Los ingenieros humanistas FERNANDO VALLS
Nada hay tan difícil, ni literariamente tan poco agradecido, como hacer un artículo elogioso, aunque pocas veces me va a ser tan fácil y tan grato escribirlo como en esta ocasión. Desde hace nada menos que 18 años, por estas mismas fechas, el cine-club Associació d"Enginyers, o lo que es lo mismo J. M. García Ferrer y Martí Rom, dedica una sesión de homenaje a uno de esos muchos escritores o artistas catalanes que no han tenido el reconocimiento o el eco que su obra merece.No se queda el acto en una mera exaltación verbal del elegido, o en una actuación teatral o musical cuando la actividad del protagonista se presta a ello, sino que se concreta también en un libro y un vídeo. El volumen suele componerse de una entrevista, una documentación inédita o poco conocida y unos artículos o testimonios sobre la vida y la obra del personaje, ilustrados con un generoso capítulo fotográfico. El vídeo, en cambio, consigue ser -como pretenden los promotores- una especie de tráiler sobre su dimensión personal y profesional. Uno de ellos, el dedicado a Francesc Català-Roca, obtuvo en 1990 el premio de la Generalitat al mejor videograma. Muchos de estos libros y vídeos se han convertido ya en un material imprescindible para entender la trayectoria vital e intelectual de los autores.
Este año, el protagonista es Josep Maria Carandell, hijo, hermano y cuñado de escritores, hombre de teatro, guionista de televisión, letrista de Ovidi Montllor y autor de una inolvidable Guía secreta de Barcelona. Aunque no es de Morella (¡nadie es perfecto!), fue compañero de curso de Sergio Beser en Filosofía y Letras en unos años en los que tiraban en ciclostil la revista La hidra y se siente medio de Reus (¡poca broma!). A lo mejor eso explica su fascinación por Gaudí, sobre el que prepara una biografía, y ha escrito el libreto de ópera que, con música de Joan Guinjoan, debería estrenarse pronto si las cosas funcionaran como debieran, lo que no suele ocurrir a menudo.
Dieciocho años dan para mucho y García Ferrer y Martí Rom tienen un olfato y buen hacer que ya quisieran para sí muchos de los gestores culturales y políticos de la cosa. Desde 1982 se han ocupado de la obra de los cineastas José Luis Guerín y Llorenç Soler, del coreógrafo Cesc Gelabert, de los escritores Raúl Ruiz, Joan Perucho y Josep Palau i Fabre; los fotógrafos Català-Roca y Leopoldo Pomés; los músicos Carles Santos y Joan Guinjoan; el periodista Joan de Sagarra y gentes del teatro (actores, directores, escenógrafos y grupos teatrales): Albert Vidal, La Claca, Els Rocamora, Montse Amenós e Isidre Prunés.
No es difícil imaginar que la razón primera de que fueran éstos los escogidos se debe al interés que García Ferrer y Martí Rom sentían por su obra. Pensaron, además, en artistas que realizaban un trabajo que tuviera una dimensión interdisciplinaria, en el que hubiera una presencia de la imagen, del cine. Lo que salta a la vista es que todos ellos son gentes que van por libre, personajes tan singulares como heterodoxos, francotiradores, autores de una obra que se caracteriza por su escasa especialización, por su hibridez.
En fin, cuando tanta gente saca pecho por escribir, pintar o componer con fecha de caducidad, y cuando honores y cruces tocan en la tómbola de la cultureta, se reconcilia uno con la cultura al encontrarse con una empresa sencilla, pero hecha con tanto amor, discreción y rigor como la de estos dos ingenieros humanistas ante los que hoy tengo mucho gusto en quitarme el cráneo.
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