Bailando con fotos
Ha pasado un ángel, de La Permanente. Divadlo, de Erre que Erre.Dansa València. Teatros Talía y Rialto. Valencia, 18 de febrero.
Con los estrenos de El tiempo de un instante, de Provisional Danza -una pantalla-pecera donde los bailarines se despersonalizarían al quedar en soledad- y de Asiré, por la Compañía de Damián Muñoz, que se centra en la última hora de vida de cinco personajes, entre otras coreografías, el festival Dansa València de este año se encaminaba hacia su clausura con un notable éxito de público (los llenos en el Rialto han sido diarios). Comentando con un asiduo del festival los gestos de moda este año, llegamos a la conclusión de que son el autoabrazo de espalda y cierta propensión al desnudo, lo mismo que el año pasado lo fue arrojarse sin contemplaciones contra los brazos del otro, y el anterior lo era someter a las chicas a toda clase de maltratos y perrerías.
Antes de ese final pudimos ver Ha pasado un ángel, donde La Permanente cuenta la reunión de un grupo de amigos alrededor de un café -el propósito narrativo también ha sido frecuente en estas jornadas-, como pretexto para hablar de la soledad. Es, por cierto, un asunto de moda, éste de la soledad, en esta edición de Dansa València. También el espectador se siente huérfano de danza ante este espectáculo, donde reina un espíritu así como de guateque joven de los setenta con problemas de comunicación, y donde el café, no se sabe bien a santo de qué criterio, ocupa el lugar de la litrona o el calimocho. Poco baile, pues, buenísimas intenciones, algo de humor blanco y un par de momentos dulces (la escena del sofá, por ejemplo, que resulta casi poética en su indeterminación) y bastantes otros más insignificantes y de un empalagoso aire adolescente que a veces roza el infantilismo.
Otro aire muy distinto, donde por fin asoma la maldad a secas (y la danza en mojado) es el montaje Divadlo, de Erre que Erre Danza, colaboradores ocasionales de La Fura dels Baus, basado en la obra del fotógrafo checo Jan Saudek, un perfecto desconocido para mí. Dividido en dos partes por razones un tanto incomprensibles, si bien es cierto que la segunda media hora gana en intensidad, asoman aquí toda clase de provocaciones eróticas y de fetichismos, tanto corporales como de objeto, en un recorrido que rehúye las evidencias para centrarse en un repertorio de sugerencias que serían más perturbadoras de no estar ya tan habituados a ver prácticamente de todo. Entre el glamour de lo exquisito y el recurso sin obstáculos ni dilaciones al mero instinto, Divadlo proporciona también algunas de las imágenes más bellas, por su plenitud, del festival, y una resuelta vocación por la danza adulta, casi freudiana. Y eso se agradece.
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