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La desmovilización

El profesor Franch acertó el resultado. Ante la sorpresa de todos, incluido el que suscribe, cuyo pronóstico era similar al del señor Blasco, el PP se ha alzado con una mayoría absoluta que nadie, incluido el equipo de campaña del PP, se esperaba. Un análisis sumario de los resultados conduce a una conclusión provisional: la clave del resultado está en la desmovilización del electorado de la izquierda. Ya a primera vista un dato llama la atención: el progreso en votos del PP, que está ahí, no es tan importante como para justificar por sí solo un salto de más de veinticinco escaños. Medio millón de votos dan para mucho, pero no para tanto. Es más, si comparamos resultados con las elecciones del 96 de la única manera en la que la comparación tiene sentido (porcentaje de voto sobre censo) aparece una paradoja: el PP baja. Para que los conservadores hubieren mantenido el porcentaje sobre censo del 96 el PP debería haber obtenido algo más de once millones de votos, y no ha sido así. Lo que tiene una implicación directa: no es el trasvase de votos, no es la fuga del PSOE al PP lo que explica el triunfo de los conservadores, ni sus dimensiones. Ciertamente trasvase de votos habrá, pero todo parece indicar que no será ni abundante ni políticamente significativo.Si aplicamos el mismo baremo a la izquierda comienzan a aparecer las claves del resultado. Aquí las cifras directas hablan por sí solas: tres millones de votos menos, por primera vez el PP tiene más votos que la izquierda... pero ése es un juicio optimista, porque si medimos el apoyo sobre censo (que ha subido más de dos millones de inscritos) las pérdidas dan vértigo: suben un millón de votos más. Si descontamos los casos de transferencias a favor de partidos nacionalistas y otras opciones, más bien pocas, un juicio se impone: es el desistimiento de los electores de izquierda lo que explica la mayor parte de la varianza y con ella el resultado. Y la aparente paradoja de que un electorado que se define mayoritariamente como de centroizquierda produzca una mayoría absoluta de derecha. El fracaso de la izquierda, de la izquierda estatal, aparece así como lo que es: apabullante. Si malos son los resultados del PSOE (tres puntos menos) los de IU adquieren las dimensiones de catástrofe: ha perdido casi uno de cada dos votos del 96. Y no porque se los haya llevado (todavía) la competencia. Simplemente del orden de tres millones de ciudadanos con opiniones de izquierda juzgaron que el día 12 no valía la pena tomarse la molestia de ir al colegio a votar. Y se quedaron en casa.

Cuando el elector predispuesto no va a votarnos es que hemos defraudado antes sus expectativas. Y eso es lo que la izquierda ha hecho: frente a un gobierno conservador IU ha mantenido la política del PSOE como enemigo a batir, lo que si bien era comprensible hasta el 96, es incomprensible desde ese año y da credibilidad a las acusaciones de la pinza. Si unimos a ello una orientación programática lunática, que habla de la OTAN o de la UE como si en Moscú aún gobernara Breznev, y patinazos como el respaldo de Milosevic en la crisis kosovar, o la limpieza étnica interna practicada durante la extinta legislatura no es extraño que en enero sus expectativas situaran a IU en los niveles del PC del 82. ¿Cómo votar a eso?

Si IU no se ha lucido los socialistas nos han dado abundantes motivos para salir corriendo: tres jefes en cuatro años, una renovación que no arranca, una oposición que apenas ejerce, crisis internas a gusto del consumidor, con derecho a putsch incluido como en el caso del PSPV, vacío programático con concesiones a la demagogia (véase asunto de las humanidades) y, para mayor inri, siempre las mismas caras. Lo dicho, no es extraño que una parte del electorado, que intuyo es básicamente urbano, de nueva clase media y de cultura cívica participativa haya salido... hacia el campo en lugar de hacia la urna. Si a ello unimos que ha caído en la trampa de una campaña centrada en asuntos económicos, justo aquellos en los que, a corto plazo al menos, la gestión conservadora es más apreciada por el electorado (incluido el socialista de piñón fijo) nada de extraño tiene el resultado.

La izquierda estatal tiene ante sí un problema muy serio, por cuanto abstenerse suele ser el paso intermedio cuando se procede a trasvasar lealtades electorales y políticas, el electorado progresista que se ha abstenido es, desde luego, recuperable, pero es asimismo capturable por cualquier competidor y, si el PP tradujera en hechos su retórica centrista, cosa que hasta ahora se halla muy lejos de hacer, y la izquierda no reacciona correría un muy serio riesgo de consolidar una nueva posición de partido dominante, en beneficio de los populares. Resultado al que conducen directamente los reaccionarios de la izquierda, que los hay e influyentes. En las sedes del PSOE y de IU debería ser de obligado cumplimiento la exhibición de la crítica machadiana al tradicionalismo: aquellos polvos trajeron estos lodos.

Manuel Martínez Sospedra es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia.

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