LA CRÓNICA Los demasiados libros XAVIER MORET
Siempre que me da por ordenar mi biblioteca me viene a la cabeza el título de un libro del escritor mexicano Gabriel Zaid que quedó finalista del Premio Anagrama de ensayo en 1996. Los demasiados libros se llama. Hace tan sólo unos días, ante una nueva fiebre ordenadora, no sólo volví a recordar el libro de Zaid sino que, sin pretenderlo, lo encontré sin buscarlo en el apartado de literatura alemana. El hallazgo me confirmó dos cosas. Una, tengo que poner orden en mi biblioteca. Y dos, ordenar libros es una tarea ardua y casi imposible, ya que siempre que lo intento caigo enredado en las páginas de un libro que creía perdido y acabo olvidándome sin remedio de mi propósito inicial. "Al final del siglo XX, la grafomanía universal publica un millón de títulos anuales...", leo en el primer capítulo de Los demasiados libros, y enseguida se apodera de mi una especie de terror atávico ante el exceso de libros que se publican. Todos los editores que conozco están de acuerdo: se publican demasiados libros. Todos, sin embargo, también están de acuerdo en que no son ellos quienes deben frenar, sino los otros. La conclusión es obvia: hay demasiados libros.El drama de muchos lectores es que empiezan leyendo porque les gusta y, sin proponérselo, van acumulando libros sin darse cuenta de que en el fondo están dando origen a un serio problema. Leer está bien, de eso no hay ninguna duda, pero ir reuniendo libros, construir una biblioteca personal, acaba siendo algo perjudicial a la larga, ya que te obliga a vivir rodeado de libros y de polvo, luchando por conseguir nuevos espacios para una biblioteca siempre en expansión.
Quizás tiene razón Eduardo Mendoza, a quien le oí decir en cierta ocasión que se niega a acumular más de 2.000 libros en casa. Parece una sabia medida. A los libros hay que ponerles un límite antes de que acaben con nosotros. Cuando uno revisa su biblioteca lo hace en principio convencido de que ha llegado el momento de las certezas y los descartes. Pero no es tan fácil. Aparecen títulos que ni ha leído ni piensa leer nunca, de ésos es fácil desprenderse, pero en el repaso también surgen aquellos libros que fueron leídos tiempo atrás y que, aunque se tiene casi la certeza de que no volverán a leerse, forman ya parte de una memoria sentimental de la que es imposible prescindir. También aparecen aquellos libros que, aunque todavía no se han leído, siempre se ha pensado que quizás algún día... En resumen, uno tiende a ser compasivo al hacer el repaso de la biblioteca y a indultar con excesiva generosidad, con lo que pocos son los libros que desaparecen. Por otra parte, es sabido que todo propósito de repaso sistemático de una biblioteca comporta la posibilidad de quedarse atrapado en las páginas de libros que se empieza hojeando y que acaban arrastrándote hacia la butaca de lectura mientras un desorden creciente se apodera de la biblioteca. Me pasó recientemente con Los demasiados libros y con el genial Historias de cronopios y de famas, de Julio Cortázar, que me volvió a subyugar como el primer día. Leyendo el cuento del reloj -"no te regalan un reloj, tú eres el regalado"- no pude evitar pensar que pasa igual con los libros. Cuando compras o te regalan un libro, te regalan también la obligación de cuidar de él, de mantenerlo ordenado en tu biblioteca, de velar por él a lo largo de los años, de saber dónde está en cada momento. Escribe Guillermo Zaid sobre los libros: "Una pésima solución consiste en conservarlos, hasta formar una biblioteca de miles de volúmenes, diciendo: en realidad no tengo tiempo de leerlos, lo hago para dejarles una herencia a mis hijos. Excusa cada vez más débil, hoy que las ciencias adelantan que es una barbaridad. Casi todos los libros se vuelven obsoletos desde el momento en que se escriben, si no antes". Y añade: "La preservación de bibliotecas obsoletas para los hijos se justifica como la preservación de ruinas: por razones puramente arqueológicas". Y sin embargo, no hay remedio: estamos condenados a vivir rodeados de libros. La esperanza está puesta en el libro electrónico. Dicen que en uno de ellos, del tamaño de un libro de bolsillo, cabrán pronto hasta 10.000 títulos. Internet, con su banco de datos de acceso inmediato (con el permiso de Telefónica), ya ha supuesto un alivio considerable, pero el libro electrónico se insinúa aún más como una amenaza para la supervivencia de las bibliotecas. Aunque, bien pensado, dudo que sucumban algún día. Cuando uno ha vivido entre libros toda la vida, se ha acostumbrado a su olor y a sus páginas; cuando ha aprendido a pelearse con ellos, a persistir sistemáticamente en la tarea de pretender ordenarlos, no se rinde tan fácilmente. La semana que viene volveré a intentarlo, lo prometo. Es probable que no alcance el objetivo de ordenar de una vez por todas mi biblioteca, de suprimir los libros que ya no necesito y de saber dónde encontrar los que de verdad me interesan, pero siempre cabe la posibilidad de obtener el inmenso placer de descubrir un libro que creía olvidado y de sumergirme en sus páginas como si lo leyera por vez primera. Quizás el secreto es éste: lo de ordenar la biblioteca es tan sólo la excusa.
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