El líder no nos corteja VICENTE VERDÚ
El Hotel Bahía de Santander cuenta con 700 habitaciones y un salón Santillana donde caben cuatrocientas personas. Ayer, a las doce de la mañana, más de trescientas esperaban la comparecencia del candidato. Había una hilera de alcaldes de los municipios próximos, una representación de diputados regionales, un puñado de señoras de la agrupación Mujeres Progresistas, media docena pertenecientes a la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas, un conjunto de sordos y de la ONCE, miembros de ONG, diversos cargos de la Universidad Menéndez Pelayo, también de la Federación de Asociaciones de Padres, de algunas cofradías de pescadores, de sindicatos. Era una concurrencia bien surtida y Joaquín Almunia iba a exponerles, tras calzarse las gafas transparentes, cómo estaban las cosas aquí y ahora, y qué pensaba hacer el PSOE con ellas.El candidato había llegado de Madrid en un avión de hélice atiborrado de periodistas provistos de mochilas y ahora, en el salón Santillana, ya se habían instalado los trípodes y los aparejos con las pesadas cámaras. Almunia podía elegir entre dirigirse a la variada asistencia cántabra, nivelando el discurso por abajo o aprovechar la presencia de siete televisiones para emitir impactos mediáticos. No hizo ni una cosa ni la otra. Se decidió por exponer en tres puntos las medidas económicas, sociales y políticas, que emprendería el PSOE para corregir los desatinos que había cometido el PP, y que seguiría cometiendo si no se le desbancaba.
Comenzó el líder, y tanto el pórtico del discurso como la primera andadura fueron tan nítidos que la población civil parecía navegar sobre la superficie mental de la bahía. Se observaba la audiencia y se la veía asentir con la transparencia de la exposición y la mirada limpia del candidato. Todo habría sido prácticamente perfecto si no hubiera durado más e incluso, más tarde, aún más. Un señor con aspecto de persona informada preguntó, por ejemplo, en el coloquio sobre el porvenir del IRPF y el candidato respondió en el infinito plazo de diez minutos. De esa manera, de la media hora destinada a preguntas sólo hubo tiempo para cuatro. Demasiadas palabras. Demasiado largo el cuerpo de la exposición y demasiado anchas las extremidades. A esa escala, lo que supuestamente debe ser un contacto animoso y energético para los electores se transforma en una lección de Universidad y no en vano un catedrático de la Menéndez le recordó a Almunia su común experiencia por las aulas. En conclusión, cuando terminó el acto, los asistentes podían desfilar con la segura conciencia de haber recibido una buena clase de ciencias sociales y así efectivamente, apacentados y tranquilos, se les veía más tarde cuando los del Bahía sirvieron unos vinos y canapés de muchas clases.
De esta manera, pues, se cumplió un pasaje más de la campaña que en nada se parece a los rallies norteamericanos por mucho que se diga. Los convertidos comulgarían ayer con las propuestas del candidato, muy ponderado y firme en sus juicios, pero los infieles continuarán con su desapego. Ni un truco retórico, ni un lema vibrante, ni una guasa embaucadora, ni una anécdota que capture o una finta que desbarate la previsión. No sólo ocurre esto con Almunia. En España, el líder, hoy por hoy, no quiere o no sabe qué es el cortejo. Más bien al revés: lanza su perorata sin tantear y dura lo que sea. ¿Obcecación? ¿machismo? ¿falta de feminidad? ¿anacronismo?
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