El debate sobre los alimentos modificados

El rechazo del consumidor frena la expansión de los cultivos transgénicos en España La industria transformadora del maíz pide que se prohíba la siembra de variedades modificadas

Del campo al supermercado, la polémica que rodea a los productos transgénicos ha acabado por frenar la expansión de su cultivo en España, creciente desde que, en 1998, se autorizaran las primeras variedades. El único producto modificado genéticamente que se puede sembrar con fines comerciales es el maíz.Están permitidas dos variedades que llevan incorporado un gen de la bacteria Bacilus turigiensis. Gracias a esa alteración genética, este maíz, llamado bT en su denominación inglesa, es resistente a una de las peores plagas de este cereal: el taladro, un insecto endémico en algunas zonas que da...

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Del campo al supermercado, la polémica que rodea a los productos transgénicos ha acabado por frenar la expansión de su cultivo en España, creciente desde que, en 1998, se autorizaran las primeras variedades. El único producto modificado genéticamente que se puede sembrar con fines comerciales es el maíz.Están permitidas dos variedades que llevan incorporado un gen de la bacteria Bacilus turigiensis. Gracias a esa alteración genética, este maíz, llamado bT en su denominación inglesa, es resistente a una de las peores plagas de este cereal: el taladro, un insecto endémico en algunas zonas que daña notablemente las cosechas y causa graves pérdidas, qu suelen rondar el 30%.

La empresa que produce las dos semillas autorizadas, la multinacional Novartis, calcula que este año se sembrarán unas 25.000 hectáreas de maíz transgénico en Aragón, una extensión similar a la de 1999. En toda España ascendió a 397.500 hectáreas, según el Ministerio de Agricultura. No habrá semillas modificadas disponibles para más terreno.

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De las dos variedades autorizadas (Jordi y Compa), sólo se comercializa la última, afirma Novartis, por ser la más adecuada a las zonas maiceras españolas. Pero desde el miércoles pasado ha encontrado un grave obstáculo. Ese día, el Parlamento Europeo decidió que, a partir del año 2005, se limite el uso de las simientes transgénicas cuando sean resistentes a los antibióticos. Y el maíz Compa lo es.

Semillas limitadas

"Pese a no haber observado un descenso de la demanda, hemos limitado voluntariamente la producción de semillas modificadas para no alimentar el debate en torno a los transgénicos", señala el director de Investigación y Desarrollo de Novartis, Esteban Alcalde. La decisión fue anterior a la toma de postura de la Eurocámara. El año pasado, la empresa comercializó las simientes en Aragón, Cataluña, Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía.

La limitación de la producción de simientes se traduce en escasez, según ha podido comprobar EL PAÍS en varias comarcas de Aragón, la comunidad que encabezó la siembra de transgénicos. En 1998, cuando debutó este cultivo comercial, en esta región se sembraron 10.000 hectáreas del cereal modificado, la mitad del total español. Le siguió Castilla-La Mancha (sobre todo, Albacete), con 4.000. Las otras 6.000 se repartieron entre Cataluña, Navarra, Madrid, La Rioja, Extremadura y Andalucía, según el Ministerio de Medio Ambiente.

Sin embargo, el Gobierno aragonés, una coalición PSOE-PAR que se opone a los cultivos transgénicos, da cifras distintas y asegura que el cultivo está a la baja en la región. El departamento de Agricultura afirma que en 1998 se sembraron 16.000 hectáreas de cereal modificado (18% sobre la extensión total del maíz aragonés) y que al año siguiente, cuando la siembra fue menor debido a la sequía, sólo supusieron el 12,9% (8.000). Para este año se espera una reducción mayor.

"El debate ya no es si el transgénico es bueno o malo, sino si se vende o no. Y el principal comprador de la zona lo rechaza", asegura el director general de Tecnología Agraria del Gobierno aragonés, José Luis Alonso. Alude a la empresa multinacional Amylum (antes Campo Ebro), que ha comunicado su negativa a comprar cosechas transgénicas.

Amylum comparte esa decisión con las otras dos multinacionales del ramo: Roquette Laisa, ubicada en Martorell, Barcelona, y Cerestar, en Benifayó, Valencia. Las tres forman la Asociación de Transformadores de Maíz por Vía Húmeda (Humaíz). Cada año molturan un total de 750.000 toneladas del cereal. Lo transforman en ingredientes alimentarios como el almidón (aditivo habitual que sirve también como espesante en sopas) y los azúcares (para bollería, refrescos, galletas, helados y otros productos).

Falta de clientela

Las empresas tienen muy clara la razón de la negativa: "Nuestros clientes, la práctica totalidad de las industrias alimentarias, no quieren usar derivados de organismos genéticamente modificados porque eso les obligaría a advertirlo en las etiquetas de sus productos. Prefieren evitarlo, ya que están presionadas por los consumidores y los grupos ecologistas, contrarios a los transgénicos", explica el secretario general de Humaíz, Felipe Albert.

La asociación no debate sobre el valor científico de los cereales modificados. Sólo echa cuentas. Por un lado, la coexistencia de cultivos convencionales y transgénicos comporta riesgos de contaminación entre ellos. Esto obliga a la industria a realizar análisis que carecen de una metodología oficial, según Albert. Por otra parte, las almidonerías radicadas en España se consideran en inferioridad de condiciones para competir fuera. "En el resto de Europa no hay cultivos transgénicos con fines comerciales. Eso dificulta nuestras ventas y favorece un aumento de las importaciones", añade Albert. Por todo ello, Humaíz se plantea pedir al Gobierno español que prohíba el cultivo comercial del cereal transgénico. "Hemos trasladado nuestra preocupación a la Administración. Es necesario reunirse para acordar una solución", concluye Albert. Este periódico intentó, sin éxito, conocer el criterio del Ministerio de Agricultura.

La Asociación General de Productores de Maíz de España, partidaria de los cereales modificados, lamenta "la grave situación actual". "El maíz se contamina muy fácilmente, incluso mediante el polen, y la industria de alimentación humana rechaza los cargamentos con rastro de transgénicos. Si pudiéramos separarlo no habría problema, pero no es el caso", zanja su presidente, Agustín Marine.

Importación masiva y alimentación animal

La importación es la principal vía de entrada en España de los cereales transgénicos. Los únicos admitidos son la soja y el maíz. Los expertos consultados coinciden en que casi todos los cargamentos que desembarcan deben considerarse modificados, porque contienen más del 1% de granos transgénicos. Esto provoca críticas de Greenpeace y Ecologistas en Acción, que denuncian este "descontrol".

Cada año se importa casi dos millones de toneladas de maíz y un millón de soja, aproximadamente, según una fuente próxima a la Comisión Nacional de Bioseguridad (encargada de evaluar los productos transgénicos). El destino principal de ambos es la elaboración de piensos (70%). A alimentación humana se dedica el 30%, sobre todo en forma de almidón y azúcares (del maíz) y lecitina (de soja). El maíz cultivado en España tiene un destino similar.

Los fabricantes de piensos no están obligados a anunciar el contenido transgénico de su producto (como ocurre en la alimentación humana), pero la UE estudia establecer ese requisito. Así lo afirma el director de la Confederación Española de Fabricantes de Alimentos Compuestos para Animales, Pablo Aguirre. "Si nos obligan a etiquetar, lo haremos", asegura. En España también hay cultivos transgénicos experimentales. Desde 1993 se han autorizado unos 250 ensayos en 57,4 hectáreas.

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