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Volver a empezar ANTONIO ELORZA

Puestos a empujar como podíamos la unión de la izquierda, varios comentaristas hemos acabado incurriendo en un clamoroso fuera de juego con el triunfo arrollador del PP en las elecciones del 12-M. Entre ellos, aspiro sin duda a la más destacada recompensa, una cuchara de palo como la que antes se otorgaba al último en el Torneo de las Cinco Naciones, por el título de mi columna publicada hace dos semanas: Perder a pulso. La dedicaba a Aznar, naturalmente.Si a pesar de eso el lector sigue soportándome, aduciré en mi defensa que el resultado electoral responde a la valoración efectuada sobre el balance económico y sindical positivo de los primeros cuatro años, errando del todo en lo concerniente a los efectos del estilo de Gobierno, de las gestiones desastrosas de varios ministros y del tinglado de poder económico y de comunicación puesto en pie por Aznar. Nada de esto ha contado para los electores, y es preocupante. Resulta claro que en este cuatrienio dorado, la sociedad española ha girado desde el centro-izquierda hacia posiciones que, antes que conservadoras, calificaríamos de adhesión a la forma de crecimiento capitalista en curso y de satisfacción por la misma. El fuego cruzado del complejo de medios de comunicación a disposición del Gobierno ha sabido inyectar en la mentalidad social el eslogan aparentemente simple de "España va bien", con el mismo estilo mesurado que los dirigentes populares han utilizado en la noche de gloria electoral. Han tenido que venir después las ráfagas de ametralladora de los Campmany, Ussía y demás voceros del viejo (y nuevo) orden para recordarnos que una orientación profundamente reaccionaria y agresiva subyace bajo la superficie del aparente centrismo.

Pronto tendremos ocasión de saber cuál es la política efectivamente vencedora del 12-M, en cuanto el PP cumpla su promesa de desmantelar la Ley de Extranjería. Berlusconi y otros conservadores europeos harán bien en mirar hacia el ensayo de privatización a ultranza que en todos los sectores, de la investigación universitaria a la sanidad aún hoy pública, va a experimentar la sociedad española. Sólo que para acallar el conflicto social, será imprescindible que persista la onda de bonanza económica, acumulando sin límites para una importante minoría y atendiendo a los más. Hasta que el cambio de coyuntura quiebre el actual paisaje panglosiano, donde todo va hacia lo mejor en el mejor de los mundos.

Ahora bien, como tantas veces se ha subrayado, es también la izquierda la que no ha sabido convencer. La puesta en escena ha sido poco creíble, incluso en la preparación de manifiestos donde las firmas seguían atendiendo a la ley de Orwell, con unos firmantes más iguales que otros. Frutos no lo hizo mal y posiblemente así evitó un desplome más acusado de IU, pero estaba demasiado cercana su actuación, y la de su grupo dirigente, a una dirección política contraria a la unidad. De vez en cuando, además, salía el pelo de la dehesa, en especial con las alusiones despectivas al líder de Iniciativa per Catalunya. Ha habido demasiada autodestrucción y queda demasiado sectarismo en lo que fuera el campo comunista.

La idea de una refundación de la izquierda, sugerida al parecer por Borrell, entre otros, sería la mejor respuesta a las necesidades del momento. Desde el PSOE, mal puede remediar las cosas un aparato que empleó sus mejores esfuerzos, con Almunia al frente y González al fondo, para destrozar las expectativas suscitadas por la victoria del catalán en las primarias. En la campaña han quedado también de manifiesto las ausencias de una perspectiva político-económica global, e incluso de una crítica en profundidad de los cambios de poder inducidos por Aznar desde el Gobierno: decir que éste gobernaba rodeado de un grupo de amigos fue todo un signo de impotencia, como el vídeo electoral entregado a deformar la imagen de Aznar, o como el elogio surrealista de Maragall al tipo simpático, hincha del Athletic. Otros hombres, ideas que respondan a las exigencias planteadas por el poder de Aznar, una nueva izquierda. No es poco pedir.

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