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Tribuna
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Tercera vía. What is it?

He de reconocer que, al principio, Blair, el nuevo laborismo, la tercera vía y todo eso me hacía algo de gracia. Entre otras cosas porque durante bastantes años los socialistas no decían esta boca es mía ante el imparable avance de una derecha fortalecida por la caída del muro y la enorme expansión de los mercados (sobre todo los financieros). Estos chicos (los de la derecha), que suelen estudiar marketing hasta en el lecho conyugal, lo vieron claro desde el principio y se apropiaron del mercado en medio de la confusión. Como el comunismo había caido al fin, y el Pisuerga pasaba por Valladolid, hábilmente identificaron, de nuevo, capitalismo y mercado. Voilà, el fin de la Historia. Nada que objetar por mi parte, ellos van a lo suyo, lógicamente. El problema no es ése, el problema es que algunos socialistas de la nouvelle vague picaron como pardillos y corrieron, después de 40 años, a reafirmar lo obvio, lo que todos sabemos desde Bad Godesberg y aún antes, a saber, que el mercado no es de derechas ni de izquierdas sino el menos ineficiente de los instrumentos para asignar los recursos económicos; pero ineficiente al fin y al cabo. Y no es que lo diga yo, lo decía nuestro progenitor (el de los economistas, quiero decir) Adam Smith, poco sospechoso de veleidades revolucionarias, ya en el XVIII. El mercado, por ejemplo no provee de bienes públicos, ni asume los costes medioambientales, ni garantiza la competencia a poco que le dejemos las manos libres; además, está incapacitado estructuralmente para redistribuir la renta a favor de los pobres (lo que algunos seguimos considerando deseable), etcétera.

Es por ello y no por un capricho ideológico izquierdista, por lo que el sector público resulta necesario. No para acabar con el mercado, como intentan propagar aviesamente los listillos de la derecha política, sino para arreglar lo que él desarregla, o, simplemente, desatiende. Y esto, queridos amigos, no es otra cosa que Socialdemocracia pura y dura. Nada nuevo, pues, bajo el sol.

Entonces, me pregunto, por qué Blair (excusatio non petita, acusatio manifesta) se apresura a reiterar que a nosotros también nos gusta el mercado, incluso, en el colmo del delirio del converso, proclama: el mercado no es sólo un instrumento, es un valor. Hombre siempre es mejor que los recursos los asigne el mercado que la corrupción, (como desgraciadamente sucede en muchos países), pero de ahí a que el mercado sea un valor.... ¿Por qué esas prisas? ¿A quién quiere impresionar Blair? ¿Acaso a las flemáticas y educadas clases medias británicas? Pues ojo con las clases medias que son muy volubles ideológicamente, a la par que miedosas (respecto de su dinero, claro).

Tal vez convenga recordar que lo progresista no es necesariamente lo que la mayoría de la gente piensa. Una necedad repetida por 36 millones de bocas no deja de ser una necedad, decía Anatole France, con grandes dosis de sentido común. Dicho de otra manera: lo progresista es lo progresista y lo que no es progresista pues no lo es, lo diga Agamenón o su porquero. No está mal, desde luego, que algunos partidos se aproximen al centro, pero si lo hacen a velocidad muy alta corren el riesgo de pasarse al otro extremo, más que nada por la inercia.

En fin, que como todo esto sonaba un poco fuerte y raro, como casi todo en las islas, en la otra orilla del Canal de la Mancha, Jospin, muy continental él, sentencia: economía de mercado, sí, sociedad de mercado, no; o sea preocupémonos de la eficiencia pero mantengamos la solidaridad básica, la igualdad de oportunidades, la cohesión social, es decir los valores de la izquierda política. Bastante sensato para ser francés. Mientras tanto Schröder, en el país que inventó la economía social de mercado, duda: ¿Jospin o Blair? Y en ésas estamos. No es de extrañar que Borrell, tras su vuelta de la conferencia socialista de Berlín declarase en el colegio LLuis Vives que está más confuso que cuando llegó allá. ¡Toma!, y yo.

Un consejo, si se me admite: pongamos el mercado donde nunca debió salir y dejemos la eficiencia económica a quienes saben de eso. La cuestión no es si Blair podrá gestionar los ferrocarriles y el metro de Londres con el PPP (private-public partnership, nada que ver con su amigo Aznar) como si esto fuera una cuestión de principio. Que se gestione de la forma más eficiente posible, garantizando el carácter de servicio público, y ya está. La cuestión tampoco es volver a fortalecer los estados nacionales para controlar el poder de los mercados financieros globalizados. La cuestión es si lo que debe primar es la democracia de las personas (un hombre, una mujer, un voto), o la democracia censitaria del mercado (un euro, un voto) es decir si es la política lo que dirige nuestras vidas o son los mercados. Es obvio que los que promocionan la segunda lo que no quieren es que la primera les estropee el invento. Esto fue antes, lo es ahora y lo será siempre.

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Personalmente creo que el problema radica más bien en que el campo de enfrentamiento elegido por la izquierda para el debate ideológico está totalmente equivocado, y además, el árbitro, en contra. Yo soy de los que sigue pensando todavía que el objetivo de la izquierda no es hacer a las personas cada vez más ricas, sino cada vez más humanas (aceptando que, en ocasiones, una cosa implique la otra). Entonces, si esto es así ¿qué hacemos discutiendo monográficamente sobre la eficiencia económica del mercado? Las variables que interesan a la gente, a la larga, son otras; tienen que ver con valores, como la ética, la tolerancia, la solidaridad, las libertades, el respeto las minorías, etcétera. Son cuestiones difíciles, complejas, no cuantificables, sin curvas de demanda y oferta, ni, por tanto, precio; pero son las cuestiones que de verdad merecen la pena debatir. Y desde luego, en este terreno, podemos tener la seguridad de que la derecha no va a ganar jamás; entre otras cosas porque allí nunca ha estado.

Thank you Mr. Blair, but...

Andrés Garcia Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia

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