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FÚTBOL 21ª jornada de Liga

El Atlético se instala en el fondo

Por no defraudar, ni defraudarse, el Atlético ha preferido bajar el listón. En estas épocas convulsas, mejor ponerse el traje de equipo mediano y penar ante todos los rivales, incluso en el Calderón, que dedicarse al esfuerzo de creerse favorito: y tener que cumplir con las expectativas. El Atlético afrontó el partido contra la Real encajado en su esquema más frecuente de esta temporada: el dispositivo policial, de talante perseguidor y destructivo, que le permite vivir sin mayores preguntas morales esta rutina triste que lo aqueja desde el verano, pero que desde el 22 de diciembre, día en el que la familia Gil fue apartada del club, se ha vuelto atroz.Encima tuvo enfrente a un equipo, el de Javier Clemente, envuelto en dilemas similares. Fue un partido entre dos equipos ideales para el diván, con unos enormes problemas de autoestima. Y así se jugó: hormonal y correoso durante buena parte de su desarrollo, pero con numerosos y deliciosos detalles de calidad, desde ambas partes, que sorprendieron a los presentes en el estadio.

ATLÉTICO 1 REAL SOCIEDAD 1

Atlético: Molina; Gaspar (Valerón, m. 69), Gamarra, Santi, Capdevila; Aguilera (Njegus, m. 60), Bejbl, Hugo Leal, Solari (Roberto, m. 71); Kiko y Hasselbaink.Real Sociedad: Alberto; Rekarte (Idiakez, m. 46), Fuentes, Pikabea, Gurrutxaga, Aranzabal; Guerrero (De Paula, m. 46), Gómez, Khokhlov, Sa Pinto (Antía, m. 64); y Jankauskas. Goles: 1-0. M. 17. Hasselbaink, de falta. 1-1. M. 63. Jankauskas, desde el suelo, tras jugada colectiva. Árbitro: Manuel Díaz Vega (colegio asturiano). Enseñó tarjeta amarilla a Fuentes, Gómez, Guerrero, Gurrutxaga (dos veces, expulsado en el m. 64), Gamarra, Santi y Njegus. Roja directa a Pikabea en el minuto 85. Partido de la vigésimo primera jornada de Liga, disputado en el estadio Vicente Calderón ante unos 30.000 espectadores. En el palco no hubo representación oficial del Atlético de Madrid, aunque Miguel Angel Gil Marín, director general, presenció el partido desde una de las localidades VIP.

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El Atlético volvió a sufrir el síndrome Valencia: jugó correctamente contra once -tenso, difuso, pero con Kiko, y eso es diferencia-, regular contra diez y desesperado y torpe contra nueve, rondando todo el tiempo el área de Alberto pero con una ansiedad sofocadora, paralizante.

En el primer tiempo, con el regreso de Kiko, el Atlético descubrió que el balón es bello: que en un pase puede haber placer, y que aquello que llamamos fútbol puede ser algo más que el garrotazo picapiedra. Kiko contagia: deja solo a Capdevila con un pase ciego, y Solari se crece e intenta regatear a tres rivales; asiste a Hasselbaink desde el suelo, con un taconazo imposible, y Hugo Leal que se cree Stielike. Kiko muestra a sus comañeros que el fútbol existe, pero éstos todavía no acaban de creérselo del todo.

El que sí se lo cree, el que cree que juega sin rivales es Hasselbaink. El holandés es al Atlético lo que Raúl al Madrid: la voluntad pura, la seguridad de que querer es poder. Ayer, cuando la solemnidad del partido era pasmosa y militar, Hasselbaink pensó, contra la opinión de todo el estadio, que aquella falta, a más de 30 metros de la portería, podía acabar en gol. Y lanzó un misil que algún portero podría haber parado, pero cuya rosca engañó a Alberto -bastante acertado en general toda la tarde- y desatascó el marcador. Hasselbaink es el héroe perfecto para los libros de autoayuda y el sueño de Hollywood: todos los sueños son posibles si lo intentas con todas tus fuerzas. Y Hasselbaink tiene muchos sueños; y mucha fuerza.

Después del 1-0, el partido se volvió enano, y nadie parecía demasiado molesto con su desarrollo. El gol de Hasselbaink cambió bastante poco los planes de la Real, que siguió ofreciendo su fútbol con cuentagotas: el equipo de Clemente ataca poco (le gusta su guarida), pero cada avance suyo es una perfecta obra de ingeniería. La Real lleva varios partidos carente de pegada, y ello se debe en parte a la insólita querencia efectista de sus jugadores: no saben hilvanar una jugada que no sea bonita y eléctrica. Así llegó su gol incluso, tras una triangulación brillante entre el lituano Jankauskas, De Paula y el ruso Kochlov, un jugador que de a poco va soltando un raro talento, que podrá darle a la Real algo de la alegría perdida. Por lo visto hasta ahora, la inversión millonaria que realizaron los donostiarras este invierno -la mayor de la Liga- puede dar resultados positivos. La conexión soviética (¿o la ambición rubia?) tiene futuro, por lo que pueda dar de sí, y por lo que pueda insuflar a un deprimido Sa Pinto, jugador que sigue conservando las maneras pero que no pasa de aparente: pocas veces sus acciones pasan del amago bonito.

Con el empate, el Atlético se sumergió en el desconsuelo. El equipo se cree perseguido por algún tipo de fatalidad, y apenas se encuentra con un contratiempo se ve incapaz de remediarlo. Su vía de escape es el empeño, y allí va, ciego y neurótico, contra la portería rival. Un descontrolado Díaz Vega -se equivocó dos veces al principio, y se pasó el resto del partido compensando a los perjudicados, hasta que perdió la cuenta- fue eliminando del campo a los jugadores de la Real, y el efecto de la ventaja numérica, algo que detesta el Atlético -mucho más cómodo en los desafíos imposibles- fue devastador para los jugadores de Ranieri.

Los realistas se crecieron y apretaron los dientes, para satisfacción de su genital entrenador. Hasta que se acabó todo. El Calderón no tomó el resultado como una nueva decepción. Acepta, ya sin rabia, la nueva realidad del equipo, golpeado en todos los frentes: su medianía en el panorama del fútbol español.

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