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BUÑUELEROS DE FERIA

Crecimiento ferial

La Feria se impregna de las máximas económicas del liberalismo. Es el crecimiento imparable de una máquina de hacer dinero con un poder mediático increíble. El Real ya se ha quedado pequeño, lo certifica el embudo de carruajes y caballistas en las calles, la riada humana a pesar de la lluvia, las 600 peticiones de casetas, las presentaciones de productos comerciales y las continuas superaciones de récords de recogida de basura, de pasajeros de autobús, de coches en los aparcamientos... Esta es la Feria más larga de la historia -25 horas más- y ya hay indicios de que las próximas ediciones pueden ir por el mismo camino. Lo decía ayer un empresario a la puerta de su caseta: "Empresa que no crece se muere".La polémica está encima de la mesa. Feriantes y visitantes, a pesar de los puristas, comentan la necesidad de eliminar las fronteras de la fiesta e iniciar la expansión en el espacio y en el tiempo. El exceso está bien considerado, es característica fundamental de esta fiesta.

El alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín (PSOE), parece asumir que el control público no tiene efecto sobre los intereses particulares: "Habrá un comienzo oficial pero la gente empezará la Feria cuando quiera. Ellos diseñaran el tamaño de esta fiesta". Y encima el alcalde explicó que es cierto el tópico de que los habitantes de los pueblos llenan la Feria el fin de semana mientras que los sevillanos la abandonan para descansar en las costas cercanas. Este antiguo mercado se autorregula sin la influencia pública. El sueño de Keynes hecho realidad. Sin embargo, El alcalde quiere aumentar el número de casetas públicas. Las quiere más pequeñas que las actuales, la de los distritos que dan problemas de orden público, pero más numerosas. ¿Será esto la esencia de la tercera vía?

Para ello es necesario la esperada ampliación. El delegado de Fiestas Mayores, Juan Ortega (PA), piensa que lo adecuado es el crecimiento moderado y de momento no piensa en movimientos: "Para que hubiera un traslado tendría que existir una necesidad de primer orden, como ocurrió cuando se celebraba en el Prado de San Sebastián", dijo. Esperemos que la burbuja feriante no explote.

Pero a la vez, la Feria tiene un efecto contrario a la globalización, entendida como la americanización de las costumbres. Se potencia una cultura sevillana, aunque nadie sea capaz de dar una definición satisfactoria de lo que es. Incluso se ha convertido en un fenómeno exportable.

El alcalde de la ciudad portuguesa de Oporto, Nuno Cardoso, se pasó ayer por el Real para ver y copiar. Quiere hacer algo parecido en su ciudad para la festividad del 24 de junio, San Juan. Claro está que con sus costumbres y música propia. No está muy claro como quedarían unas sevillanas cantadas con el idioma de Fernando Pessoa. Si se opta por obedecer a la mundialización financiera, a lo mejor el futuro está en la creación de franquicias feriantes y a conquistar el planeta.

Ayer arreció tormenta sobre el Real. Los mayores miraban al cielo con cierto temor y se encogían ante los truenos. Los carruajes y caballistas tuvieron que abandonar la Feria a toda prisa. Llovió con cierta saña. Parecía un castigo divino a tanto desenfreno. Una chica le dijo a su madre: "Con la Feria no acaba ni Dios". Es complicado acabar con algo en lo que miles de personas tienen tanta fe.

El Ayuntamiento premió la constancia de Jesús Cortés Lucena. Un ejemplo de tesón. Este joven, disminuido psíquico, no ha faltado nunca a una Feria sin montar a caballo. Su padre pidió a través de una carta al Ayuntamiento que tuviera en cuenta el esfuerzo y la dedicación del muchacho. Tuvo su recompensa. Una simple copa, pero el chaval salió encantado.

Quizás dio una lección. Quizás tanto crecimiento desmesurado no sea tan bueno.

El secreto del dulce final

Hay un secreto delicioso en la Feria de Sevilla. Un manjar que levanta el decadente ánimo de los feriantes tras la noche de jarana y juerga, los buñuelos. Y todo gracias a una familia de gitanos buñueleros que mantiene la tradición en la forma de hacerlo y guarda bien el secreto de su elaboración e ingredientes. Se reúnen en la única plaza de el Real - "el patio de los gitanos o de los buñuelos", que es como se conoce- que se conforma en la periférica calle Manolo Vázquez."Levadura, harina, agua templada y el secreto". Isabel Romero García no descubriría por nada del mundo la incógnita que hace tan sabrosos sus pasteles. Ella es una de los siete hermanos que regentan los puestos en esta plaza que se ha convertido en punto obligado de visita para acabar como Dios manda la Feria. A 150 pesetas el buñuelo y 300 pesetas la taza de chocolate se toca el cielo.

Otro de los elementos fundamentales es el carbón, único combustible permitido para hacer los buñuelos. Un año utilizaron cocinas a gas pero el Ayuntamiento se las prohibió para mantener la tradición. "Nos lleva más tiempo y ensucia mucho más todo. Aunque es más bonito y a la hora de freír la masa coge un mejor sabor", explicó Isabel Romero.

La buñuelera, que se queja presumidamente de que va a salir en la foto sin arreglar, enseña con cariño sus paños de encajes para proteger la masa de los buñuelos, sus jarras y tazas de cerámica decoradas con flores para el chocolate y sus cafeteras metálicas y dice con orgullo: "Aquí no hay nada de plástico".

Isabel Romero viene de familia de buñueleros y sus hijos lo serán también. Su hija pequeña Silvia Moreno, de sólo nueve años, ya sirve de vez en cuando en las mesas como su madre lo hizo hace tiempo. Eso sí, cuando Silvia se pone a bailar todo el mundo se olvida de la comida y se queda prendado del arte de la pequeña.

La familia Romero va montando sus puestos en las ferias más importantes dónde van ganando clientes, que quedan tan encantados que les mandan regalos cuando se casa alguno de sus hijos.

Es un negocio que ha tenido sus más y sus menos como reconoce Isabel Romero: "Esto es muy viejo, aunque en el patio de la Feria de Sevilla comenzó mi prima Pastora Flores hace ocho años. Durante algunos años estuvo apagado, incluso parado hasta que lo cogimos los hermanos".

Pero últimamente los buñuelos le van ganando la partida a los churros feria tras feria. "Hace tres o cuatro años que dicen que nos vamos a mudar. Viene muchísima gente. Anoche no había sitio para nadie. Esto ya se queda chico. Pongo el perol a las cuatro de la tarde y ya no lo quito hasta las diez de la mañana del día siguiente y sin parar", comentó la buñuelera.

"Chocolate y buñuelos, la esencia del patio". El dulce final para el periplo de excesos.

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