Inédito en España
El acuerdo ofrecido por el PSOE a IU para formar un gobierno de coalición es, en palabras de Almunia, algo inédito en España. Tanto lo es que los asesores del PP han tenido que tirar a la basura las frases publicitarias elaboradas para la campaña electoral y mil veces repetidas por el presidente del Gobierno en su entrevista de Tele 5. La paternal condescendencia de la que ha hecho gala la plana mayor del PP hacia los dirigentes de IU, sus aliados objetivos desde 1993, dio paso a la jerga más reaccionaria de la derecha de siempre: que vienen los comunistas. La reiterada alusión a Almunia como un perdedor obligado a vegetar a la sombra de González fue sustituida por el anuncio de las catástrofes que se ciernen sobre el futuro europeo de España si llegara al Gobierno aupado en votos comunistas.Las torpes y anacrónicas reacciones del PP ponen de manifiesto que la oferta de pacto de gobierno era, como también señalaba Almunia, una iniciativa de gran calado. Almunia reconoce a IU su derecho a la existencia y Frutos al PSOE el suyo a la primogenitura, dos datos políticos que jamás hubieran podido aceptar González ni Anguita como punto de partida para un diálogo. Con sentarse a la mesa, cada cual renuncia al supuesto sobre el que basaron sus políticas va ya para veinte años: que el PSOE podía arrebatar a IU su electorado; que IU podía superar al PSOE como primer partido de la izquierda. Si Almunia y Frutos buscaban un arranque de la campaña electoral que les devolviera la iniciativa y rompiera sus imágenes como sustitutos de unos líderes ausentes por causa mayor pero presentes por la fuerza de sus carismas no podían haber encontrado nada mejor.
No sólo eso, que no es poco: al negociar, inauguraban una relación entre los dos partidos de izquierda de ámbito estatal que puede llevarles al Gobierno. Resaltar el ámbito estatal de ambos no es inocente. El mismo Almunia ha recordado que la capacidad de los partidos nacionalistas para condicionar la política española "se hubiera visto muy disminuida" en el caso de que la izquierda, como resultado de su mayoría electoral de 1996, estuviera gobernando. Al señalar este aspecto, Almunia despeja el horizonte político de esa nube de fatalismo imperante desde 1993: que como ningún partido de ámbito estatal puede alcanzar mayoría absoluta, es preciso gobernar apoyándose en los votos nacionalistas, vengan de CiU y PNV o vengan, como en la disparatada fórmula de Maragall, de una coalición a la balear elevada al cubo.
Que el PP retroceda y que los nacionalistas vuelvan a su sitio parece ventajoso tanto para IU como para el PSOE. El problema consiste en cómo se genera un pacto de gobierno a la francesa a base de un sistema electoral situado en las antípodas del francés: proporcional corregido a una vuelta frente a mayoritario a dos vueltas. Desechada una coalición electoral, que para nada interesa a los socialistas, no quedaba más fórmula que intercambiar el cromo de la participación en el Gobierno por el de un desistimiento de presentación de candidatos. El conjunto de las elecciones anteriores se tomaba como una primera vuelta que permitiría proceder en las próximas como si fueran la segunda, votando todos al mejor situado que, casualidad, siempre es el PSOE.
Lo cual, claro está, no interesa a IU. Pensando tal vez que el problema era de precio, los socialistas han bajado el suyo más que un librero de viejo en la plaza de los Capitanes Generales de La Habana: de 34 a 14 de una sola tacada. Con ésas, la seriedad de la operación comienza a tambalearse: o el precio anterior era muy alto, o el actual está tirado. En cualquier caso, lo peor que al PSOE le puede ocurrir es que su propuesta se quede en mera declaración política, pues si así fuera, sin lograr arrebatar ni un solo escaño al PP, habría atado su futuro a IU poniendo por las nubes un posible acuerdo con CiU y el PNV, lo que en román paladino se llamaría haber hecho un pan como unas hostias.
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