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Plebiscito ENRIQUE GIL CALVO

A diferencia de lo sucedido en las legislativas de 1996, la victoria de Aznar por mayoría absoluta en las elecciones del 12-M es tan incontestable que merece el calificativo de plebiscitaria. Frente a los pronósticos que muchos auguramos, se ha tratado de una victoria no por defecto u omisión, fundada en la abstención, sino por derecho propio, pues ha incrementado en más de medio millón los votos contabilizados hace cuatro años. Lo cual supone un expreso refrendo popular, que viene a convalidar ex post su muy discutible ejercicio del poder. Y así, con la pesada lentitud de un trasatlántico, el electorado español completa su viraje de 90 grados, cíclicamente iniciado hace 15 años, cuando aún parecía eterno aquel otro liderazgo plebiscitario.Esto es habitual en la democracia española, fuertemente personalista desde su mismo origen. También las elecciones del 93 y el 96 fueron plebiscitarias, pues así las planteó el propio Aznar como enjuiciamiento público del anterior presidente González, que primero se libró por los pelos y después cayó con honorabilidad aparente. Por eso, cuando Aznar ganó en el 96, lo hizo no por mérito propio, pues no era a él a quien se juzgaba, sino por demérito o defecto ajeno. De ahí que su legitimidad de origen fuera dudosa en tanto que prestada o interina, a la espera de ser confirmada por su efectivo ejercicio del poder.

Aquella sombra de duda marcó toda la pasada legislatura, haciendo del fantasma de González el espectro que planeaba sobre el inquilino de La Moncloa. Además, lo exiguo de su precaria mayoría le obligó a depender de los nacionalistas, haciendo patente su debilidad política. Por eso, para reaccionar, Aznar se refugió a la defensiva tras una forzada agresividad que encubría su complejo de inferioridad. El resultado fue la intervención gubernamental de la opinión pública, al objeto de acallar las sospechas sobre su déficit de legitimidad.

Así que las elecciones del 2000 se planearon como un plebiscito destinado a relegitimar retrospectivamente al presidente, convirtiendo su dudosa legitimidad de origen en indudable legitimidad de ejercicio. Por eso toda su campaña propagandística se organizó como si se tratase de un referéndum de aprobación o rechazo del poder personal de Aznar, con todo lujo de promesas populistas que siempre se ofrecían como graciosas concesiones otorgadas por el magnánimo titular de La Moncloa. A este trapo tan mediático y espectacular, a fuer de personalista, entró tanto la prensa adicta como la independiente. Y lo mismo hizo la oposición, cuya oferta programática se limitó casi únicamente a descalificar y prometer rectificar la pasada ejecutoria de Aznar.

Pues bien, el electorado entró en el juego plebiscitario y, como no podía ser menos, dada la pujante bonanza económica y la extrema debilidad de la oposición, optó por refrendar masivamente el poder personal de Aznar, otorgándole una mayoría absoluta sólo comparable a la que disfrutó Felipe González una generación antes. De este modo, el presidente Aznar logra enjugar por entero su déficit de legitimidad, confirmando su derecho a ejercer en propiedad su poder personal. Cabe esperar, por tanto, que al saberse por fin seguro supere también su complejo de inferioridad, dominando el agresivo resentimiento que hasta hoy le ha compelido a gobernar tan sectariamente.

Pero si este relato de los hechos tiene sentido sugiere también dos graves líneas de sombra. Una surge del juicio que merece una ciudadanía predispuesta a refrendar plebiscitos caudillistas, dada la naturaleza profunda de la cultura política española. La otra exige prevenir los riesgos de esta nueva mayoría absoluta: ¿caerá en extralimitaciones análogas a las cometidas por González? El peligro reside en que del plebiscito de Aznar pueda surgir, en el peor de los casos, un caudillaje al estilo Fujimori, también legitimado por la lucha contra el terrorismo. ¿Evitará caer Aznar en la tentación de abusar que siempre brinda el poder absoluto? Por desgracia, esto es algo que escapa al control democrático y sólo depende del arbitrio de su humor personal.

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