Malos tiempos para la Mafia
La Mafia ya no es lo que era. Quienes conocen el tema aseguran que todo empezó a irse al garete cuando John Gotti, gran padrino de la Cosa Nostra en Nueva York, fue encarcelado y se hizo cargo de los negocios su hijo, un infeliz sin autoridad alguna que se paseaba en chándal por las calles de Little Italy. Entre el acoso a que los había sometido el fiscal Giuliani, actual alcalde de Nueva York, y la torpeza inverosímil del tío del chándal, los chicos listos empezaron a parecer unos imbéciles de los que cualquiera se podía reír. Así surgieron películas como Una terapia peligrosa y series como Los Soprano, que Canal + estrenó ayer y venía precedida de una intensa campaña de promoción subliminal (gran éxito en su país, cantidad de premios en su haber, artículos elogiosos en revistas de confianza) que, prácticamente, nos había convencido a todos de que estábamos ante la mejor serie de televisión de todos los tiempos.Mientras los norteamericanos, acostumbrados a una programación sin excesivos alicientes, se llevaron una grata sorpresa con la serie de David Chase, los españoles esperábamos algo magistral. Tal vez por eso, a más de uno Los Soprano le pueda parecer una serie dignísima, que lo es, pero no la joya que esperaba. Y es que, a diferencia de productos realmente innovadores como Twin Peaks o Seinfeld, Los Soprano resulta familiar al espectador desde sus primeras secuencias. Su protagonista, ese líder mafioso que se deprime y tiene que acudir al psiquiatra, remite al Robert de Niro de Una terapia peligrosa. Los ambientes y las tramas los hemos visto en las películas de Scorsese o Coppola consagradas a la Mafia. Incluso el acertado y divertido tono de culebrón doméstico que tiene la serie, explotando las facetas humorísticas de los criminales, podemos encontrarlo en algunas secuencias de Uno de los nuestros o Casino.
¿Quiere esto decir que Los Soprano, con todos sus premios a cuestas, es una serie decepcionante? No exactamente. Está bien escrita e interpretada, la dirección es ágil y solvente, y, por lo visto la noche del estreno, hay muchas posibilidades de que nos enganchemos a ella. El problema es ajeno a la serie: su éxito. Ese éxito nos ha hecho esperar mucho más de lo que finalmente ha ofrecido, aunque está bastante por encima del nivel medio de la ficción televisiva norteamericana.
Tal vez Los Soprano sea la mejor serie posible en un país en el que a David Lynch le tumban su último proyecto por críptico (la serie Mulholland drive no pasó del episodio piloto) y a Chris Carter, tras haber enriquecido a la productora con Expediente X, le tumban Harsh realm a la tercera semana.
Y tal vez estemos ante un producto de combustión lenta que exige al espectador fidelidad si quiere cobrar su recompensa. Tal vez dentro de tres meses lo que ahora parece una serie sólida y agradable de ver, aunque no demasiado sorprendente, se convierta en esa adicción que es en la actualidad Los Soprano para una enorme cantidad de telespectadores norteamericanos. Como dicen ellos, wait and see (espera y verás).
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