Una mundialización con rostro humano
El XVII Congreso de la CIOSL ha analizadoel papel de los sindicatos en un mundo
cada vez más globalizado
y con mayores desigualdades. Del 3 al 7 de este mes de abril se ha celebrado en Durban (Sudáfrica) el XVII Congreso de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL), organización que afilia a sindicatos de 145 países de los cinco continentes, que representan a 125 millones de trabajadores y trabajadoras, y donde hemos participado una delegación de UGT, tal y como venimos haciendo desde la fundación de la CIOSL en el año 1949.
El lema de este Congreso ha sido "La mundialización de la justicia social en el siglo XXI", que ha ocupado una parte importante de los debates, con análisis y propuestas referidas a las prioridades y estrategias sindicales del futuro, al crecimiento económico sostenible, a la lucha contra la discriminación de las mujeres, a la erradicación del trabajo infantil, a la acción internacional por la paz y a las normas laborales asociadas a un comercio justo, entre otros asuntos.
Para situar correctamente las reivindicaciones del movimiento sindical internacional, debemos recordar, una vez más, en qué situación nos encontramos. Las desigualdades entre ricos y pobres siguen aumentando: en el año 1960 -según datos de la ONU- el 20% de la población mundial que vivía en países desarrollados obtenía unos ingresos 30 veces superiores al del 20% más pobre; en el año 1997 estos ingresos eran 74 veces más elevados.
La concentración del poder económico y financiero es cada vez mayor, y ya no está sólo relacionada con determinadas zonas del planeta, sino con un entramado de multinacionales que controlan, por sí mismas, unos volúmenes de ventas mayores que el PIB de numerosos Estados.
Pero, además, como fenómeno característico de la globalización, las transacciones especulativas de capital, beneficiarias máximas del desarrollo tecnológico de las comunicaciones, hace tiempo que han tomado la delantera a las inversiones comerciales.
Mientras que ciertos sectores del mundo desarrollado (no todos; en los países ricos cada vez hay más pobres) siguen ampliando geométricamente sus ganancias, 25.000 personas mueren al día -según datos de la Organización Mundial de la Salud- por carecer de algo tan elemental como es el agua potable. Todo ello sin olvidar que el 95% de la población contagiada de SIDA vive en países en desarrollo y no puede pagar los precios de unas medicinas que se fabrican en función de unos mercados que están en disposición de abonar por ellas un elevado precio.
El capitalismo de las últimas décadas está llevando al límite sus presupuestos teóricos de aumentar la producción, abaratando por todos los medios sus costes, sin pararse ante ninguna barrera de orden ético.
Así, se traslada la producción a países con mano de obra semi-esclava, se desempolvan las más rancias y bochornosas escenas del inicio de la revolución industrial, con niños soportando largas jornadas laborales por salarios de miseria, se conculcan los derechos humanos y laborales, se desforestan bosques y selvas que han precisado de cientos de años de crecimiento, se contamina y degrada sistemáticamente el mar, la tierra, el aire y el espacio exterior.
De todo esto hemos hablado en Durban en el Congreso de la CIOSL. Y hemos decidido seguir trabajando para construir un mundo sin pobreza, sin discriminación ni injusticia, en donde no exista la amenaza de la guerra ni la opresión. Un mundo que haya eliminado los extremos intolerables de opulencia y miseria, en el cual las mujeres y los hombres puedan trabajar y desarrollarse en pie de igualdad.
Trabajar por una sociedad democrática cuyos gobiernos, desde el nivel local hasta las organizaciones internacionales, sean responsables ante los ciudadanos y donde el ejercicio del poder resida de manera efectiva en esos órganos democráticos y no en los grupos de presión económica y mediática.
Exigimos, además, el respeto al trabajo como elemento fundamental del desarrollo humano y social. Debemos parar, por tanto, la degradación actual, exigiendo la aplicación y el respeto de las normas laborales básicas, así como un aprendizaje permanente que permita a los trabajadores ser útiles a la sociedad y sentirse más satisfechos consigo mismos, que no haga de ellos -como ocurre ahora- meros elementos desechables en la competitividad empresarial.
Somos plenamente conscientes de la gravedad de los hechos que denunciamos y de las enormes dificultades a las que nos enfrentamos. Los sindicatos debemos ser capaces de cumplir nuestro papel, evitando los análisis y estrategias parciales, en las que a veces caemos, para lo que precisamos de una mayor coordinación de nuestras acciones y de unas actitudes y mensajes que conecten de manera directa y clara con una mayoría de ciudadanos.
Pero hace falta, además, una mayor movilización de las estructuras civiles. La respuesta social a la pasada Conferencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle apunta claramente en esa dirección. Porque el imparable proceso de la mundialización no puede seguir fundamentándose en la opresión y la miseria. Porque hay que seguir avanzando en la construcción de una sociedad mundial libre, justa y democrática.
En este proceso, los sindicatos, y muy especialmente la CIOSL, tenemos que actuar de manera efectiva y contundente por la que ha sido siempre nuestra razón de ser fundamental: la lucha contra las injusticias, la defensa insobornable de la dignidad humana.
Cándido Méndez es secretario general de UGT.
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