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La amargura de Denzel Washington

Ningún actor negro ha ganado un Oscar a la mejor interpretación protagonista masculina desde que en 1963 lo consiguiera Sydney Poitier por Los lirios del valle, y aquella fue la primera vez. Ninguna actriz negra ha ganado la versión femenina de ese premio en toda la historia de la Academia de Hollywood. En la resaca de los Oscar, numerosos líderes y organizaciones de la comunidad afroamericana de Estados Unidos están subrayando con amargura esos hechos.¿Cuándo ganará un negro si no lo logró Denzel Washington en la madrugada del lunes? En su sondeo anticipando los ganadores de la 72 edición de los Oscar, The Wall Street Journal sólo expresaba una duda: no estaba claro si el galardón al mejor actor se lo llevaría Washington, por su interpretación en Huracán Carter, la historia de un boxeador encarcelado 20 años por unos crímenes que no cometió, o Kevin Spacey, por su retrato de un cuarentón en crisis de los suburbios norteamericanos. El diario, a tenor de su encuesta entre los académicos, concedía una ligera ventaja a Washington, pero sin atreverse a arriesgar un pronóstico. El sondeo iconoclasta se cumplió en todos sus extremos, con la salvedad de que Spacey le ganó a Washington.

La decepción en la comunidad negra estadounidense es enorme. Washington, guapo, elegante, de ejemplar vida familiar y ajeno a los escándalos, es, según los criterios de la Academia de Hollywood, el actor negro ideal para conquistar un Oscar, como en el pasado lo era Poitier. Pero la oportunidad se le ha escapado una vez más. Y para mayor inri, la última edición de los Oscar ni siquiera otorgó a un afroamericano la estatuilla dorada para el mejor actor secundario, un recurso fácil con el que la Academia ha salvado en el pasado su conciencia. Michael Clarke Duncan, que competía por ese galardón por su papel de un condenado a muerte injustamente en la película La milla verde, también tuvo que quedarse sentado en el patio de butacas.

Tras la victoria de Spacey, Washington no ocultó su frustración: "La estatuilla era importante, no sólo para mí, sino también para toda mi gente, que cada día lucha contra 400 años de historia racista. Nosotros debemos trabajar tres veces más". El oscarizado Poitier, hoy con 76 años, comparte las quejas del protagonista de Huracán: "Todo es más complicado para nosotros, la integración cultural sigue siendo difícil".

Thomas Rideout, de la veterana Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP), cree que la falta de reconocimiento que padecen los actores y actrices negros está vinculada estructuralmente al poco peso de esa comunidad en la industria del cine. "El verdadero tema es que los negros no forman parte de la red de escritores, directores y productores que mandan en Hollywood", dice Rideout. "Es un problema de poder; si eso cambiara, también veríamos a más negros en papeles importantes y recogiendo Oscar".

El mosqueo de la comunidad afroamericana por lo ocurrido este año con Washington sólo iguala al de 1985, cuando Whoopi Goldberg, candidata al Oscar a la mejor actriz por El color púrpura, también se quedó sin estatuilla. Aquello fue interpretado como una prueba de la incapacidad de la meca del cine para recompensar un filme sobre el sufrimiento histórico de los negros. Y es que en esto, Hollywood es como el resto de las grandes instituciones de un país que persiste en su negativa a hacer acto de contrición por sus tres pecados originales: el exterminio de los indios, la esclavitud de los negros y el despojo de los territorios hispanos.

Washington ganó en los ochenta un Oscar al mejor actor secundario por su papel de esclavo fugitivo convertido en soldado de la Unión en Tiempos de gloria. Pero cuando luego encarnó al activista Malcolm X en el filme dirigido por Spike Lee le pasó como ahora: fue candidato a la mejor interpretación pero sin premio. Recompensar a través del actor a Malcom X, apóstol de la creación de una comunidad afroamericana independiente en el seno de EE UU, era demasiado para Hollywood.

Esta vez, la Academia también parece haber visto un riesgo excesivo en que un galardón a Washington o Duncan fuera interpretado como una condena de la profunda discriminación racial que corroe el sistema judicial y penitenciario norteamericano. Y ello pese a que, con los triunfos de American beauty y Todo sobre mi madre, dos películas irreverentes, y premios a un filme sobre el aborto como Las normas de la casa de la sidra y a otro sobre la ambigüedad sexual como Boys don't cry, la última edición de los Oscar ha sido la más progresista en muchos años. No para los negros.

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