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Reportaje:PLAZA MENOR - CUBAS DE LA SAGRA

El Lourdes madrileño

Los feligreses más frioleros que asisten a la misa dominical en la iglesia parroquial de Cubas buscan el arrimo de las estufas de butano distribuidas por los costados de la nave, que contrastan por su diseño escueto y funcional con las doradas volutas, las hojas de acanto y demás florituras del altar barroco cobijado en un ábside mudéjar que con el artesonado, también de inspiración arabizante, constituyen los focos de atracción artística más notables de este templo de paredes encaladas y desnudas hornacinas ocupadas por veneradas imágenes que hablan de cultos y ritos campesinos como el del rústico y omnipresente san Isidro.Para recrearse con la sencilla armonía del ábside moruno y sus arabescos de ladrillo hay que salir del templo y afrontar los rigores climatológicos de una mañana fría y ventosa. El ábside está circundado por un pequeño y arbolado parque que cuenta con un monumento miniatura al quinto centenario presidido por una carabela de piedra. La entrada principal, despojada y fortificada, se abre a la plaza mayor, con su Ayuntamiento fabricado en serie según el modelo arquitectónico comunitario, un pastiche que podría definirse con rubor como post-ruralismo castellano-manchego.

A la plaza dan también los portalones de algunas de las casas más nobles de esta villa, que tal vez llegue a los dos mil habitantes en el año 2000. Pueblo de La Sagra, comarca que comparten Madrid y Toledo, tierra de vides, de olivos y de milagros.

Comencemos por la vid, que campea en su denominación de origen, en cubas como las que se exhiben en la fuente monumental de la plaza mayor, en cuyo caño beben dos lagartos ornamentales de larguísimas colas. En Cubas se sigue haciendo vino en casa y generalmente para uso familiar, un vino como el que sirven en el bar Joselete escanciado en jarras de barro, un caldo alto de grados, jugoso y con un punto de dulzor. Vino honrado de taberna antigua que sabe a campo y añora la bota y el pellejo.

Con las aceitunas de sus olivos, informan al forastero en el citado bar, vecino de la plaza, se sigue haciendo aceite, pero en otra parte, porque hace tiempo que desaparecieron los molinos. En las calles, en la plaza y en el parque se ven muchos niños, bebés en carrito y jóvenes parejas que ya no viven del campo, de la vid o el olivo, sino de la construcción o de las industrias de los polígonos cercanos de Leganés o Getafe. A 30 kilómetros de la capital hacia el sur, entre pueblos que mutaron rápidamente en ciudades y campos urbanizados sin mesura, Cubas de la Sagra se conserva casi virgen, sin urbanizaciones multitudinarias ni presiones demográficas. Un pueblo pueblo que valora su proximidad al epicentro capitalino y su alejamiento de su ajetreada forma de vida.

Para descubrir la faceta milagrosa antes mencionada de Cubas de la Sagra hay que salir del pueblo y de sus acogedoras tabernas y encaminarse por un sendero rural entre campos y descampados hasta vislumbrar el chapitel del monasterio-santuario de Santa María de la Cruz, escenario de las primeras apariciones marianas en España, acaecidas en 1449, aprobadas por la Santa Madre Iglesia y ampliamente documentadas. "Se sabe más sobre las apariciones de Cubas a Inés Martínez en 1449 que casi sobre cualquier otro episodio semejante en España hasta el siglo XIX", según la docta opinión del historiador William A. Christian que se recoge en los interesantes folletos que se distribuyen en el santuario con motivo del año jubilar mariano que se celebra en este más que quintocentenario y piadoso establecimiento mil veces expoliado, destruido y resucitado cuya última reconstrucción se llevó a cabo entre 1988 y 1994 de forma artesanal y humilde.

El pasado aparece levemente en algunas columnas jónicas y dóricas del antiguo claustro y en las modestas vitrinas del museo, que resumen su fascinante y alterada peripecia. Don Inocente, un atildado y locuaz sacerdote que trabaja en el obispado y dedica sus ocios a la historia y a las relaciones públicas del convento, ejerce de cultísimo y ameno cicerone del modesto museo y desentraña los misterios de pequeños fragmentos carbonizados o erosionados que fueron apareciendo entre las ruinas y las cenizas del monasterio, destruido por última vez durante la guerra civil. Dedos de ángeles y ojos de cristal de vírgenes, de santos y de mártires, antiguos manuscritos, ornamentos religiosos, desvaídas fotografías y melancólicos exvotos como la funeraria urna de cristal que guarda las trenzas sacrificadas de una novicia entretejidas en una guirnalda floral, nupcial o funeraria.

Cubas, desconocido Lourdes junto a Madrid es el título de un ilustrativo opúsculo que puede encontrarse en la tienda de recuerdos aneja al convento, atendida por entusiastas y locuaces voluntarias del pueblo vecino. El autor del folleto, el jesuita José Luis de Urrutia, desmenuza y glosa unos sucesos que tuvieron lugar el lunes 3 de marzo de 1449, cuando "una señora muy fermosa, reluciente y vestida de paños de oro" se materializó ante una humilde, sucia e ignorante porquera de 12 años para advertirla sobre una inminente y terrible plaga, "una gran pestilencia del dolor de costado e de piedras roñas envueltas en sangre, de lo cual morirá mucha gente".

Sin amilanarse ni por sus doradas galas ni por la oleada de malas noticias, Inés tuvo valor para preguntarle a la señora si ella o sus padres morirían en la epidemia, pero la aparición no se comprometió con la respuesta.

La aparición milagrosa dio origen a una ermita o "casa de la Virgen", luego a un beaterío y por fin a un monasterio, obra de la madre Juana de la Cruz, un personaje singularísimo que vivió entre los siglos XV y XVI, ejerciendo, entre otras muchas y piadosas ocupaciones, los oficios inusuales de predicadora y párroco. La vida ejemplar y prodigiosa de la santa Juana, como la llaman sus devotos de Cubas aunque no fue canonizada por ciertos tiquismiquis de la Inquisición, es el auténtico misterio a descubrir en este santuario, meta de peregrinaciones de toda la comarca, o a través de las numerosas publicaciones y tesis doctorales dedicadas al tema, como la de don Inocente. Uno de los últimos libros sobre la santa fue editado hace dos años por la editorial Anaya, Mario Muchnick con el título La guitarra de Dios, en referencia a unas frases de sor Juana en las que decía sentirse un instrumento, una vihuela en manos de un dios que de vez en cuando le apretaba las clavijas.

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