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FÚTBOL 17ª jornada de Liga

El Madrid recupera el individualismo

El partido invitaba en mayor medida al morbo que al espectáculo. Importaba saber hasta qué punto alcanzaba el diagnóstico alarmante del Madrid y la salud rebosante del Alavés. La diferencia jerárquica entre los clubes, invertida revolucionariamente en la clasificación, añadía la pizca de morbosidad para objetivar cualquier resultado.El partido no defraudó las expectativas, es decir afectó al fútbol. El Madrid fue lo que es, un equipo descorazonado aunque redimido en la entrega (como si asumiera el peaje de humildad que impone su situación) y el Alavés lo que viene siendo, un colectivo organizado pero carente de sensibilidad goleadora.

Entre ambos construyeron un fútbol hueco, muy trotado y carente de autoridad, más proclive a los rebotes que a la elaboración, más proclive a la tensión que a la intención. Que Raúl o Morientes se convirtieran en figuras decorativas explica buena parte de la actitud del Madrid, más preocupado de su trastienda y alarmantemente desabastecido en el centro del campo. La sorpresa de Del Bosque tenía mucho que ver con los trucos de magia. No era Anelka, ni nada parecido. El personaje oculto era Ognjenovic y tanto se ocultó que pasó tan inadvertido que no se le recuerda ni una acción positiva en los 45 minutos que jugó.

ALAVÉS 1 - REAL MADRID 3

Alavés: Herrera; Contra, Karmona, Téllez, Torres Mestre; Morales, Nan Ribera (Gañán, m. 61), Desio, Pablo (J. Salinas, m. 62); Javi Moreno y Kodro.Real Madrid: Casillas; Michel Salgado, Hierro, Julio César (Karanka, m. 45), Roberto Carlos; Ognjenovic (Guti, m. 45), Seedorf, Redondo, Savio; Morientes (Anelka, m. 81) y Raúl. Goles: 0-1. M. 38. Hierro transforma un libre directo enviando el balón a la escuadra tras superar a la barrera del Alavés. 0-2. M. 78. Derechazo de Guti desde fuera del área que no ataja Herrera. 0-3. M. 85. Raúl desvía a la red un disparo defectuoso de Guti. 1-3. M. 92. Morales, de fuerte disparo desde fuera del área. Árbitro: Pérez Burrull (Colegio cántabro). Expulsó a Contra (m. 72) por doble amonestación y amonestó a Kodro, Seedorf, Karanka, Morales, Gañán, Guti y a Vicente del Bosque. Unos 18.000 espectadores en Mendizorroza.

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El Madrid, siempre largo y desequilibrado en las líneas, pecaba de corto y humilde ante un Alavés que encaró el partido con un tranco débil y opaco, en espera del desfondamiento del rival. Un fútbol tangencial en espera de un argumento estratégico. Y lo encontró Fernando Hierro en una acción particular, de esas que exceden a los planteamientos y las especulaciones. Simplemente colocó el balón en la escuadra al efectuar un libre directo con más tacto que potencia.

Un fogonazo salvó al Madrid y condenó al Alavés. El equipo de Mané jugó como se le supone: organizado y pendiente de Kodro, pero su oficio apenas procuró un par de ocasiones de Morales y Desio, en cada mitad del partido en disparos lejanos.

El gol de Hierro confortó el ánimo madridista, pero no solucionó sus problemas estructurales: defensa acoquinada y actitud timorata ante un rival más encrespado que inventivo. La entrada de Guti no le aclaró las ideas. El centro del campo seguía sin dueño ni aspirante.

El Alavés juega con dificultad contra corriente, es un equipo más proclive a la sorpresa y a la gestión del resultado. A pesar del dominio general del partido, sus ocasiones son remisas. Quizá por eso, Mané apeló a Julio Salinas en busca del don de la oportunidad ante una defensa que había perdido a Julio César y contaba con Karanka, una excepción en los planteamientos habituales.

Nada cambió en ningún caso. Ni mejoró el Madrid, ni mejoró el Alavés. El partido se confundía de igual manera, convirtiendo a menudo el centro del campo en un patio escolar y las acciones ofensivas en un caso de apresuramiento del Alavés y de indefinición madridista. La urgencia llevó el partido al campo madridista. Una imposición del marcador más que de las estratregias colectivas, sin que promoviera más que un ejercicio de malabarismo de Javi Moreno.

Y en esto llegó Guti, disperso en la madeja gris del Madrid, y se inventó un derechazo implacable al que el guardameta Herrera acompañó con la mirada.

El Madrid, incapaz de jugar el balón, apeló al tratamiento indivual de un elemento extraño para procurarse una victoria más rotunda que su juego. En dos instantes resolvió un partido que se había descoyuntado con la expulsión del rumano Contra (rigurosa, quizás excesiva en un partido correcto) y la actitud extraña de Mané que prefirió poblar el centro del campo en detrimento de sus delanteros, cuando el Madrid había renegado de esa parcela.

El fútbol estratégico resulta menos convincente que la elaboración del juego, pero a la postre salva los muebles con la misma solvencia. Fiel a la marea, hasta los errores fueron productivos. A balón parado se construyó un tercer gol que nacía del fracaso. Raúl, que pasaba por allí, desvió un balón que Guti había empalmado erróneamente.

Un equipo improductivo en las jugadas estratégicas, incapaz de gestionar el balón sin movimiento se destapó en Vitoria con tres goles puntuales, que nacían de la habilidad (en dos casos) y de la fortuna, en el tercero No es una mala solución cuando el fútbol tiene que esperar a circunstancias menos indispuestas.

El Alavés fracasó en sus expectativas de equipo solvente y recordó los lamentos de Mané en temporadas anteriores sobre la indisposición de su equipo en las jugadas a balón parado. El Madrid, a cambio, recuperó esa autoestima que tiene tanto de individual como de contagio colectivo al comprobar que al menos la habilidad particular no ha sucumbido a la confusión colectiva. Una victoria contundente y un par de ejercicios particulares redimen cualquier cataclismo. El Madrid se va a Brasil con el primer deber cumplido. El Alavés se queda con la duda de lo que le espera.

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