Dignidad
JAIME ESQUEMBRE
Mientras media España se recreaba o flagelaba en los actos de la semana de pasión, y la otra media se enganchaba a la televisión para ejercer de voyeur con el minucioso seguimiento del comportamiento íntimo de diez personas encerradas en una casa prefabricada que le ofrecía el aparato, unos tres mil locos de atar decidimos compartir miseria y sufrimiento con un pueblo obligado, desde hace 25 años, a vivir en pleno desierto del Sáhara, el más inhóspito y hostil del planeta, a la espera de que la comunidad internacional, Marruecos mediante, le reconozca el derecho a la autodeterminación y, con él, la soberanía sobre un territorio que jamás debió perder.
El pueblo saharaui está cansado después de un cuarto de siglo sobre la arena o el pedregal, sin disponer de lo más mínimo para subsistir y soportando una climatología extrema. Su dependencia de la ayuda humanitaria internacional es absoluta (alimentos, agua, ropa, utensilios) pero cuando reciben visita hacen gala de una hospitalidad desbordante. Pasar una semana bajo la lona de una jaima con una familia saharaui supone un reto por el permanente conflicto de sentimientos que se agolpan en la mente del visitante extranjero. Te enamoran, y acabas inevitablemente comprometido con su causa. Desde los más altos representantes del Frente Polisario hasta el más humilde pastor nómada agradecen con dignidad esa ayuda sin la que estarían condenados a desaparecer.
Durante los obligados descansos que impone el termómetro, gustan los saharauis de conversar mientras cumplen una y otra vez con el ritual del te (amargo, dulce y suave como la vida, el amor y la muerte). Tienen dudas y muchas preguntas. No pueden entender el sistema político occidental, capaz de situaciones tan contradictorias como la, para ellos, más sangrante: los pueblos español, italiano y francés los mantienen, pero España, Italia y Francia los obvian. Nuestros gobiernos se niegan a reconocer sus derechos. "¿No tienen ustedes dignidad?", preguntan. Qué difícil la respuesta.
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