La izquierda de la izquierda
Tras los aciagos resultados que las elecciones del 12 de marzo han deparado a la izquierda, y como por lo demás era inevitable, el acuerdo suscrito por PSOE e IU ha suscitado muchas reflexiones. En su mayoría se han ocupado de la eventual pérdida de votos de centro que, a su amparo, habría experimentado el Partido Socialista, de tal suerte que apenas ha quedado hueco para la consideración de algo que tiene también su relieve: la intuible abstención registrada en "la izquierda de la izquierda".Los signos que en las últimas semanas han dado cuenta de la presencia de esa "izquierda de la izquierda" han sido varios. El primero, menor, lo han ofrecido las disensiones que dentro de IU se han revelado en lo que respecta al acuerdo cupular suscrito con el PSOE. Recordemos que han sido asumidas por dos grupos que, aunque marginales y en mala relación entre sí, parecen llamados a recuperar protagonismo en la contestación interna. Si el primero se ha configurado en torno a una minoría dentro del PCE -una parte de su sector "duro"-, el segundo ha tomado como núcleo a Espacio Alternativo, una corriente vinculada con lo que a menudo son manifestaciones radicales de los nuevos movimientos sociales.
Pero, más allá de esas disensiones internas en IU, no parece que el acuerdo con el PSOE haya levantado precisamente entusiasmo en lo que en otro momento hubiésemos llamado, para entendernos, la "izquierda extraparlamentaria". A las críticas tradicionales a IU -desmedida pulsión institucional, dictado de rancias concepciones que hunden sus raíces en arcaicas internacionales, precario trabajo social y nula experimentación en ese mismo terreno- se ha sumado ahora con fuerza la que entiende que el acuerdo en cuestión ha respondido a los mezquinos intereses de una cúpula que puja con desesperación por salvar el pellejo y al respecto no ha dudado en tirar por la borda, retórica aparte, su oposición a la OTAN, al euro y al terrorismo de Estado. Con arreglo a esta visión de los hechos, semejante desafuero se ha producido, por añadidura, sin amago alguno de consulta entre una militancia condenada a la servidumbre voluntaria y con una contraparte, el coriáceo aparato del PSOE, de la que no cabía esperar nada bueno. Si la izquierda que nos ocupa se había mostrado siempre remisa a entregar su voto a IU -para qué hablar de un PSOE emplazado en los antípodas-, el acuerdo suscrito semanas atrás no podía sino apuntalar esos recelos. De resultas, no parecen haber sido pocos los que, tras recordar el fiasco de 1982, han optado por darle la espalda a un pacto cuyas dobleces se antojaban evidentes. Hay quien apreció en él, por cierto, un iluminador y atrapalotodo apretón de manos entre uno de los adalides de los bombardeos de la OTAN de hace un año y uno de los defensores vergonzantes del régimen de Milosevic.
Comoquiera que las disensiones internas en IU no fueron a más -es verdad que al respecto tuvo un relieve decisivo la censura operada, en los más diversos estamentos, para evitar que los mensajes disonantes se difundiesen-, "la izquierda de la izquierda" no parece que haya dejado otra huella que la muy difusa de la abstención. En el mundo de IU nadie ha advertido mejor las consecuencias dramáticas de ésta que el propio Frutos, quien no gusta de ocultar las carencias de su coalición. Y es que no ha sido el voto útil extraviado en beneficio del PSOE lo que ha hecho perder terreno a Izquierda Unida el 12 de marzo, sino la manifiesta incapacidad de ésta para generar ilusión en un electorado, el de "la izquierda de la izquierda" y sus aledaños, que, aunque marginal en los términos globales de las elecciones legislativas, resultaba vital para IU. Las cosas así, la situación de la coalición, enquistada entre sorpasos y pactos, no puede ser peor, y los recambios generacionales anunciados se antojan un liviano emplasto para una fuerza política que reclama a gritos algo más. Su mayor problema, pese a lo dicho, no son los votos que se le escapan, sino el escaso convencimiento que se intuye detrás de aquellos que recibe.
Si hay un rasgo que conviene a lo que hemos dado en llamar "la izquierda de la izquierda", ése es el de su condición heterogénea y desarticulada. En ella se dan cita -supongámoslo así- varios fragmentos. Uno lo aportan las semillas de un sindicalismo resistente que la CGT, pese a que ése parecía ser su destino, no ha sabido encauzar. Otro se configura en torno a muchos de los nuevos movimientos sociales -ecologistas, feministas, pacifistas, grupos de solidaridad-, cuya disonancia cognitiva y emocional con el mundo de IU no ha dejado, dicho sea de paso, de acrecentarse. Un tercero, por cerrar aquí una lista que podría ser más larga y englobar los restos de la izquierda radical y libertaria de antaño, se perfila en torno a lo que ha empezado a conocerse como novísimos movimientos sociales, bien ilustrados por las redes contra la exclusión y la pobreza, o por las prácticas de okupación. Estamos hablando, en otras palabras, de todo aquello que, en virtud de una mezcla de lejanía ideológica, incomprensión y desprecio, el PSOE no se propuso desmantelar o instrumentalizar en 1982.
A pesar de la precaria articulación política de todas estas redes -sólo allí donde se cruza de por medio la cuestión nacional parecen alcanzar algún peso organizativo-, y siquiera sólo sea por la crisis de los demás, éste es un momento idóneo para que arrecien los esfuerzos de confluencia de movimientos extremadamente heterogéneos y generalmente hostiles a la lógica de los partidos y, con ella, a la de las elecciones. Si hay un equilibrio homeostático en nuestro sistema político, esa confluencia se tiene que ver favorecida, ante todo, por el declive de IU, y ello aun cuando, en un sentido contrario, la liviandad de las señales que se barruntan al respecto se convierte, por sí sola, en un indicador más de crisis en la izquierda. Aun con todo, la formidable censura ejercida sobre las opiniones que, desde el mundo que nos ocupa, se han mostrado hostiles al acuerdo entre PSOE e IU obliga a pensar que no les falta precisamente atractivo en un escenario en el que sobran atávicos despotismos y, a su amparo, los parches de última hora.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de Hablando de Izquierda Unida.
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