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La farmacia VICENTE VERDÚ

Ahora resulta que quieren vender los medicamentos en los supermercados. Primero trasladaron los solomillos desde las carnicerías, las colonias desde las perfumerías y las medias desde las mercerías. Pero ahora, con los medicamentos, intentan dar un paso decisivo hacia la absorción total. A diferencia de las chuletas, las alcachofas, los juguetes o las faldas, las medicinas corresponden a un orden muy diferente en medio de la heterogeneidad. Un supermercado ha pertenecido hasta ahora, con su mercancía promiscua, al laxo universo de la salud. La gente visita un supermercado para abastecerse de productos dinámicos dentro de una vida activa o exenta de patología. Por su parte, las farmacias han sido de siempre algo peculiar y de una categoría sin equivalente urbano. Los representantes de potitos y cremas hidratantes han tratado hace años de desnaturalizarla, pero aun así ha conservado su rango clínico, exceptuada del vulgar intercambio mercantil. Una farmacia se anuncia con el vigilante parpadeo de una cruz salvífica porque toda ella, su espacio, su contenido, sus formas, refieren a un lugar donde el dolor será convalidado por el analgésico, la dureza por el emoliente, la impaciencia por el ansiolítico, la intoxicación por el emético, la tos por el mucolítico. ¿Cómo incorporar, por tanto, todo este catálogo exacto al alborotado mundo de las grandes superficies o los supermercados? La farmacia es de lo poco que nos queda con estilo y singularidad. La herencia de un tiempo en que la salud se atendía con los oficios también de la palabra y los enigmas de los polvos, los jarabes y las yerbas. Por mucho que se haya secularizado la cultura, la farmacia persiste como un paraje transparente donde la enfermedad encuentra alivio y asilo. Las blancas batas de las farmacéuticas y sus dulces mancebas, la alacena riquísima de envases intrigantes, el universo infinito de nominaciones irrepetibles, el surtido completo que llega por la tarde de Cofares. El mundo se convertirá en otra cosa villana si se llevan las medicinas al supermercado. En primer lugar, la comida, los calcetines, el champú, se medicalizan enseguida. En segundo lugar, y yo lo he padecido afuera, las medicinas pierden todo el empuje de su amor y de su aura.

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