Los vigías del bien
NEGRITASDespués del 15 de diciembre se produce en Málaga un curioso fenómeno: nadie consigue comer en grupos de menos de setecientas personas. Y no digamos cenar. Usted decide. O se convierte en un ser asocial, separado del resto de la sociedad por un muro de incomprensión y polvorones del año pasado, o accede a alimentarse en multitud, con el consiguiente riesgo de empachos, discursos, villancicos y puros neumotóxicos. Pero alégrese, que estas reuniones navideñas pueden ser muy reveladoras. Y si no, miren la comida ritual del Ayuntamiento. Allí estaba Antonio Cordero, concejal de Tráfico, rebosando cordialidad por todos los poros posibles y preocupándose cristianamente por el bienestar de una compañera de mesa que se revolvía incómoda en la silla. Cordero hizo unas pocas preguntas y lo vio claro: recomendó a la muchacha que se quitase el sujetador. "Y la faja", añadió, tras un instante de meditación. "En esta vida lo más importante es la comodidad". Luego contó una anécdota edificante sobre unos calcetines de descanso que le había regalado su señora. Dos sillas más allá, Francisco Oliva, portavoz del PSOE, no daba crédito y procuraba mirar para otro lado. Y hasta Celia Villalobos, la alcaldesa, pareció levemente distraída por las efusiones de Cordero, que manifestaba sin reparo su amor a la humanidad. Pero ella estaba en lo suyo: hablaba con Ana María Rico, concejala de Medio Ambiente, sobre la conveniencia de comerse el postre, empapado de nata y azúcar. Rico asentía y suspiraba: "todo lo bueno engorda, es ilegal o es pecado". Justo enfrente, una periodista fruncía el ceño y decía: "¿cómo, pecado?". Pero lo más bonito de esta comida fue la posibilidad de conocer una nueva dimensión de la alcaldesa. Sepan que Celia Villalobos vela por nosotros mucho más allá de lo imaginable: los sábados se levanta temprano, se pone las zapatillas de deporte, coge una libreta y un lápiz y sale a las calles de su ciudad, a ver qué es lo que falla ahí fuera y a tomar nota. Nadie podrá acusar a sus concejales de falta de celo, pero la alcaldesa ve mejor que nadie las baldosas sueltas, las farolas fundidas, los anuncios masivos de telefonía móvil que tapan los edificios emblemáticos, y, Dios nos libre, las grietas. Y eso no es todo. La alcaldesa ha firmado un decreto por el que anula todas las libranzas y hace trabajar a todos los policías locales de Málaga el 31 de enero, en previsión del efecto 2000. Si no fuera por nuestro bien, qué miedo, ¿eh?MARÍA HERNÁNDEZ MARTÍ
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.