Magia real RUTH TOLEDANO
Pues claro que existen. El cielo, de noche, estaba blanquísimo, como si muchos pajes guapos abrieran camino de luz para que los Reyes leyeran con facilidad las direcciones de las cartas. Se notaba que Melchor, Gaspar y Baltasar habían llegado a Madrid porque la ciudad se hacía la dormida con los niños y se sentía en el aire una respiración profunda, pero que contenía las ganas de despertar. Toda la noche oí extraños ruidos: ventanas que se abrían, pasos que subían las escaleras, palabras sueltas en idiomas raros, un sonido dorado de pezuñas contra el asfalto, muchos adultos susurrando silencio y, sobre todo, el rumor a patitas de insecto de las pestañas apretadas por los niños y de los edredones cubriendo sus cabezas. La noche olía a betún, a papel de celo y a masa de roscón, que es a lo que huele la magia real.
Había decidido recrearme en la celebración más bonita: la llegada de Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente cargados de juguetes, regalos e ilusiones. El día del año en que de verdad se echa de menos niños alrededor, ser reina y maga, Melchora o Gaspara (yo, Baltasara no puedo porque no soy negra), como las de Gloria Fuertes, y ver en la cara de los niños los efecos de esa "flipada", como definió una niña la aparición de los bomberos municipales en el hospital en el que está ingresada: llegaron con sus camiones, treparon hasta arriba de unas grúas altísimas y se fueron colando por las ventanas de las habitaciones para prestarles a los niños sus heroicos cascos plateados. La flipada en los ojos de la niña era el reflejo de la flipada en los ojos del bombero. Una flipada común que compartí. Yo lo vi por la tele.
Pues decidí asistir a la cabalgata con mi amigo Emilio, así que a las seis en punto conectamos Telemadrid (La 1 ofrecía a la infancia el desfile de los ejércitos, las guardias montadas y las ambulancias del Samur: el Gobierno debe de pensar que todo tiene su magia).
La primera locutora (estética Magisterio virginal que no nos atrajo) retransmitía desde la plaza Mayor y saludó a esa familia con la que el equipo había cenado en Nochevieja y que viene a convertirse en miembro destacado de la aristocracia mediática, que es la que tiene balcón a los escenarios de los espectáculos institucionales televisados.
Apareció una pandilla de astronautas en vespino, que me gustaron mucho porque parecían apicultores de la Provenza con diseño japonés. Todo era mágico y lo puedo demostrar.
Declaré que desde pequeña mi rey ha sido Baltasar, supongo que porque es negro y tiene más feeling, pues Melchor siempre me ha parecido demasiado mayor, y Gaspar, un poco soso. Y justo en ese momento aparece en la tele Baltasar niño, un chaval con suerte porque todos los años le toca: "Soy el único de mi clase que tiene mi color", manifestó sonriente. Que no me venga cualquiera diciendo que es casualidad.
Después nos congratulábamos por el cambio de locutor (ahora un apuesto y simpático joven con gorrito de lana), cuando vemos al efebo subir grácil a lomos de un enorme elefante y desde tal altura pronunciar su nombre: Emilio. ¡Se llamaba Emilio! ¿Es magia o no es magia? Pues así todo, porque era la noche de Reyes y los pequeños estábamos esperando ver aparecer a Sus Majestades. "¿Crees que tardarán mucho en llegar?", preguntó Emilio, el locutor, a una niña. Y ella respondió con la impecable lógica temporal de la ilusión, con la gramática incontestable de la fe: "No, todavía no tardan mucho".
Detrás venía una carroza llena de estrellas azules con caras de niños con síndrome de Down, una constelación de sonrisas. Y madrileños divertidos, como El Gran Wyoming, El Hortelano o Cybercelia. Alguien resumió los tres pasos mágicos del regalo: se escoge, se presenta y se recibe.
Lo que nos extrañó fue que el rey Baltasar era de mentira, un señor blanco pintado de negro, y que el rey Melchor fuera un político, se le notaba un montón en el discurso que dio al final. A lo mejor es porque era el discurso de un rey, al fin y al cabo, un político tradicional. Pero yo creo que era porque los Reyes Magos de Oriente, los Reyes Magos de verdad, estaban envolviendo regalos, haciendo magia real.
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