mamparas de plástico antibalas en estos vehículos, como tienen la mayoría de los taxis de Manhattan desde 1994. La última iniciativa es la de distribuir teléfonos celulares directamente conectados con la línea de la policía. "Es un buen esfuerzo, pero si tienes a alguien que te está apuntando a la cabeza con una pistola, es bastante difícil marcar un número y hablar tranquilamente. Cuando el taxista termine de contestar a las preguntas de la telefonista, ya puede estar muerto", ha dicho Fernando Mateo, el presidente de la asociación de taxistas de la ciudad.

La serie de asesinatos parece haber desatado una ola de violencia contra los taxistas que circulan por la ciudad. Recientemente, un conductor fue salvajemente agredido por su cliente en Queens; otro sufrió una herida de bala en la pierna mientras circulaba por Manhattan; en el Bronx, otro taxista era apuñalado por una mujer.

Ésta no es la imagen que el alcalde Giuliani se ha esforzado por construir en sus siete años de mandato y de lucha contra el crimen. Sus éxitos en la calle, pese a varios episodios de violencia policial, le garantizaron la reelección en 1997. Ahora, en plena carrera electoral para el puesto de senador por Nueva York, no puede permitirse que la ciudad esté en boca de todos por unos crímenes inexplicables.

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