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El catalán con más poder en Madrid

Narcís Serra cerró la pasada campaña electoral interpretando al piano -una de sus grandes pasiones- La Internacional. No estaba en el guión preparado por sus asesores y seguramente hacía muchos años que no la tocaba en público. Pero el compás casaba a las mil maravillas con la nueva sintonía inaugurada en el Partido Socialista tras el pacto con IU y Serra, como tantas otras veces, se adaptó con rapidez a los nuevos tiempos. Fue un ejemplo más del pragmatismo que le había permitido sobrevivir a todas las batallas en el Partido Socialista y, con discreción, convertirse en el catalán que más poder ha tenido en Madrid en este siglo. Su nombramiento como vicepresidente del Gobierno por parte de Felipe González en 1991 sorprendió en las filas de su propio partido. Pero Serra había superado retos tan significativos como ser consejero de Obras Públicas en el primer Gobierno de la Generalitat de Josep Tarradellas (1977-1979), ejercer de primer alcalde de Barcelona tras la recuperación de la democracia (1979-1982), abrir el proceso que culminó en la organización de los Juegos Olímpicos de 1992 y ser el ministro de Defensa que reformó y modernizó el Ejército español cuando todavía se percibía el eco del ruido de sables de febrero de 1981. Además, a la hoja de servicios incluía otro activo, poco frecuente en el mundo de la política: todo este trabajo lo había desempeñado con gran discreción. Una virtud rara entre los políticos, imprescindible para llevar a buen puerto determinadas tareas, pero un inconveniente para la política basada en la imagen y la comunicación y que en ocasiones ha sido interpretada como falta de transparencia y confianza.

Su caída del Gobierno, no obstante, fue ruidosa. En junio de 1995 se vio obligado a renunciar a la vicepresidencia con motivo del escándalo del Cesid y de las escuchas telefónicas a numerosas personas, entre ellas el Rey, presuntamente ordenadas por el Ejecutivo socialista. Era el momento culminante de la estrategia de acoso y derribo contra el Gobierno de Felipe González y la renuncia de Serra, miembro de todos los Gobiernos socialistas desde 1982, fue la antesala de la derrota del PSOE.

El poder de Serra en Madrid no se limitó al Gobierno. Fue uno de los impulsores de la renovación en el PSOE que desplazó a Alfonso Guerra, renovación que él ha procurado que no le alcanzara a sí mismo. Tras salir del Gobierno volvió a centrarse en Cataluña, con dedicación plena al partido, y en 1996 fue elegido primer secretario en sustitución de Raimon Obiols. Su misión era desempeñar un factor de equilibrio entre las diversas familias y poner el PSC enteramente a disposición de Pasqual Maragall para auparlo a la presidencia de la Generalitat. Casi lo consigue, pero cinco meses después de las autonómicas, y a punto de cumplir 57 años, anuncia que dejará la primera línea del PSC aunque seguirá como diputado.

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