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Reportaje:

Una vida que encoge el ánimo

Conocer a Mónica Nizondo Minguell encoge el ánimo a cualquiera. Pese a su juventud, 28 años, su vida está jalonada de desgracias, que empezaron a los 12 años, cuando entró en el mundo de la prostitución. Desde entonces, la desdicha ha acompañado a Mónica, hoy aquejada de enfermedades que amenazan seriamente su vida.Su delicado estado de salud no le impide ejercer la mendicidad a diario en el barcelonés paseo del Portal de l'Àngel, donde permanece varias horas sentada junto a un pedazo de cartón en el que puede leerse: "Tengo cáncer. Necesito su ayuda para sobrevivir". En el pequeño cartel no hay sitio para describir el diagnóstico completo de las múltiples enfermedades que la aquejan. Hija de una cantante del Molino, la joven no reconoce más familia que un compañero que conoció hace dos años y con quien convive. Un perrillo que rescató de la perrera a veces la acompaña. Durante las largas horas que pasa sentada en el suelo, apoyada en un portal, Mónica se aferra con fuerza a una cruz de madera que nunca abandona. Cada vez que se refiere a su madre prefiere nombrarla como "la señora Luisa".

Si se le pregunta por qué no está ingresada en un centro hospitalario donde puedan curarla, contesta: "Sólo quiero dormir y no despertarme". La tratan en el hospital del Mar desde 1992. El voluminoso historial médico que conserva este centro sanitario indica que Mónica, además de sufrir otras afecciones, es seropositiva y que el hígado es uno de sus órganos vitales que más acusan la adicción a la heroína y la cocaína, drogas a las que se enganchó cuando todavía era una niña.

Su trayectoria la ha arrastrado por una pendiente en la que no han faltado episodios tan traumáticos como una violación a los 13 años, cometida -afirma ella- por tres policías de paisano; como consecuencia de ello quedó embarazada, aunque abortó de forma espontánea. Reside en un pequeño piso de alquiler de la Barceloneta.

Con una biografía como la suya, que da cuenta de que ni su propia familia le ha tendido una mano cuando más lo ha necesitado, no sorprende que tenga una opinión deplorable del ser humano. La única excepción la constituye su compañero, quien le insiste para que vaya a verle trabajar en La Rambla de estatua con el cuerpo cubierto de barro imitando a un hombre primitivo. Está orgullosa de que su chico sea de nacionalidad alemana y explica que la cuida y procura que coma al menos un plato al día. Porque si de ella dependiera, no ingeriría ningún alimento. De todos los controles médicos, el que más respeta es aquel en el que se le dispensa la metadona.

Entre los millares de personas que circulan a diario por el Portal de l'Àngel, hay quienes se le acercan para decirlele: "Tendrías que estar ingresada en lugar de andar por la calle". Mónica Nizondo es muy conocida entre las empleadas de las tiendas situadas en el sector adonde acude a diario. "Es buena gente", dice de ella el policía municipal que presta vigilancia en la zona. Su cartel llama la atención de muchas miradas, más habituadas a otros reclamos, como el consabido "tengo hambre", que colocan otros compañeros suyos situados también en lugares céntricos. Las personas sin techo se conocen entre ellas.

El deterioro físico de Mónica no le impide estar al corriente de las cantidades que recogen otros compañeros de los alrededores. Aunque habla con dificultad, no pone ningún reparo en explicar su vida y agradece que alguien se interese por ella. Es consciente de que sus dolencias más graves no tienen curación, pero no quiere ni oír hablar de que la lleven a un centro de religiosas donde la atiendan. Tiene más confianza en los centros hospitalarios, aunque reconoce que en algunas ocasiones se ha sentido tratada "como un paquete".

No quiere ser ingresada

Le dolió especialmente que en una de sus visitas al hospital de día donde la tratan le preguntaran el nombre de los medicamentos que toma y, al responder que lo había olvidado, la persona que la atendió le dijo que no aparecía en el ordenador y que no estaba dispuesta a levantarse a buscar su historial. En el hospital del Mar informan de que la deficiente salud de Nizondo es muy similar a la de otros pacientes con biografías marcadas por una larga drogodependencia. Acostumbra a ser habitual entre ellos su negativa a ser ingresados. A las personas que se encuentran en estas circunstancias, el hospital les aplica unas normas mucho más flexibles que al resto de los pacientes y les atienden cuando acuden al centro, aunque lo hagan en días y horas distintos a los convenidos.

De sus cuatro hermanos tampoco sabe nada, y asegura que a "la señora Luisa" le tiene dicho que no vaya siquiera a su entierro. Nos pide que protejamos el buen nombre de su madre, pese a que insiste en que no la considera como tal. "De mí puedes poner lo que te he dicho". Habla de la vida y de la muerte con una serenidad tan grande que nadie diría que tiene sólo 28 años.

A su alrededor continúa el trasiego de personas que se asoman a mirar los escaparates, y de repente les cambia el semblante cuando la descubren en el suelo junto al cartelito en el que pide ayuda. Lo cierto es que resulta demasiada desdicha para una misma persona.

Carles Ribas

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