Cuando la puerta se abre ANTONI PUIGVERD
Andan excitados algunos comentaristas y políticos de distintos colores con la aparente tensión que está viviendo el PSC. Especialmente desde que Borrell, el otro día, expresó reticencias a la cooptación de independientes para ocupar listas o encargos. Lejanos ya los primeros años de la democracia, sorprende que alguien aún agite al fantasma del desbarajuste a la menor detección de discrepancias. Leo encantado las crónicas sobre las sensacionales chispas que producen las refriegas entre los candidatos republicanos Bush y McCain y me pregunto cómo las calificarían los que descubren la semilla del enfrentamiento en una razonable disparidad de criterios entre Serra y Borrell.Era explicable el monolitismo en los primeros tiempos democráticos. Franco murió en la cama, los partidos eran de cristal, con escaso fundamento. Algunos partidos eran más que frágiles: la UCD saltó en mil pedazos. Era explicable la fijación cesarista. El peso que Franco había dejado en todas las mentes, incluso en las de sus detractores, inspiró la necesidad y el reclamo de partidos cementados en torno a un líder todopoderoso e imprescindible llamado carismático (aunque debería llamarse dogmático: Carrillo, Felipe, Fraga, Aznar, Pujol, Anguita, Arzalluz, líderes a los que nunca nadie osaba -osa- toserles). Se evaporó cualquier posibilidad de practicar la democracia interna y, por consiguiente, quedó cerrado el diálogo con el entorno ideológico y social que todo partido necesita cultivar si no quiere convertirse en una isla, en una secta o en un fósil.
Sin diálogo y sin contraste de opiniones, los partidos se han fosilizado ideológicamente. Con frecuencia parecen sectas de colocación. Y son, en todo caso, islas demasiado alejadas de su continente social. El PSOE, en virtud de su larga etapa de dominio, tiene una alta cuota de responsabilidad en la conversión de los partidos en charcas de aceite en torno a un ídolo. Su ejemplo, envidiado por sus rivales, ha sido imitado, caricaturizado. Aznar es un alumno, puede que sin gracia, pero muy aplicado: mientras dure su racha, tiene al PP en un puño. Y, sin embargo, desde que González decidió marcharse (a la gallega: todavía no sabemos si está entrando o saliendo), han pasado cosas interesantes. Las primarias, la sorprendente victoria de Borrell, la caída pimenteliana de Borrell y la momentánea consolidación de Almunia con sus pactos. Sería deseable una buena catarsis, pero no acostumbran a ser posibles los limpios cortes de hacha. No habrá ruptura con el felipismo. La debilidad de Almunia no le permite remozar el partido a fondo. Pero esta debilidad es en sí misma una buena noticia: no habrá, por fortuna, una alternativa carismática o dogmática al felipismo. La isla del PSOE parece convertirse en un buque y se acerca, aunque con gran lentitud, a su continente social. El pacto con IU no aportará muchos votos a la improbable victoria de Almunia, pero es una manera de reconciliarse con los votantes de izquierda, reiteradamente desengañados. Tiempo habrá de acercarse, si la nave va, a otros continentes, a otras sensibilidades, pero de momento el PSOE se acerca a los suyos. Es paradójico que sea una novedad, pero lo es.
En Cataluña los cambios estan más avanzados. Maragall, que es un líder cooperativo, se encontró, casi sin buscarlo, en el lugar y el momento oportunos: el partido le pedía que encabezara una candidatura y esta petición le convertía en abridor de puertas. El PSC es un partido más frágil de lo que parece, especialmente en las comarcas no metropolitanas. La puerta que ha abierto el PSC no es sólo un acto de generosidad, es también una inversión: nuevos colaboradores, nuevos arraigos. Maragall conectó con el espacio del catalanismo incluyente, favoreció la aparición de plataformas que cristalizaron en el conglomerado de independientes Ciutadans pel Canvi y, estimulado por éstos, realizó un pacto parcial con Iniciativa per Catalunya. Los cambios de inercia han sido del tal calibre que, sin exagerar un pelo, puede decirse del PSC que es el partido más abierto de Europa: los quince diputados independientes (Ciutadans pel Canvi) son la prueba indiscutible de esta apertura que, naturalmente, no puede hacerse sin controversias y fricciones.
En esta campaña queda claro que el PSC tiene tres líderes en comandita: Serra, Maragall y Borrell. Si Obiols decidiera reactivarse, si los llamados capitanes, en lugar de delegar, deciden auspiciar un líder propio, y si Isidre Molas, uno de los grandes ausentes durante todos estos años, salta completamente a la palestra, el panorama interior puede ser muy fértil. La apertura exterior habrá vivificado y reunido el interior. Reunir no es sinónimo de homogeneizar, pero es interesante observar cómo las cicatrices de antiguas divisiones en el interior del PSC se están difuminando.
Ahora la discusión se centra en la manera como el PSC consolida esta apertura, como la digiere y metaboliza, como estructura su vinculación con el entorno social y cultural que le circunda. El diálogo con Ciutadans será siempre difícil. La tentación socialista de cortar y de ensimismarse estará siempre al acecho, así como la tentación de los Ciutadans de mostrar repelús a un contacto más profundo. En estos momentos, la pelota, más que entre Borrell y Maragall, está en el tejado de Ciutadans y en la pretensión de algunos de ellos de copular con el PSC sin quitarse nunca el preservativo. El peor invento sería consolidar Ciutadans como un organismo cerrado y paralelo. Se llamara o no partido, pronto aparecerían en él los vicios burocráticos y las apetencias insanas: convertirse en la Unió del PSC, en una especie de garrapata que se alimentara de la sangre electoral del PSC, sería una fórmula desagradable y tramposa. Ciutadans debe seguir siendo lo que es: una plataforma que favorece la participación de la calle en la política y un estímulo a la reunión y posterior recreación del centro izquierda catalán. Cuando la puerta se abre, pueden producirse corrientes de aire y, por lo tanto, molestos constipados, dolorosas gripes. Pero el oxígeno limpio acaba por crear adicción. No es tan fácil, después de haber respirado a pleno pulmón, cerrar la puerta y condenarse al aire viciado.
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