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Espías sin fronteras JOSÉ VIDAL-BENEYTO

La conjunción de la informática y la teletransmisión en los años setenta representan una transformación tecnológica que abre las puertas a la informatización generalizada de la sociedad y sitúa el tema de la gestión democrática de la información en el cogollo mismo de la democracia. En 1976, el presidente de la república francesa encarga a Simon Nora un informe sobre las consecuencias de ese proceso en relación con tres objetivos: asegurar la independencia nacional de los Estados, preservar la privacidad de los individuos y socializar democráticamente la información. El informe anticipaba las grandes cuestiones que la reunión de la Comisión de libertades del Parlamento Europeo ha abordado esta semana en Bruselas. En 1949, el Pentágono decide crear una estructura de información militar, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), cuyo objeto es interceptar las comunicaciones estratégicas de los países del Pacto de Varsovia. A dicho fin asocian (Pacto UKASA) a cuatro países anglosajones: Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. A lo largo de los años setenta y ochenta, el sistema Echélon, basado en la captación y análisis de los mensajes orales y escritos, es su instrumento principal. A partir de 1989, con el final de la guerra fría, la NSA y Echélon se convierten en un dispositivo de televigilancia global que, sin olvidar sus propósitos de defensa militar de EEUU y de lucha contra el terrorismo y la criminalidad organizada, se convierten en una maquinaria de espionaje económico al servicio de los intereses norteamericanos. Pero que tenía un fallo: las imágenes. Por eso, en 1996 el Pentágono decide completar el sistema estableciendo otro mecanismo, la National Imagery and Mapping Agency (NIMA), para recoger y analizar, mediante un método de tratamiento numérico (NIFTS), todas las imágenes captadas por los satélites militares. La guerra económica lleva a la NIMA a incorporarse en 1997 al programa de Dominación Global de la Información, cuyo propósito es controlar la producción y circulación comercial de imágenes terrestres de origen satelitario. La estructura panauditiva y panóptica que reclama esa dominación mundial está ya servida. A las grandes orejas que todo lo oyen de Echélon viene a sumarse la mirada que todo lo alcanza de la NIMA.

El revuelo que ha causado la feliz convergencia de un periodista -Duncan Campbell- y de una Comisión Parlamentaria es un dato más de la larga secuencia de alertas lanzadas durante los años noventa desde aquellas de los investigadores de la Universidad George Washington o de la STOA (Fundación Omega de Manchester) hasta los numerosos artículos de Le Monde Diplomatique sobre la agresión a la soberanía de los Estados y a la intimidad de las personas que representa este espionaje.

La guerra de Kosovo puso de relieve que la potencia militar de Estados Unidos tenía como supuesto esencial la abrumadora superioridad de su sistema de información militar, y por eso su acceso estuvo vedado, con excepción del Reino Unido, a sus aliados europeos. Situación que éstos aceptaron sin rechistar y sin plantearse la creación de un sistema alternativo europeo. Por lo demás, pretender proteger un espacio infoelectrónico nacional recurriendo a artilugios técnicos como la criptografía es pena perdida, pues, según los expertos, bastan 300.000 millones para descifrar en pocos segundos la gran mayoría de las claves hoy existentes que son de potencia inferior a 52 bits, como es también lamentable pedir a los expiados -organizaciones e individuos- pruebas irrefutables de haber sido objeto de espionaje. Todos sabemos que Graham Watson -presidente de la Comisión que las pide-, usted, lector, yo, figuramos en centenares de ficheros informatizados de contenido patrimonial, médico, fiscal, bancario, de prácticas de consumo, de preferencias y usos sexuales, etcétera. Todos sabemos que los designios de nuestros países, los intereses de nuestras empresas, nuestra vida más personal, están sometidos al escrutinio incesante de miles de oídos y de ojos trasatlánticos. Y que sólo una decidida voluntad política europea podrá, en lo que nos concierne, poner fin a la actividad de esos espías sin fronteras.

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