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Elecciones 2000 Andalucía

Un vividor en la cocina

Tereixa Constenla

Detrás de uno de los miles de disfraces que tomarán Cádiz el próximo Carnaval estará, casi con certeza, uno de los hombres con más poder en el PSOE andaluz. Desde hace 16 años, no perdona su cita gaditana, ya sea embutido en un traje galáctico o vestido de Carlos III, para lo que recicló una bata paterna. Cuando narra las andanzas juerguistas, se desvanecen los rasgos externos que alimentan su imagen de político implacable. Se le encogen los ojos detrás de miles de arrugas y, mientras ríe, aflora una estampa traviesa y cálida, distante de la dispensada en público.Un rasgo adelantado por algunos correligionarios, que le describen como constante, sincero hasta molestar, extremista -"lleva las cosas hasta la esquina"-, duro en sus convicciones políticas, "entrañable" en lo humano y nada rencoroso. Ni siquiera hacia Alfonso Guerra, que estrenó con él su particular purga en Sevilla, y con quien comparte ciertas técnicas de control de puertas adentro.

José Caballos Mojeda (Sevilla, 1953), número dos al Parlamento andaluz por el PSOE y maestro en excedencia desde 1982, responde al mito recreado por Robert L. Stevenson con curiosa fidelidad, a la vista de la insalvable distancia entre su yo público y el privado. Sorprende, para quienes disponen de una impresión vaga, hallar un espíritu guasón, atisbado en sus maldades verbales -para los anales quedará la dedicada a Álvarez Cascos (dijo que venía a Andalucía para enseñar a ladrar a los dirigentes del PP)- y de marcado sevillanismo.

Se enganchó a la ortodoxia de su ciudad con tal naturalidad que ni recuerda su primera procesión -fue nazareno del Cristo de las Aguas-, mientras que rememora con nitidez su primera nevada, con 26 años, camino de Asturias. Hombre de tradiciones y costumbres, dentro y fuera de la política, cultiva un antagonismo jocoso con los béticos -cada domingo, esté dónde esté, averigua si han ganado el Sevilla y el rival del Betis-, las juergas en la Feria de Abril y en el Rocío y las procesiones. Coexiste su ortodoxia sevillana con aficiones descubiertas en su mocedad de inquietudes marxistas y herencias familiares. A las últimas debe su interés por el flamenco -se defiende bien al cante-; a las primeras, su vocación cinéfila, que le llevó a apuntarse a dos cursos de dirección de cine y que explica la ilusión con que revive su primer pase de El acorazado Potemkin. Claro que le entusiasmó por otras razones: cualquier violación de las prohibiciones de antaño gozaba de valor añadido.

Caballos comenzó a perfilar su biografía de socialista ortodoxo de joven. Nacido en una familia humilde -la rama materna procedía de la cuenca minera de Huelva y la paterna salía adelante con un puesto de churros-, contactó con grupos cristianos con preocupaciones sociales. Hasta su ingreso en 1971 en Magisterio, sin embargo, no encauzó sus interrogantes hacia la política. Como casi todos los progresistas de entonces -algo de lo que casi todos presumen- dispone de un historial trufado de manifestaciones ilegales, lecturas prohibidas y sindicalismo clandestino (se estrenó en 1974 en las Comisiones de Maestros y, después, enUGT). Molestó, incluso en la mili, a través de las Comisiones de Soldados, cuando hacían de una protesta contra las lentejas otro ejercicio de antifranquismo.

"Un hormigueo a un elefante, pero lo hacías", dice cuarto de siglo después. Sin caer en el club de los nostálgicos irredentos -de los devotos de contra Franco, vivíamos mejor-, siente cierta melancolía: "Eras más joven, y había otra generosidad y altruismo; la política se ha profesionalizado, para bien y para mal". El portavoz parlamentario socialista confiesa que, en el camino que inició en 1978, al saltar del entonces sindicato hermano al partido, se ha acrecentado su pragmatismo, en paralelo al de la sociedad.

Caballos se vanagloria de varias cosas: de conocer a su gente, de polemizar bien y negociar mejor ("es difícil que nadie se levante de una mesa sin que lleguemos a un acuerdo"). De lo último tiene ejemplos para corroborarlo (el reciente acuerdo con Los Verdes) o contradecirlo (la negociación con IU durante la legislatura de la pinza). Y, sobre todo, parece ufanarse de renunciar a la primera línea, de disfrutar entre bambalinas: "No soy de escaparate, soy de cocina. No me interesa tanto aparecer como ser". Añade una segunda razón: "No sacrificaría mi parte personal y anónima". Y remacha: "La política no lo es todo".

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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